La prematura muerte de Fernando IV desatará de nuevo la anarquía en Castilla. Los equipos regentes del nuevo monarca, Alfonso XI, se suceden al mismo ritmo que las intrigas palaciegas. En el primero, dos grupos se disputaban el poder: el encabezado por el infante don Juan y la reina madre Constanza, y el dirigido por la singular María de Molina, su hijo, el infante don Pedro, y don Juan Manuel. En 1313 ambos llegarán a un acuerdo en Palenzuela.
La desaparición de algunos de estos personajes y la entrada en liza de otros nuevos da a la vida política castellana un ritno trepidante y anárquico. La reina Constanza desaparece en estos años; en 1319, los infantes don Juan y don Pedro mueren en la vega de Granada, y en 1321 muere también María de Molina. La tutoría del monarca queda repartida entonces entre el infante don Felipe, hijo de la fallecida reina, sólidamente asentado en Andalucía; don Juan Manuel, fuerte en Toledo y las Extremaduras, y don Juan el Tuerto, hijo del infante don Juan, que recorría Castilla tratando de hacer adeptos.
Como en ocasiones anteriores, las ciudades del reino habrán de ser las que se vean obligadas a dar una solución frente a tan caótica situación. Las Cortes de Carrión de 1317 y las de Medina del año siguiente intentaron una avenencia entre los regentes. Los propios concejos andaluces, actuando por cuenta propia, firmaron en 1320 una tregua con Granada. Por último, las Cortes reunidas en Valladolid en 1325 proclamaron mayor de edad a Alfonso XI.
El gobierno de este monarca -poco estudiado, por otra parte- marca el momento culminante de la historia de la Castilla medieval.
La primera preocupación en el orden interno había de ser la de acabar con la secuelas de su tenebrosa minoridad. Las tácticas de dureza y de diplomacia serán utilizadas alternativamente por el monarca. Víctimas de la primera serán, entre otros, el infante don Juan el Tuerto y Alvar Núñez de Osorio. Otros destacados personajes conseguirán beneficiarse de una serie de avenencias. Don Alfonso de la Cerda le rince pleitesía en 1331, dejando saldado para siempre el pleito dinástico. Don Juan Manuel, que se había desnaturado por sus diferencias con el nuevo monarca, llegará a un acuerdo con él y será señor de Villena. Juan Núñez, casado con una hija de don Juan el Tuerto y representante de los intereses de las casas de Haro y de Lara, acabará por firmar también las paces con el rey.
Toda esta serie de concordias, más o menos forzadas, entre el monarca y los grandes magnates, se materializará luego con la presencia de todos ellos en la jornada del Salado, como canalizació de los impulsos de la nobleza en una empresa "nacional".
Eliminada la anarquía nobiliaria, Alfonso XI dio nuevos pasos en pro de una centralización del poder. Su bisabuelo, Alfonso X el Sabio, ya había sentado un precedente con las Partidas, que trataron de dar un fundamento jurídico sólido a la institución monárquica. El esfuerzo quedó de momento en pura teoría, obstaculizado por la alborotada actitud de la nobleza durante tres décadas. Alfonso XI, sin embargo, con el Ordenamiento de Alcalá de 1348 dará un paso decisivo en este terreno. Decisivo, sí, pero no definitivo.
Los últimos años de su reinado se van a presentar como una simple pausa en lo que ya se estaba antojando una interminable pugna entre la nobleza y la monarquía.
La desaparición de algunos de estos personajes y la entrada en liza de otros nuevos da a la vida política castellana un ritno trepidante y anárquico. La reina Constanza desaparece en estos años; en 1319, los infantes don Juan y don Pedro mueren en la vega de Granada, y en 1321 muere también María de Molina. La tutoría del monarca queda repartida entonces entre el infante don Felipe, hijo de la fallecida reina, sólidamente asentado en Andalucía; don Juan Manuel, fuerte en Toledo y las Extremaduras, y don Juan el Tuerto, hijo del infante don Juan, que recorría Castilla tratando de hacer adeptos.
Como en ocasiones anteriores, las ciudades del reino habrán de ser las que se vean obligadas a dar una solución frente a tan caótica situación. Las Cortes de Carrión de 1317 y las de Medina del año siguiente intentaron una avenencia entre los regentes. Los propios concejos andaluces, actuando por cuenta propia, firmaron en 1320 una tregua con Granada. Por último, las Cortes reunidas en Valladolid en 1325 proclamaron mayor de edad a Alfonso XI.
El gobierno de este monarca -poco estudiado, por otra parte- marca el momento culminante de la historia de la Castilla medieval.
La primera preocupación en el orden interno había de ser la de acabar con la secuelas de su tenebrosa minoridad. Las tácticas de dureza y de diplomacia serán utilizadas alternativamente por el monarca. Víctimas de la primera serán, entre otros, el infante don Juan el Tuerto y Alvar Núñez de Osorio. Otros destacados personajes conseguirán beneficiarse de una serie de avenencias. Don Alfonso de la Cerda le rince pleitesía en 1331, dejando saldado para siempre el pleito dinástico. Don Juan Manuel, que se había desnaturado por sus diferencias con el nuevo monarca, llegará a un acuerdo con él y será señor de Villena. Juan Núñez, casado con una hija de don Juan el Tuerto y representante de los intereses de las casas de Haro y de Lara, acabará por firmar también las paces con el rey.
Toda esta serie de concordias, más o menos forzadas, entre el monarca y los grandes magnates, se materializará luego con la presencia de todos ellos en la jornada del Salado, como canalizació de los impulsos de la nobleza en una empresa "nacional".
Eliminada la anarquía nobiliaria, Alfonso XI dio nuevos pasos en pro de una centralización del poder. Su bisabuelo, Alfonso X el Sabio, ya había sentado un precedente con las Partidas, que trataron de dar un fundamento jurídico sólido a la institución monárquica. El esfuerzo quedó de momento en pura teoría, obstaculizado por la alborotada actitud de la nobleza durante tres décadas. Alfonso XI, sin embargo, con el Ordenamiento de Alcalá de 1348 dará un paso decisivo en este terreno. Decisivo, sí, pero no definitivo.
Los últimos años de su reinado se van a presentar como una simple pausa en lo que ya se estaba antojando una interminable pugna entre la nobleza y la monarquía.
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