31 ene 2015

EL ASCENSO DE DON ÁLVARO DE LUNA

En el año 1408, hallándose la corte reunida en Guadalajara hizo acto de presencia en ella don Pedro de Luna, nombrado arzobispo de Toledo. Llevaba consigo a un joven que, con el tiempo, habría de convertirse en árbitro de la política castellana. Sobre esta circunstancia, la Crónica de Juan II dice lo siguiente:

"Este Álvaro de Luna era hijo bastardo de Álvarode Luna, Señor de Cañete e Jubera e Cornago, que era muy buen caballero, y era Copero mayor del Rey don Enrique; e porque María de Cañete madre deste Álvaro de Luna fue muger muy común, el padre le tenía en poco... E quando el Arzobispo Don Pedro de Luna vino a Castilla, traxolo consigo, mozo de diez y ocho años. E como Arzobispo tenía algún debdo con Gómez Carrillo de Cuenca, que era Ayo del rey Don Juan; e así Álvaro de Luna hubo entrada en la casa del Rey Don Juan"
¿Consiguió Álvaro desde fecha muy temprana ganarse las simpatías del joven soberano, como paso previo para convertirse más adelante en el auténtico hacedor de la política castellana? ¿Llegó a captar desde el primer momento las posibilidades de medrar al calor de las disputas cada vez más acres entre los distintos linajes nobiliarios? Es probable que ambas cosas se produjeran a la vez en el período de tiempo que transcurrió entre su entrada en la corte en 1408, hasta la muerte de don Fernando el de Antequera (auténtico elemento apaciguador), o, más concretamente, hasta 1419, en que las disputas intestinas vuelven a perturbar el por entonces relativamente pacífico panorama político castellano.
En efecto, a la muerte de Fernando I de Aragón, el arzobispo Sancho de Rojas intentó la formación de un equipo de regencia con el apoyo de los principales clanes nobiliarios castellanos. Será la última vez que la nobleza castellana forme un bloque homogéneo. Al poco tiempo, la intervención directa de los infantes de Aragón provocará su escisión en dos bandos: de un lado, el encabezado por el infante don Enrique (maestre de Santiago), del que formaban parte personas de la talla de un Rui López Dávalos, el almirante Alfonso Enríquez y el adelantado Pedro Manrique. Del otro, el infante don Juan encabezaba otro partido con Juan Hurtado de Mendoza, Sancho de Rojas, Fadrique de Trastámara y, un tanto aún en la sombra, Álvaro de Luna.
En un principio se pensó poder llegar a un arreglo pacífico, a pesar de que don Juan podía considerarse más fuerte, dado el ascendiente que el de Luna estaba cobrando junto al soberano; pero los puntos de vista del infante don Enrique acabarían por prevalecer: Alfonso (ya Alfonso V) era rey de Aragón; Juan habría de marchar a Navarra para formalizar su compromiso matrimonial con la infanta Blanca; él, permaneciendo en Castilla, tomaba este territorio como plataforma para sus propias ambiciones. Los esponsales de Juan II con María de Aragó, hija también de Fernando el de Antequera, asegurarían, en alguna manera, un cierto modo de equilibrio de influencias entre los tres infantes.

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