7 ene 2015

ENRIQUE II DE TRASTÁMARA

La guerra civil entre Enrique II y Pedro I había convertido a Castilla en un campo de experimentación para franceses e ingleses, en espera de una nueva entrada en hostilidades por parte de ambas potencias.
El Tratado de Toledo de 1368 había unido en el mismo bloque diplomático a Francia y Castilla. Del lado francés, los compromisos para con el Trastámara ya se habían cumplido con la eliminación del rey castellano. Quedaba ahora al nuevo monarca castellano cumplir los suyos: suministrar a Francia una escuadra capaz de medirse con la potencia naval inglesa en el Atlántico.
Esta cláusula, sin embargo, para que llegar a surtir efecto había de supeditarse a algo tan elemental cual era el que Enrique II consiguiese dar la necesaria estabilidad a su reinado, logrando que la legitimidad de su situación -muy dudosa todavía al proceder de un fraticidio- fuese aceptada sin discusiones.
No ocurrió así. Fernando de Portugal, reconociéndose heredero del asesinado monarca castellano, empezó a titularse rey de Castilla. Por otra parte, Carlos II de Navarra tenía en su poder una serie de plazas en La Rioja; y, por si fuera poco, Pedro IV de Aragón empezó a ver con excesivo recelo la alianza franco-castellana. Los descalabros sufridos a manos de sus vecinos en los años anteriores le hacían temer que el nuevo soberano castellano pretendiese mostrarse como el heredero de la política agresiva de su antecesor.
Todo ello fue lo que llevó a la diplomacia aragonesa a una serie de manipulaciones, a fin de crear una coalición de pontencias peninsulares que aislasen al Trastámara. Sin embargo, para que semejante alianza tuviera la debida eficacia, era imprescindible el apoyo inglés. Pero, dadas las circunstancias, éste no llegó: vejez de Eduardo III y enfermedad del Príncipe Negro.
Enrique II pudo actuar así con relativa tranquilidad, limitándose a reforzar algunas de las guarniciones fronterizas y volcando todo su esfuerzo militar contra Portugal, el enemigo más peligroso por dos razones: su eficacia naval y el reconocimiento de su monarca como rey de Castilla por parte de los antiguos petristas.
La iniciativa corrió a cargo de los portugueses, que penetraron por Galicia y bloquearon por el sur a una escuadra castellana en la desembocadura del Guadalquivir. En torno a enrique II acabó por prevalecer el criterio de los capitanes como Du Guesclin: atacar directamente al reino lusitano para aliviar la presión de Fernando sobre Galicia. Sin embargo, las operaciones militares se limitaron a una simple incursión, a la que puso fin el duro invierno de 1369.
Hasta el verano siguiente no cambió el signo de la guerra. tuvo lugaral mismo tiempo que se efectuaba un sensible desplazamiento hacia el sur de campo de operaciones militares. Resultaba de extremada urgencia atender los problemas que aquejaban a Andalucía: la rebelión de Carmona -uno de los focos petristas- contra Enrique II; el embotellamiento de la flota castellana en Sevilla y las incursiones de los musulmanes, que desde hacía algún tiempo, al calor de la guerra civil castellana, habían llegado en sus algaradas hasta los alrededores de Córdoba y Jaén.
Con el monarca granadino Muhammad V se llegará a un restablecimiento de treguas,que permitirán a los castellanos volcar sus esfuerzos frente a los restantes peligros. supliendo con enorme habilidad la falta de medios, el almirante castellano, Ambrosio Bocanegra -genovés de origen-, consiguió agrupar algunas naves cántabras, burlar el bloqueo lusitano y llevar pertrechos a Sevilla. La flota portuguesa se retiró sin presentar combate.
Las consecuencias de este éxito no se harían esperar. Carmona, tras una porfiada resistencia, acabó entregándose al Trastámara, al igual que otro de los focos petristas, mucho más alejado: Zamora. A Portugal, ante tal situación, no le quedaba otra salida que las negociaciones. Los acuerdos fueron firmados en Alcañiz, y devolvían a Castilla las fronetras que había tenido bajo Alfonso X. En definitiva, el cambio de dinastía no había alterado en nada la situación hegemónica de Castilla en el concierto de los estados peninsulares.

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