19 ene 2015

PEDRO IV EL CEREMONIOSO

Sobre la personalidad y obra de Pedro IV se han vertido las más diversas opiniones. Desde la que le calificaba de "segundo Nerón" a quienes le tomaban como portavoz de la idea de un rudimentario sentido de nacionalidad alrededor de su dinastía. Hemos de reconocer los no pocos vicios del monarca: colérico, de genio violento, carente de escrúpulos... pero, a la vez, estamos hablando de un gran político de su época, inteligente, perseverante, letrado e incluso popular en amplios sectores de la sociedad de sus estados. Hay que tener en cuenta, desde luego, que a lo largo de su reinado (1336-1387) hará pasar a la Corona de Aragón por múltiples vicisitudes, tanto en el orden interno como a nivel internacional. Pedro IV tuvo necesidad de adaptarse a las circunstancias en numerosas ocasiones y de sacar partido de las coyunturas cuando éstas se mostraban favorables. Sus métodos corrieron parejos con los de su homónimo y contemporáneo castellano. Su actividad en el terreno administrativo ha sido posiblemente el saldo más positivo de todo su reinado.
A mediados del siglo XIV se produce en Aragón un fenómeno semejante al que tiene lugar en Castilla: la quiebra del equilibrio de fuerzas sobre el que se había sustentado la plenitud del Medievo (monarquía-nobleza-municipios). Pedro IV fue protagonista de primera fila de este proceso. Su autoritarismo -que corría parejo con el personalismo de Pedro I de Castilla- se vio reforzado con el concurso de un grupo de consejeros, oriundos muchos ellos del Rosellón y buenos conocedores del derecho romano. Bernardo de Cabrera es, sin duda, la figura más destacada en la primera etapa del reinado del monarca.
Uno de los más serios obstáculos con que chocaba esta política era el representado por la nobleza, a través de la Unión. El enfrentamiento con el monarca tuvo su origen en el intento de éste de reformar el sistema sucesorio a favor de su hija Constanza y en contra de su hermano Jaime de Urgel. Éste, desposeído de sus cargos, acabó convirtiéndose en portavoz de la nobleza aragonesa, la cual en 1347 apretó filas, contando con el apoyo de algunos magnates valencianos. Sin embargo, la habilidad de Bernardo de Cabrera consiguió atraer a la causa monárquica a Cataluña que, en última instancia, será la que salve a Pedro IV.
En un principio, el soberano se vio obligado a ceer para ganar tiempo: Cortes de Zaragoza, aprobación de toda una serie de medidas en detrimento de su autoridad, depuración de consejeros bajo presión de los nobles, actitud pasiva frente a los motines populares suscitados en Valencia...
El desquite para Pedro IV habría de llegar en seguida. Lograda la atracción de algunos nobles, como Lope de Luna y Pedro de Exérica, la Unión aragonesa será aplastada en Épila el 21 de julio de 1348. La Unión valenciana sufrió idéntica suerte a fines de año en Mislata. La represión por parte de la autoridad monárquica adquirió unos caracteres sumamente violentos.
Esta pugna entre el poder monárquico, apoyado por Cataluña, y las oligarquías nobiliarias aragonesa y valenciana, se explica porque en su momento, un Jaime I humillado por la nobleza aragonesa, se alió con los mercaderes catalanes embarcándose en la carrera del imperialismo comercial. Un siglo después, Pedro IV, poniéndose al frente de esta alianza, humilló a los nobles. Cuando Jaime I comenzó su carrera, los catalanes no sabían aún si eran francos o ibéricos. En tiempos de Pedro IV, los catalanes se dieron perfecta cuenta de que no eran ni una cosa ni la otra. La batalla del Muret y el tratado de Corbeil separaron a los catalanes de Francia; las diferencias culturales y dedesarrollo económico de Aragón y Cataluña impidieron a los catalanes identificarse con Aragón e Iberia. El resultado fue la adquisición de una conciencia identitaria propia: los catalanes se identificaron con Cataluña y con la casa de Barcelona.

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