22 ene 2015

PEDRO IV EL CEREMONIOSO (III)

En sus tiempos de heredero al trono, Pedro IV fue en Zaragoza el patrocinador de una política "continentalista", que, una vez ascendido a aqeuél, distó mucho de sostener. Ello se debió sin duda a la aversión anticastellana que sintió ante las intrigas de su madrastra Leonor, siempre interesada en favorecer a sus hijos. Cuando Pedro IV se hace con el poder, en 1336, Leonor huye a Castilla. Alfonso XI adoptó una política de buena vecindad con el aragonés, que se tradujo en los acuerdos de Daroca de 1338.
La concordia entre los dos grandes estados peninsulares fue perfecta en los años siguientes: fuerzas de tierra aragonesas colaborarán en las operaciones de los castellanos, que culminarán en la victoria del Salado (1340). Barcos catalanes atacarán Ceuta en 1339 y contribuirán a mantener un bloque en el Estrecho. La ayuda de Pedro IV en los cercos de Algeciras y de Gibraltar ratificará esta política de buen entendimiento.
En los años sucesivos, sin embargo, las buenas relaciones experimentarán un progresivo enfriamiento; primero, por el favor castellano a los genoveses en el Bajo Guadalquivir; más adelante, por la sangrienta pugna que enfrenta a Pedro IV con el heredero de Alfonso XI, enfrentamiento de tan dramáticos resultados, según ya hemos visto.
Las veleidades continentalistas de Pedro IV palidecen ante su magna política mediterránea. Historiadores atribuyen al Ceremonioso el mérito de haber puesto en marcha un incipiente imperio mediterráneo. El punto de partida era la gran familia de estados peninsulares de la casa de Barcelona: Aragón, el primogénito; Cataluña, el segundo, y Valencia, el menor. Se le ha llegado a atribuir al monarca ser el portavoz del gran de dessein, el gran intento de poner en práctica un concepto "nacional" en torno a su dinastía. Se trataba de una idea nacional y patriótica, que el cronista Ramón de Muntaner había expresado con el simbólico ejemplo de la mata del junco, cuya fuerza viene dada por la estrecha ligazón de cada una de sus piezas. Reunir cada uno de los elementos mediterráneos dispersos fue uno de los elementos mediterráneos dispersos fue uno los grandes ideales de la política de Pedro IV.
El objetivo geográfico más cercano lo constituía el reino de Mallorca, más los apéndices de Rosellón y Montpellier.
Desde Jaime II de Aragón, Mallorca constituía un reino vasallo de la Corona catalano-aragonesa, según el convenio suscrito por mediación francesa en Argelès en 1298. El heredero de Jaime II de Mallorca, su hijo Sancho, gobernó de 1331 a 1324. El reino balear continuó manteniendo el mismo estatuto de semidependencia respecto a los soberanos continentales. La falta de descendencia de este monarca iba a plantear una serie de problemas. Con el apoyo pontificio logró que fuese reconocido como heredero su sobrino Jaime, casado con Constanza, hermano de el Ceremonioso. A pesar de una serie de reticencias, en 1339 el ya Jaime III de Mallorca renovó su contrato de vasallaje con su cuñado.
Al año siguiente se produjo el primer incidente, aunque en tierra francesa: Felipe IV presionó sobre Montpellier, y el mallorquín se vio en la necesidad de pedir ayuda a Pedro IV. La réplica de éste fue la de reunir Cortes en Cataluña, a fin de que a ellas asistiera Jaime a exponer sus problemas. La imposibilidad de hacerlo fue considerada por Pedro como motivo de deslealtad y causa de que se abriera proceso contra el soberano balear. Es todo un ejemplo de maquiavelismo. El desdichado Jaime III optó, al fin, por acudir a Barcelona para rechazar las acusaciones que se le estaban haciendo, carentes todas ellas de fundamento. Al hacer su mujer, Constanza, causa común con Pedro IV, el rey de Mallorca quedaba totalmente desamparado.
El 25 de mayo de 1343, las fuerzas de Pedro IV desembarcaban en la isla y en las vecinas Mallorca e Ibiza, sin encontrar prácticamente resistencia. El soberano aragonés tuvo buen cuidadoen confirmar a las ciudades baleares sus viejos privilegios.
Rosellón y Cerdaña no tardaron en correr la misma suerte. Jaime III, perdonado de los delitos que no había cometido, recibía en compensación los vizcondados de Omelades y Carladés. Una vez libre, rechazó la oferta e hizo un último intento por recuperar su reino. Tras vender Montpellier a Felipe VI de Francia, consiguió reunir un contingente armado con el desembarco en Mallorca, sólo para ser derrotado y muerto en Lluchmayor, en 1349. Su hijo, Jaime IV, intentó en vano reivindicar sus derechos. La ocupación de Mallorca dejaba a Pedro IV y sus herederos el camino libre para proseguir su política de "reintegración mediterránea".

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