5 nov 2014

EL IMPERIO OCCITANICO. JAIME I (y II)

El rey tenía que hacer la guerra a cada uno de los grupos nobiliarios, apoyándose en los que le habían permanecido fieles. En consecuencia, los otros se veían precisados a reunirse entre sí, a fin de no ser aniquilados. Como justificación de su actitud, exigieron la reforma del reino, el destierro de los malos consejeros y el nombramiento de otros nuevos, la reparación de agravios cometidos por el rey y sus oficiales y la concordia entre aquél y los barones. Querían que el rey los consultase en sus decisiones y participar de esta forma en el gobierno, que acaso monopolizaban unos pocos. En 1224 hay una confederación de nobles aragoneses y catalanes, ligados entre sí por juramentos y por la entrega mutua de castillos. Jaime I y sus consejeros van deshaciéndose de esos peligros como pueden, esta vez a base de concesiones, pues al año siguiente vemos al rey acompañado en su consejo por gran parte de los que acababan de alzarse contra él. También confirma los fueros a las ciudades levantiscas. Éstas adoptan actitudes cada vez más amenazantes, sobre todo en la hermandad de 1226, que sólo fue deshecha cuando el imspirador de casi todos estos conflictos, el infante don Fernando se sometió con los otros nobles que seguían su partido. En cuanto a las ciudades, se llegó a un arbitraje por el que revocaban todas las juras y hacían homenaje al rey por sí y por sus concejos; éste ponía en libertad a cuantos tenía en prisión, y ellos perdonaban las injurias que hubieran recibido de los oficiales del rey, quien volvió a confirmar sus fueros, usos, costumbres y privilegios.
En medio de estos acontecimientos se había producido un fenómeno importante. Al tiempo que el rey crecía e iba adquiriendo una gran experiencia, impropia de sus años, encontraba el camino que iba a solucionarle el fastidioso problema nobiliario: a reanudación de la Reconquista. En 1222, Jaime I había hecho sus prieras armas contra los musulmanes en el asedio de Castejón. Pero es sólo a partir de 1225 cuando puede realizar alguna empresa de cierta importancia. Después de escapar de Zaragoza, donde el partido de don Fernando lo tenía prácticamente secuestrado, marchó a Tortosa y de allí a Horta, desde donde convocó a las milicias para que, en virtud de la obligación feudal que tenían de servirle, se juntaran en Teruel, pues pensaba ir contra los infieles. Fue luego a poner sitio a Peñíscola; mas las querellas internas le hicieron volver de nuevo. Mientras éstas seguían enredándose con motivo de la muerte de Pedro Ahones, uno de los más importantes ricoshombres de Aragón, el rey se hacía con un ejército adiccto que iba a ayudarle a imponer su autoridad. En 1227, pacificado Aragón, marchó a Cataluña, que estaba siendo víctima de una gran carestía. Hay una serie de medidas económicas tomadas ese año que denotan la atención preferencial que el Conquistador va a prestar en lo sucesivo a este país. Se prohibió que las naves extranjeras que atracasen en el puerto de Barcelona cargaran en él mercancías para los puertos de Ceuta, Alejandría y Siria, mientras hubiese disponibles barcos catalanes que pudiesen hacer ese servicio. También se ocupó de asegurarse el condado de Urgel de una manera original. La heredera, Aurembiaix, había sido despojada de sus derechos por su tío Gerau de Cabrera. Jaime I se avino a colaborar con ella en la recuperación, y firmaron un contrato de concubinato. Si tenían algún descendiente, éste heredaría el condado de Urgel. Pero pronto Jaime I y los catalanes iban a concordar mejor sus intereses en una empresa común: la conquista de Mallorca, que abría el capítulo de las grandes gestas reconquistadoras del rey aragonés.

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