8 feb 2015

DON ÁLVARO, ALFONSO V Y LOS INFANTES DE ARAGÓN (y V)

La victoria de don Álvaro de Luna sobre los infantes y, de rechazo, sobre los estados peninsulares aliados, había sido total. A mediados de 1430, las treguas de Majano entre Castilla, Aragón y Navarra ratificaban el éxito personal del valido. Los infantes don Pedro y don Enrique eran abandonados por sus hermanos a su suerte. Juan II exigía lisa y llanamente su expulsión de territorio castellano. Los monarcas navarro y aragonés hubieron de pasar por una serie de humillaciones: don Juan veía sus señoríos castellanos retenidos por tiempo indefinido por la Corona, y ambos hubieron de pasar por el hecho de que el valido pusiera en tela de juicio la legalidad de la situación de los bienes que los infantes habían tenido en Castilla. Ello suponía una humillante revisión de todos los fundamentos sobre los que se había sostenido la política de Fernando de Antequera, cuya personalidad, en lo qeu a la fidelidad a la Corona de Castilla se refería, quedaba por primera vez malparada.
Siguiendo la línea de conducta de años atrás, el condestable reforzó las posiciones de aquellos linajes nobiliarios que con más fidelidad habían servido en los últimos tiempos a la causa monárquica: los Velasco, Estúñiga, Ponce de León, Manrique... veían sus bienes acrecentados con los despojos de los caídos. Don Álvaro estaba creando con ello un arama demasiado peligrosa, ya que esta oligarquía aspirará, a medida que su fuerza aumente, a controlar el poder. El valido luchará para impedirlo, y a la larga caerá en su empeño.
Paralelamente a la entrada en negociaciones entre los dos bandos en pugna, Juan II procedió a la convocatoria de Cortes en Burgos en la primavera de 1430. La institución iba a tocar en esos momentos uno de sus puntos más bajos. No sólo los procuradores se quejan por la falta de autonomía de los municipios en su funcionamiento, sino también por el inmenso esfuerzo que al reino se le estaba exigiendo con motivo de las operaciones militares. Sin embargo accederán a votar una cantidad que ascendería a treinta millones de maravedís. En el mismo año habían concedido ya al rey otros noventa millones para cubrir sus necesidades militares (muestra mejor de sumisión es difícil de encontrar).
El estado llano era indudablemente la principal víctima de los conflictos civiles en Castilla. Los procuradores son, las más de las veces, miembros de la pequeña nobleza local, que raramente se puede considerar como representante de los intereses populares. Las atribuciones de las Cortes se limitan a la mera aprobación de los subsidios solicitados por la Corona, éstos, en definitiva, han sido los que han contribuído de forma decisiva a afianzar las posiciones alcanzadas por don Álvaro de Luna y, de rechazo, a la eliminación de la influencia en Castilla de los infantes de Aragón. En 1430 las Cortes son ya un simple instrumento en manos del poder central. Sólo resurgirán, aunque superficialmente, en las nuevas coyunturas políticas más propicias que les deparará el futuro. Pero en el fondo, el carácter que la institución tuvo en sus mejores días lo había perdido definitivamente.

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