13 feb 2015

CENIT DE LA POLÍTICA MONÁRQUICA (1437-1445) (II)

La lucha por la conquista del poder entre los distintos clanes de la oligarquía nobiliaria comienza dramáticamente hacia 1440. Dos parteidos parecen ir perfilándose: el de los nobles por un lado capitaneados por los infantes de Aragón, y el moonárquico por otro, del que era cabeza oficial el conde de Alba, hechura del condestable.
Al principio se asiste a continuados intentos de Juan II por librarse de la tutela de los nobles. Después, al dominio por parte de éstos de las grandes ciudades castellanas. Por último, en la primavera y verano, el triunfo de la oligarquía parece decisivo. Inicialmente, los alegatos de la nobleza se encaminan a una feroz crítica de la "tiranía" del de Luna. Se trata además de obligar al rey a residir en algunos de los centros controlados por los nobles a fin de mediatizar su actividad. Incluso la propia aristocracia castellana trata de dar legalidad a su sistema mediante la convocatoria de Cortes. Reunidas éstas en Valladolid en septiembre de 1440, redactaron su propio programa político: el Estado castellano había de estructurarse en torno a tres grandes organismos, que serían la base sobre la que se sustentase la monarquía: el Consejo Real, la Audiencia y las Cortes, por más que éstas tenían ya sus cometidos harto reducidos.
Los acuerdos de las Cortes de Valladolid no dejaron satisfecho a nadie: ni al rey, que veía en ellos un intento de mermar sus pdoeres por parte del estado llano; ni a muchas de las ciudades, que aspiraban a un programa de amplias reivindicaciones; ni a parte de los nobles, que se consideraban víctimas de una política de reajustes señoriales en favor de los "aragoneses".
A la sombra de este espíritu de discordia, don Álvaro de Luna preparaba su desquite. Dos eran los puntales de su política: uno ya tradicional; la Iglesia, enemiga de Alfonso V de Aragón, que veía con malos ojos la disposición por parte de don Enrique de los bienes del maestrazgo de Santiago; el otro era totalmente nuevo: Portugal. En efecto, en el reino lusitano se abre un período de regencia. El infante don Pedro desplaza de ella a la reina Leonor y aspira a desempeñar un papel semejante al que don Álvaro había tenido en Castilla en los últimos años; es decir, defensa de la autoridad monárquica frente a las turbulencias nobiliarias, por más que aquélla haya de apoyarse en una persona que no es precisamente del soberano, sino, en este caso, un pariente suyo.
Con todas estas circunstancias favorables, a las que se unían la fidelidad de sus señoríos, la de un sector de la alta nobleza (los Álvarez de Toledo, sobre todo) y la de parte del alto clero (arzobispos de Toledo y Sevilla), el de Luna se consideró con fuerzas , a principios de 1441, como para volver de nuevo a la lucha.
Juan II, de rechazo, consideró favorable también la coyuntura para desligarse de la onerosa tutela de los nobles. Desde Ávila conminó a las ciudades a desobedecer las órdenes de los infantes. Juan de Navarra se aprestó a la lucha. El heredero de la Corona, el futuro Enrique IV, se encastilló en Segovia, proclamando su neutralidad en el conflicto. Empezaba a constituirse así en una importante baza con la que las distintas fuerzas en pugna habrán de contar en un futuro no muy lejano.
En Arevalo, los principales jefes de la nobleza castellana constituyeron una confederación. En adelante, este tipo de ligas va a ser el instrumento a través del cual la aristocracia trate de defender sus intereses. Por tales se entendía, entre otras cosas, no sólo la neutralización política del de Luna, sino la consideración de que la única forma de gobierno viable para Castilla era aquella en la que la nobleza ocupase el puesto más destacado.
El choque nobleza-monarquía se va a desarrollar en principio de una forma un tanto anómala: para la oligarquía castellana se trata sólo de una guerra particular contra el condestable, en la que la figura del rey, por todos respetada, es dejada al margen.

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