17 dic 2014

SENTIMIENTOS ANTISEMITAS

A partir del siglo XIV, el equilibrio -verdadera coexistenciapacífica- habido hasta la fecha entre las distintas comunidades étnico-religiosas dentro de los reinos cristianos ibéricos se rompe de forma contundente. El elemento hebreo va a ser su principal víctima.
Hasta entonces, los sentimientos antihebraicos no pasaron, la mayor parte de las veces, de las simples reclamaciones de los procuradores de las ciudades, frente a los préstamos usurarios de la población judía. Las Partidas se hacen eco de este problema. Los Ordenamientos de Alcalá, de 1348, reflejan también este sentir popular.
La hostilidad de la comunidad cristiana se fue agravando en la segunda mitad del siglo XIV. Uno de los argumentos propagandísticos de Enrique de Trastámara, en su lucha frente a su hermano Pedro I, fue, precisamente, la acusación contra éste de filojudaísmo. Cierto o no, este argumento ayudaría a incrementar el sentimiento popular de la población cristiana, acosada por prestamistas y arrendadores hebreos. El propio Trastámara, una vez accedido al trono tras el fraticidio de Montiel, tratará de frenar estos impulsos, a veces un tanto incontrolados. Demasiado tarde. En los años siguientes, un clérigo fanático, el arcediano de Écija, Ferrán Martínez, se convierte en el principal y más peligroso portavoz de los sentimientos antisemitas.
El lamentable resultado de todo ello serán las matanzaas de 1391. Iniciadas en Sevilla, se extenderán hacia el norte de la Península, alcanzando los estados de la Corona de Aragón. Frente a esta auténtica oleada de terror, los oficiales reales se vieron a menudo impotentes, sobre todo en Castilla, que atravesaba en aquellos momentos un período de turbulencia regia: la de Enrique III.
Resulta bastante difícil poder hacer una evaluación de las consecuencias totales de tal explosión. El número de bajas se ha calculado aproximadamente en la mitad de las cifras de población del elemento judío. Posiblemente se trate de una exageración, aunque no demasiado desencaminada. Sin embargo, el hecho cierto es que, a partir de este momento, se puede hablar de un "auténtico problema judío" en los reinos hispánicos, y no tanto por la actitud de los hebreos como por la animadversión que surge contra ellos. Las muestras son patentes y muy variadas. Consideremos algunas: los ordenamientos antijudíos de las Cortes de Valladolid de 1405. Si bien reiteran en lo referente a la cuestión de préstamos usurarios, disposiciones anteriores, es bien patente por otra parte que los judíos ven retirada su ancestral protección por parte de la justicia.
Junto a estas medidas de carácter legal, encontraremos en fecha inmediatamente posterior otras que vendrán a reforzarlas: pragmáticas de don Fernando de Antequera, bulas de Benedicto XIII y Eugenio IV... Las ardientes predicaciones de San Vicente Ferrer constituyen también un elemento de presión para los restos de la atemorizada comunidad hebraica.
El más que justificado sentimiento de inseguridad llevará a lo largo del siglo XV al nacimiento de numerosas apostasías. Surge así una especie de clase social nueva: los conversos. Si bien algunos de ellos llegarán a ocupar puestos relevantes incluso en el seno de la jerarquía eclesiástica, otros muchos serán vistos con creciente recelo por parte de los "cristianos viejos". La cualidad de cristiano viejo va a crear para el futuro unos sentimientos de autoestimación no siempre beneficiosos para la conveniente armonía social.
Los últimos tiempos del medievo en España son testigos, alternativamente, de nuevas conmociones populares atijudías y de controversias a nivel de la especulación religiosa. En 1413, las confrontaciones habidas en Tortosa desembocarán en el triunfo de los puntos de vista del converso Jerónimo de Santa Fe sobre los libros sagrados; se ha visto en ello un reflejo de los criterios mantenidos por San Vicente Ferrrer.
Se va imponiendo, desde este momento, una corriente literaria antisemita, alimentada fundamentalmente por conversos: el papel de los Santa María en Castilla ha tenido su paralelo también en la Corona de Aragón: el mencionado Jerónimo de Santa Fe escribirá una obra titulada El azote de los judíos (Hebraeomastix). Pedro de la Caballería escribirá su Celo de Cristo contra los judíos. Desde 1459, a raíz de la aparición del libro de fray Alonso de la Espina, Fortaleza de la Fe, la hostilidad se vuelve también contra determinados sectores de conversos. Las Coplas del Provincial, una de las manifestaciones literarias más procaces de la Baja Edad Media, recogen abundantes alusiones contra conocidos personajes, recordándoles sus antecedentes étnico-religiosos:

"Fray Pedro Méndez, hermano,
privado de Jeremías,
dime tú cuánto darías
por un cuarto de cristiano..."

Este pasaje es, sin embargo, uno de los menos venenosos que se recogen a lo largo de las antedichas coplas.
En lo que concierne a las relaciones entre los alborotos populares antijudíos y las conmociones políticas, se han considerado distintas pruebas a las que nos podemos remitir. La caída de don Álvaro de Luna se ha atribuído, en buena parte, al papel de determinados grupos por destuir la política moderada de este personaje hacia la minoría judía. En 1465, tras varios motines populares, Enrique IV se vio presionado para anular disposiciones favorables a la comunidad hebrea, dadas años antes para mejorar su suerte. La guerra civil que estalló en estos años entre este monarca y su hermano Alfonso, "hombre de paja" de la nobleza, dio motivo a nuevos alborotos antisemitas. La lista de ejemplos sería interminable.
La solución será dada de forma dramática por los Reyes Católicos al expulsar a la comundad judía en 1492.

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