5 feb 2015

DON ÁLVARO, ALFONSO V Y LOS INFANTES DE ARAGÓN (II)

En última instancia, el soberano aragonés podía volver por pasiva los argumentos de don Álvaro: presentar la lucha no como una querella familiar ni como una intromisión en los asuntos internos de Castilla, sino simplemente como un intento de liberar a ésta de la "tiranía" que el condestable estaba ejerciendo en nombre del rey.
El infante don Juan se encargó en el verano de 1425 de actuar de mediador: el infante don Enrique fue puesto en libertad y se le restituyeron todos sus bienes y prebendas, incluso el maestrazgo de Santiago. A Pedro Manrique le fueron también devueltos sus bienes. Don Álvaro de Luna, sin embargo, conservaba su cargo de condestable. Era de momento la mejor fórmula para el restablecimiento de un equilibrio político en Castilla.
Pero el papel de mediador de don Juan quebró al poco tiempo. Carlos III de Navarra moría en Olite el mismo año de 1425. El infante recogía su herencia y otorgaba poderes a su hermano Enrique para administrar sus bienes en Castilla, uno de los más potentes núcleos señoriales del reino. Don Juan pasaba a ser ahora la cabeza visible de un bando "aragonés" único: comienza su pugna personal con don Álvaro de Luna.
La política monárquica de éste empezaba a disgustar al estamento nobiliario. En las ciudades, la oposición a la política del valido era también patente. Pese a que las Cortes eran ya un instrumento sumiso, los procuradores que acudieron a la convocatoria de Palenzuela en otoño de 1425 hicieron ásperas críticas a la política de autoritarismo, exigiendo que en el Consejo entrasen representantes de las villas y ciudades y que se acabase con el desarreglo hacendístico existente. Sin embargo, las Cortes de Palenzuela sólo en la fachada, supusieron un cierto resurgimiento del papel de la institución. Al final accedieron a las peticiones del monarca: la consabida votación de subsidios, utilizando como excusa futuras operaciones bélicas contra Granada.
La realidad más palpable era la resurrección en los dos años siguientes del partido de los infantes. Para don Juan, la forma más razonable de combatir al de Luna se había de basar en una labor de zapa de su influencia en el Consejo, introduciendo en él al mayor número posible de parciales. Las posiciones se encontraron tan niveladas, que la solución parecía que había de venir por otra vía. Alfonso V y los infantes se decidieron a trabajar en prode la formacón de una liga nobiliaria que esgrimiera contra el de Luna los argumentos supremos del bien público y los intereses generales del reino. El condestable, por su parte, se mantenía dentro de una psoición estrictamente monárquica, sin pretender ponerse a la cabeza de una facción de la oligarquía castellana.
La división de los dos bandos pareció alcanzar también a las ciudades, en quienes, sin embargo, ninguno de los dos partidos pareció pensar como fuerza que pudiese equilibrar la balanza a su favor. La tensión sólo habría de romperse cuando el infante don Enrique, impaciente por tomarse el desquite, se puso en marcha hacia Zamora. Velascos, Manriques y Estúñigas se sumaron a los infantes de Aragón. Don Álvaro se encontraba solo.
Una comisión arbitral puso fin a la disputa. A fin de acabar con el desorden imperante en Castilla, se pensó en sacrificar al condestable. Se decretó su destierro de la corte por año y medio. El 6 de septiembre de 1427 el valido fijaba su residencia en Ayllón.

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