16 ene 2015

ENRIQUE III DE CASTILLA (IV)

La minoría de edad de Enrique III había constituído terreno abonado para que la alta nobleza de parientes del rey intentasen ocupar los puestos claves de la vida política. La meseta fue el espqacio donde de forma preferente se desarrolló el enfrentamiento entre la autoridad monárquica y el estamento nobiliario. Sin embargo, en zonas de la periferia, las facciones locales de la nobleza ciudadana arovecharon la ocasión para saldar sus diferencias de forma violenta. Tras la toma de Gijón, Enrique III va a tener que emprender un amplio programa de apaciguamiento a través de personajes de su entera confianza, extraídos todos ellos de la baja nobleza.
Sin ánimo de entrar en detalles, direos que hacia 1396-97 la paz en el territorio castellano experimentó sensibles avances. La nobleza -alta o de carácter local- ya no fue un elemento que perturbase el orden del país. En la sombra, sin embargo, la pequeña nobleza de servicio había estado velando armas y fue uno de los principales soportes de la autoridad monárquica.
Dentro del encumbramiento de la pequeña nobleza, que se irá formando como potente oligarquía a lo largo del reinado de Enrique III, hay una serie de puntos que merecen especial atención.
En primer término estaría lo que pudiéramos llamar "plataforma geográfica originaria de esta nobleza". En líneas generales, se puede decir que la mayor parte de los señores que se van encumbrando a lo largo de estos años empezaron siendo simples hidalgos procedentes de la periferia. Hasta 1406, fecha en que muere Enrique III, se puede hablar casi de una especie de "conquista de la meseta por la periferia", aunque tampoco debemos dejar caer en el olvido el que en esta última se habían constituído señoríos de la misma naturaleza que los meseteños. El primer sector de procedencia cubriría la zona de La Rioja y la llanada alavesa, país vasco y, en general, la frontera con Navarra. De él saldrán personajes que en el futuro serán los troncos de potentes linajes: los Ayala, Mendoza, Estuñiga y Dávalos.
El segundo núcleo de procedencia cubriría el valle del Guadalquivir. En realidad, las familias que intedren desde él fuertes linajes serán, en muchas ocasiones, descendientes de los viejos conquistadores (no podía ser de otra forma). Constituyen el auténtico hilo de continuidad entre la nobleza vieja y la nueva. Es el caso de los Guzmán, Fernández de Córdoba, Ponce de León, Osorio, Sotomayor...
El tercer núcleo lo constituiría la frontera con Granada, caso de los descendientes de Ruiz López Dávalos, uno de los principales colaboradores del monarca castellano.
Otra de las canteras de la nueva nobleza la van a facilitar los propios reinos vecinos. Con Aragón, a pesar de las buenas relaciones, el problema del marquesado de Villena siguió pesando sobre la política castellana, dada su estratégica situación y la siempre poco definida política de su titular. Aparte de éste, Castilla había acogido a otros señores procedentes del reino vecino: Mosen Guerau de Queralt, Pedro Boyl, Juan Martínez de Luna y Álvaro de Luna... Sin embargo, la cantera aragonesa es de poca importancia si la comparamos con la lusitana. De Portugal llegaron varias oleadas de exiliados, caso del conde de Barcelos, Juan Rodríguez Portocarrero, Alfonso Terneiro o Martín Yáñez de la Barbuda.
En último término cabe considerar algunos focos dispersos, muchos de elllos también de zonas periféricas, como los Manueles o los Fajardos en Murcia; los Suárez de Figueroa en Galicia; los Quiñones y Manrique en León...

Un segundo punto a tratar en el encumbramiento de esta pequeña nobleza lo constituye el análisis de las etapas que ésta ha tenido que recorrer hasta convertise en cerrada oligarquía. En líneas generales, podemos considerar que éstas han sido las siguientes:
En primer lugar, la consecución de un cargo en la corte o en la administración territorial. De hecho, esta etapa se ha cubierto ya en anteriores reinados, puesto que el desempeño de cargos es el signo distintivo de esta pequeña nobleza. Sin embargo, desde Enrique III éstos van ya prácticamente vinculados a determinadas familias y constituyen un honor más. Así, el título de camarero mayor se vinculará al linaje de los Velasco; el de mayordomos mayores, a los Mendoza; el de justicias mayores, a los Estúñiga; el de adelantados mayores de Castilla, a una rama de los Manrique... De momento no sucederá nada parecido con otros puestos como los de almirante -hasta que en fecha relativamente avanzada sea ocupado por los Enríquez -, condestable, usufructuado por distintos personajes, al compás de las alternativas de la política interior castellana, y maestres de las órdenes militares, aunque sobre ellos la influencia que trata de ejercer el monarca se traduzca ocasionalmente en veraderas imposiciones.
La segunda fase del encumbramiento de la pequeña nobleza viene dada por la concesión de mercedes -en el más amplio sentido de la palabra- por el monarca. Enrique III no frenó el proceso de señorialización en Castilla. Éste simplemente cambió de signo, al ser otros los beneficiarios. La concesión de señoríos, rentas, exenciones, jurisdicciones...., constituye el cuadro en que se inscribe la política de magnanimidad regia bajo el tercer Trastámara.
Con ánimo de no extendernos en detalles que iremos viendo -y deduciendo- sobre la marcha, cabe decir que, cuando Enrique III muere, a fines de 1406, todo el territorio sobre el que los monarcas castellanos ejercen su soberanía se encuentra cubierto por una tupida red de señoríos, que se irá reforzando notablemente en los años siguientes al calor de las turbulencias políticas. Por lo tanto, la idea de Enrique III como el soberano justo, triturador de la potencia nobiliaria, con la que ha sido aureolado dentro de una visión un tanto romántica del acontecer histórico, queda completamente cuestionada si tenemos en cuenta todo lo anteriormente expuesto. La liquidación de la alta nobleza de parientes del rey, creada por el fundador de la dinastía Trastámara, no ha traído otra consecuencia más que el encumbramiento de la nobleza de servicio, no impedido en ningún momento por Enriqu III, ya que pensaba contar con ella como fiel colaboradora de su política y, posiblemente, necesario contrapeso frente a cualquier veleidad del estado llano por mantener o reforzar las posiciones políticas conquistadas en la minoridad del monarca.

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