23 ene 2015

PEDRO IV EL CEREMONIOSO (IV)

La paz en Cerdeña era, en 1336, un tanto precaria. Los jueces de Arborea, tradicionales amigos de los catalanes, acabaron desengañados por la corrupción administrativa que la instalación de éstos había introducido en la isla. Pedro IV, preocupado por problemas continentales, había descuidado un tanto los asuntos sardos. En 1347, Mariano IV de Arborea encabezó una rebelión general. Las fuerzas reales fueron derrotadas en Turdo, y el dominio catalano-aragonés sobre Cerdeña se hundió estrepitosamente. La alianza de los Doria y Malaspina con los jueces de Arborea, y el apoyo de la república de Génova a la rebelión obligaron a Pedro IV a intervenir directamente. Jaime de Aragón, tío del monarca, fue encargado de las operaciones militares, que se desarrollaron, con distintas alternativas, en torno a las ciudades de Cagliari y Sassari. La oportuna alianza firmada por los aragoneses con la señoría de Venecia obligó a sus rivales genoveses a combatir en dos frentes a la vez y a estrechar sus relaciones con Bizancio. El conflicto sardo adquiría así unas dimensiones totalmente mediterráneas. Una prolongada guerra de desgaste, harto peligrosa para los intereses mercantiles de los combatientes, se desarrolló en los años siguientes. El 17 de agosto de 1353, a la altura de Alguer, se libró una batalla decisiva entre las escuadras genovesa, mandada por Nicolás Pisano, y la catalana de Bernardo de Cabrera. La victoria de éste fue rotunda, pero no contribuyó de forma decisiva a aplacar la rebelión sarda, a pesar del nuevo triunfo obtenido porlas fuerzas catalanas en la batalla de Qart contra los sublevados. Cuando Bernardo de Cabrera regrese a Cataluña, la situación en Cerdeña será la misma que a su llegada. La única ventaja obtenida derivaba de la retirada del apoyo genovés a la revuelta.
Pedro IV consideró la necesidad de acudir personalmente a la isla. Una gran escuadra, salida del puerto de Rosas en junio de 1354, tomará Alguer, Sassari y Cagliari. A comienzos del siguiente año, el monarca reunió cortes en esta última localidad, procediendo a una sistemática reorganización de la administración de la isla. Las negociaciones con los Arborea, aunque difíciles, dieron un momento de respiro, pero siempre al precio de permitir a los grandes señores sardos mantener en sus dominios un statu quo de semiautonomía.
En efecto, la revuelta va a retoñar en los años siguientes. Cerdeña acabará convirtiéndose en un infierno para los ocupantes catalanes. En 1364, Mariano IV de Arborea es en realidad el dueño de toda la isla, salvo las posiciones de Alguer, Cagliari y Sassari. El propio gobernador, Pedro de Luna, va a sufrir un serio revés delante de Oristán. Cuatro años después, los rebeldes ocupaban Sassari, forzando a Pedro IV a aceptar una tregua. Concluida ésta, sardos y genoveses, animados por tan favorables circunstancias, pusieron sitio a Alguer, aunque hubieron de levantarlo ante la llegada de una escuadra catalana, al mando de Berenguer de Cruilles. Mariano IV de Arborea moría y tomaba su herencia su hijo Hugo IV. La impopularidad que alcanzó entre sus seguidores desembocó en su asesinato (1383). La resistencia sarda pareció así desmoronarse en los últimos años del reinado de Pedro IV. En agosto de 1385, el monarca firmaba las paces con el nuevo portavoz de los rebeldes, Brancaleone Doria.
Dentro de la política mediterránea de Pedro IV, Sicilia ocupaba uno de los extremos de lo hay quien ha llamado "la diagonal insular": Baleares-Cerdeña-Sicilia.
La falta de personalidad de los soberanos de la isla (Pedro II y luego su hijo Luis, que gobiernan entre 1337 y 1357) suponía una circunstancia propicia para el intervencionismo aragonés. Si a ello unimos el desbarajuste administrativo y la pugna entre los distintos clanes familiares, fácil es comprender cómo Pedro IV tenía en Sicilia un terreno abonado para ejercer una clara influencia política. En 1361, el Ceremonioso consiguió el enlace de Federico IV (1357-77) con su hija Constanza. Fruto de este matrimonio fue la infanta María, proclamada reina por los barones sicilianos a la muerte de su padre, a pesar de que, según disposiciones testamentarias anteriores -de Federico III concretamente-, las mujeres quedaban excluídas de la sucesión. Pedro V supo maniobrar con habilidad al lograr que triunfara la candidaturamatrimonial de su nieto Martín el Joven. Si Sicilia no quedaba incorporada a la Corona de Aragón, se había dado, en cambio, un paso decisivo dentro de la política de "reintegración mediterránea".
La debilidad de los monarcas sicilianos permitió a Pedro IV avanzar sus posiciones hasta los ducados de Atenas y Neopatria, en situación totalmente anárquica a la subida del Ceremonioso al trono aragonés. La presión de Gautier II de Brienne, unida a las incursiones de serbios y albaneses desde el territorio de Tesalia, se hizo realmente crítica hacia 1337. Los representantes de lo reyes de Sicilia sólo muy a duras penas consiguieron mantener una sombra de autoridad. Pedro IV intentó de Federico IV que le cediera la teórica soberanía que ostentaba sobre los ducados. Sin embargo, tuvo que esperar a su muerte, en 1377, para proceder a su incorporación a la Corona de Aragón. De la pluma de Pedro IV saldrá el primer elogio que el Occidente conozca sobre la acrópolis ateniense. De su capacidad de organización son una buena muestra los "Capitols d'Atenes" de 1380.
Sin embargo, la lejanía del territorio y los primeros síntomas del declive que la Corona de Aragón estaba experimentando van a rendir como muy efímera la presencia catalana en territorio balcánico.

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