24 dic 2014

SANCHO IV DE CASTILLA Y FERNANDO IV: REPRESIÓN, APACIGUAMIENTO E INTERVENCIONISMO ARAGONÉS

El ascenso de Sancho IV al trono de Castilla puede ser interpretado como un triunfo de la nobleza. En efecto, Alfonso X el Sabio había visto su prestigio enormemente quebrantado por algunos de los más preeminentes clanes nobiliarios. Él mismo estaba casado con la hija del infante don Alfonso, señor de Molina.
Sin embargo, ni el nuevo soberano estaba dispuesto a que la institución monárquica siguiese tan malparada coo en los anárquicos años precedentes, ni todo el estamento nobiliario formaba un bloque incondicional a su persona. Por el contrario, los elementos hostiles no carecían de fuerza: los partidarios de los infantes de la Cerda; Juan Núñez de Lara, señor de Albarracín, y el infante don Juan, que siempre adoptó una política un tanto tortuosa, llegando en los momentos de mayor tensión a pasarse al campo musulmán.
De hecho, las relaciones de Sncho IV con la nobleza castellana quedaron centrados en torno a dos problemas. El primero, la actitud de Lope Díaz de Haro, el poderoso señor de Vizcaya, temeroso de la vuelta a Castilla de sus enemigos, los Lara, refugiados en Aragón. Sancho IV adoptó hacia él una política en exceso deferente, haciéndole mayordomo y apoderado de todas las fortalezas del reino. Tal valimiento acabó, sin embargo, de forma violenta, al ser ejecutado por el rey en Alfaro (1288) durante una jornada en la que el infante don Juan, hermano del propio monarca, se libró de la muerte sólo por la directa intervención de la reina. La tragedia de Alfaro es el prólogo de las sangrientas jornadas que ha de vivir Castilla a lo largo de toda la Baja Edad Media.
El segundo problema grave que se le planteó a Sancho IV lo representaban los infantes de la Cerda, quienes no habían renunciado a sus derechos al trono. Aunque contando con partidarios en Castilla, éstos no eran lo bastante numerosos. Hubieron de recurrir a la ayuda aragonesa. El primogénito, Alfonso, fue coronado en Jaca, pero ello no cambió en nada la sitiación. Sancho IV firmó un tratado con Felipe IV de Francia (Lyon 1288) para contar con un aliado frente a una eventual intervención aragonesa. Las algaradas de los infantes y los nobles exiliados en la zona fronteriza castellano-aragonesa apenas si conmovieron al cada vez más sólida posición de Sancho IV. Más aún, con el retorno de los Lara a Castilla en 1290, la oposición nobiliaria, tanto en el interior como en el exterior, pierde gran parte de su fuerza. El monarca castellano pudo dedicar así los últimos años de su vida a sus empresas antimusulmanas.
La moniridad de Fernando IV supone otro período de profundas perturbaciones, de las que la nobleza y Jaime II de Aragón van a ser protagonistas de primera fila. La reina madre, María de Molina, vio su regencia disputada por los grandes magnates: el infante don Juan, Juan Núñez de Lara, Diego López de Haro y el viejo infante don Enrique, hermano de Alfonso X.
Tal coyuntura fue aprovechada por Jaime II de Aragón para intervenir de forma directa en los asuntos castellanos, apoyando la candidatura de los infantes de la Cerda y reivindicando el reino de Murcia. De ahí las negociaciones establecidas para desmembrar Castilla: para el infante don Juan quedarían León, Galicia y Extremadura; para don Alfonso de la Cerda, Castilla, Córdoba, Jaén y Murcia, bajo compromiso posterior de cesión de este último territorio a los aragoneses.
Para llevar a cabo estos proyectos fueron formados dos ejércitos: uno al mando de Alfonso de la Cerda, con base de operaciones en Almazán, y otro al frente del infante don Pedro, hermano de don Jaime, a quien se prometió Cuenca por tales servicios.
León cayó en manos de los conjurados, pero el infante don Pedro moría al sitiar Cuenca. en la zona de Murcia, la actuación del adelantado don Juan Manuel, nieto de Alfonso X el Sabio y enemigo de los de la Cerda, no consiguió detener el paseo militar en que se convirtió la invasión aragonesa. La abundancia de población catalana en el territorio facilitó sin duda los planes de Jaime II. Sólo algunas plazas, como Lorca, consiguieron verse libres de la embestida. Sobre la marina alicantina (Denia-Villajoyosa) y en las tierras interiores en torno a Alcoy, Roger de Lauria, Bernat de Sarriá, Conrado Lanca y otros súbditos de la Corona aragonesa crearán grandes dominios.
La situación podía parecer angustiosa para María de Molina, pero en realidad los personajes que se habían coaligado frente a ella estaban unidos por intereses puramente circunstanciales. Haros y Laras volverán a la obediencia. Y sobre todo, la regente contaba con sólidos apoyos: el estado llano -las ciudades-, con cuya ayuda supo contar en los momentos más difíciles. Su lealtad y la de algunos miembros de la pequeña nobleza -el caso de Alfonso Pérez de Guzmán es todo un símbolo- supondrán los principales soportes de la autoridad monárquica frente a los intereses egoístas de la oligarquía nobiliaria.
Fernando IV era proclamado mayor de edad en 1301. Lasdiscordias internas parecían calmadas por el momento. Sin embargo, pronto dos grupos habrán de disputarse la privanza: uno, el formado por el infante don Enrique, Diego López de Haro, señor de Vizcaya, y Juan Alfonso de Haro, señor de Cameros; el otro, integrado por el infante don Juan, Juan Núñez de Lara y sus parciales. Los criterios de este grupo serán los que acaben por prevalecer: acuerdos de paz con Aragón y prosecución de las operaciones militares en la zona del Estrecho.
El infante don Juan Manuel fue el primer comisionado para negociar con Jaime II. Sin embargo, seguía su propio juego: solicitar la mano de una hija del monarca aragonés, que aportaría como dote las zonas de Murcia que él había ocupado. A cambio de ello, el infante se comprometía a reconocer a don Jaime como señor natural y servirle contra sus enemigos, salvo Castilla, siempre que ésta no le hostilizase. Tales proyectos no condujeron a salida positiva alguna para solventar las cuestiones pendientes entre los dos grandes estados ibéricos.
Sólo en 1304, entre Agreda y Tarazona, los dos reinos rivales llegaron a un acuerdo, en el que Portugal actuaba de mediador. Pese a la vaguedad de sus térnimos, se puede decir, a grandes rasgos, que la línea fronteriza volvía a la situación anterior a la ruptura de hostilidades, con excepción de la actual provincia de Alicante, que se integraría en los territorios de la Corona aragonesa. Los sacrificados en los acuerdos eran el infante don Juan Manuel, que hubo de devolver Yecla y Alarcón, donde se había instalado sólidamente, y don Alfonso de la Cerda, que renunciaba a sus pretensiones a la Corona castellana, a cambio de algunas concesiones: Alba, Béjar, Valdecorneja, Gibraleón, Lemos, Real de Manzanares...
Quien mayores benefcios había sacado de la crisis interna en que se había debatido Castilla era Jaime II. En los años finales del reinado de Fernando IV y los comienzos de la minoría de edad de su heredero, Alfonso XI, la intervención aragonesa en los asuntos castellanos es bien patente, aunque haya cambiado de signo. No se tratará ya de agresiones de tipo militar con vistas a conseguir una expansión territorial, aunque sea limitada, sino de una penetración mucho más sutil: los enlaces matrimoniales de sus vástagos con infantes castellanos, el procedimiento más diplomático para mantener la influencia aragonesa en el reino vecino, en unos momentos en que éste atravesaba nuevas dificultades.

VISITA MI WEB EN EL SIGUIENTE ENLACE


No hay comentarios: