30 dic 2014

LA GUERRA ENTRE LOS DOS PEDROS (II)

La segunda fase de la "guerra de los Pedros" no se haría esperar demasiado, pese a los acuerdos suscritos entre ambos soberanos. Para Pedro I, la paz de Terrer no fue otra cosa que la nacesaria tregua para resolver una serie de asuntos pendientes en la frontera con Granada. En efecto, en el reino nazarí había estallado una guerra civil en la que Muhammad V fue depuesto por Abud-Said (el "rey Bermejo"). Siguiendo la tónica de sus expeditivos procedimientos, el monarca castellano citó en Tablada (enero de 1362) al usurpador, a fin de entrar en negociaciones. Éstas terminaron dramáticamente al matar Pedro I, con su propia mano, a Abud Said, so pretexto de haber colaborado con Aragón en años anteriores.
Asegurada la frontera sur, el rey de Castilla se consideró lo bastante fuerte como para reanudar sus hostilidades contra los aragoneses. Tal iniciativa suponía ir deslizando cada vez más alos reinos peninsulares hacia el conflicto general en que se debatía el Occidente europeo. En efecto, por Pedro I tomaba partido Navarra, a la vez que Inglaterra procuraba por todos los medios cobrarse sus simpatías. No en balde -al poco de firmarse el acuerdo de Bretigny- Eduardo III, siguiendo una linea de conducta semejante a la mostrada tras su victoria en Winchelsea, se mostró dispuesto a dar a los mercaderes castellanos el mismo trato de favor que habían disfrutado bajo la administración francesa en todos los puertos de Gascuña. Pedro IV contaba con la alianza de la monarquía francesa; pero el territorio sobre el que esta jerarquía ejercía su autoridad, tras los humillantes acuerdos con sus rivales, era una extensión harto reducida. Las regiones de Gascuña, Aramagnac, Guyena, Périgord, Poitou, Limousin, Saintonge y las cabezas de puente de Calais y Ponthieu (un tercio del territorio francés aproximadamente) se encontraban bajo control inglés. Ello sin contar los apanages, porciones del dominio real administradas por parientes del rey, de fidelidad más que dudosa.
Esto explica el que la iniciativa corriera, desde los primeros momentos, de parte castellana. Las fuerzas de Pedro I, en ofensiva fulminante, se plantaban delante de Calatayud. Ante tan desesperada situación, Pedro IV se vio forzado a restablecer su amistad con Enrique de Trastámara y a contratar los servicios de las terribles bandas de mercenarios del mariscal Arnoul d'audrehem.
Sin embargo, la efectividad de estos auxilios se hizo esperar para los aragoneses, no sólo por la lentitud de las negociaciones para contratar mercenarios, sino también por las diferencias surgidas entre los exiliados castellanos. En efecto, Enrique de Trastámara estaba dejando traslucir de forma inequívoca sus deseos de sustituir en el trono castellano a Pedro I, y esto suponía para sus parciales una ilegal usurpación, que repugnaba al espíritu de la mayoría. el momento psicológico oportuno no había llegado a su madurez todavía para los ambiciosos planes del bastardo.
Estas diferencias pudieron ser aprovechadas por Pedro I para profundizar en su ofensiva. Calatayud, Fuentes y Daroca cayeron en sus manos. La línea de defensa aragonesa se centró en torno a dos puntos claves: Zaragoza y Daroca, en donde las fuerzas castellanas se vieron frenadas. No ocurrió lo mismo en las zonas meridionales de la Corona aragonesa, donde el monarca castellano se apoderó de Teruel, Alfambra y Ademuz, llegando sus vanguardias a amenazar directamente la propia Valencia. Sin embargo, la lejanía de sus bases de operaciones y la proximidad de los refuerzos de mercenarios obligaron a Pedro I, tras esta decisiva demostración de fuerza, a un ordenado repliegue.
Se llegó de nuevo a la paz por los acuerdos firmados en Murviedro en 1363, que suponían una terrible humillación para los aragoneses, por cuanto se vieron obligados a renunciar a algunas de las plazas que sus rivales habían ocupado en el transcurso de las operaciones bélicas.
Las negociaciones no produjeron satisfacción en ninguno de los dos lados: ni en el aragonés, excesivamente dolido por las amputaciones territoriales, ni en el de Pedro I, or cuanto argumentaba que su rival no había cumplido sus compromisos de neutralizar la actuación del Trastámara y demás destacados exiliados castellanos. Parece que Pedro IV actuaba con evidente mala fe en este terreno. sin embargo, el hecho cierto es que, salvadas las últimas diferencias entre los nobles castellanos antipetristas, Enrique de Trastámara se iba convirtiendo en el jefe indiscutible de todos ellos.

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