14 nov 2014

REPOBLACIÓN DE LOS TERRITORIOS CONQUISTADOS (I)

La repoblación de los territorios conquistados al Islam español comenzó inmediatamente después de acabarse las campañas militares, aunque hubo de ser forzosamente lenta y realizarse a largo plazo, dadas las enormes extensiones de territorio incorporadas a los reinos cristianos y el escaso potencial demográfico de éstos. De hcho, aún no se había completado del todo al comienzo del reinado de los Reyes Católicos. En general, sólo los núcleos urbanos recibieron masas apreciables de repobladores, quedando vacías las zonas en las cuales la población islámica había sido arrasada y continuando habitadas aquellas otras en que la rendición fue pacífica y las capitulaciones habían asegurado su supervivencia.
A pesar de presentar rasgos comunes, diferentes en su conjunto de los del poderío anterior, la repoblación de Castilla y Aragón presenta notables diferencias que, por otra parte, se manifiestan a veces dentro de las diferentes regiones de un mismo reino, atendiendo sobre todo a sus características geográficas y humanas así como a la forma en que habían sido incorporadas. En la repoblación castellana del siglo XIII prevalecieron los criterios usados en épocas precedentes, es decir, el reparto a medias entre el rey, apoyado en los concejos municipales, y las órdenes militares o las grandes dignidades eclesiásticas, cuyo papel en la reconquista había tenido una entidad militar, económica e ideológica que superó en muchas ocasiones a la de los propios monarcas. Es por esto que una buena parte de Andalucía pasó a depender directa o indirectamente de la sede primada de Toledo.
El carácter de la repoblación catalano-aragonesa siguió por otros derroteros. En las zonas dependientes de la Corona de Aragón fue dirigida hasta sus más mínimos detalles por la realeza. Las causas de todo esto no fueron caprichosas; la gran extensión de las zonas conquistadas y su economía eminentemente pastoril obligaron a mantener en Andalucía y la baja Extremadura el sistema latifundista de enormes jurisdicciones, perteneciente al régimen musulmán precedente, lo que simplificaba los problemas de reparto y liberaba las manos de la Corona castellana, permitiéndole desentenderse de las grandes zonas poco pobladas. En contrapartida, la menor extensión territorial de la zonas valencianas y balear facilitaba la tarea del reparto, pudiendo hacerse una distribución más amplia de las bien regadas e intensamente cultivadas tierras, no sólo en aquellos aspectos concernientes a la propiedad de la tierra, sino en los que derivan de su jurisdicción.
La repoblación de Andalucía se realizó en dos etapas. Una primera se desarrolló inmediatamente finalizada por Fernando III la conquista de la región, y la segunda durante el reinado de Alfonso X el Sabio, tras la rebelión de 1263. Si en aquélla época se asentó preferentemente en parte de la cuenca del Guadalquivir y zonas montañosas de su curso alto, en ésta se repobló la región occidental de Andalucía y aquellas comarcas béticas en las que se había mantenido hasta entonces, en calidad de tributaria, la población musulmana.
Las primeras conquistas de Fernando III fueron adjudicadas en su mayor parte a las órdenes de Calatrava y Santiago, así como a la mitra arzobispal de Toledo, reservándose la monarquía una tercera parte solamente de las zonas recientemente incorporadas. Las extensas regiones de la cuenca media del Guadalquivir, ocupadas por capitulación en 1240, mantuvieron la mayor parte de la población musulmana, por lo que no pudieron ser repobladas en una etapa inmediata. Sólo la capital, Córdoba, se repobló, siendo tan enorme la afluencia de emigrantes venidos a poblarla, que pronto faltaron los lugares habitables. La conquista de las zonas aledañas, realizada posteriormente, vendría a paliar el problema. Caso diferente sería Sevilla, antigua capital almohade, cuya población islámica la abandonó en su mayoría, permitiendo la casi total repoblación y reparto de la comarca, de la cual la Corona se reservó la mejor parte. Se crearon dos consejos, el segundo de los cuales, cuya superficie se extendía desde Reina, en la actual provincia de Badajoz, hasta Lebrija, y desde el Guadalquivir hasta el Guadiana, no pudo ser repoblada en su totalidad por el rey, dado que una gran parte de estas comarcas se rindió por capitulación, permaneciendo por tanto su población original, y otra parte había sido conquistada por las órdenes militares. De hecho, el monarca se tuvo que conformar con repoblar la ciudad sevillana y sus alrededores, en los que se asentaron grandes masas de población, que mantenían una cierta configuración, debido a las características portuarias de Sevilla. A tal efecto se crearon segundos barrios o cuarteles "de francos" y "de mar". Con la repoblación de Sevilla acabó la primera etapa, desarrollada en la baja Andalucía.
La segunda tuvo lugar después de sofocada en 1263 la rebelión musulmana que había puesto en armas varias zonas ya ocupadas. Expulsados los rebeldes de sus lugares de asentamiento, se procedió a llenar los huecos demográficos con nuevos grupos de inmigrantes. Es necesario precisar que la población andalusí de algunos lugares había abandonado espontáneamente y con anterioridad a 1255 muchas de las tierras que por efecto de las capitulaciones le correspondían, lo que habría de facilitar el reparto posterior a los inmigrantes. La repoblación de las zonas realengas, es decir, pertenecientes a la Corona, la llevaban a cabo comisiones de partidores designadas por el mismo rey y compuestas por regla general de una dignidad eclesiástica, un magnate y un técnico. Las operaciones de recuento, medición y demás labores comenzaban por el casco urbano y se extendían luego por su jurisdicción inmediata. Como todas se realizaban lentamente y duraban en ocasiones bastante tiempo, se procedía, según se hacían los recuentos, a la repartición y asentamiento correspondientes. En las pequeñas poblaciones, el casco urbano se dividía en cuatro partes, correspondiendo una a los funcionarios reales, otra a las dignidades laicas o eclesiásticas, la tercera a la Iglesia y la última al concejo respectivo. Ésta se repartía entre peones, caballeros de linaje y nuevos caballeros, correspondiendo lotes algo superiores a los segundos, mas siendo controlado su número, debido a la alarma que producía en la población su calidad de hombres de armas.

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