
La negativa del Rey Sabio a seguir combatiendo en Navarra, agravada por esta concesión hecha al francés, producía una grave tensión entre Alfonso X y su hijo Sancho, que mantenía puntos de vista contrarios. La aversión a los franceses, cuya presencia en Pamplona resultaba peligrosa para todos, le acercaron cada vez más a Pedro III de Aragón. En 1281, casi por la fuerza, obligó a su padre a celebrar con él una entrevista en El Campillo, entre Tarazona y Ágreda, en la que los reyes de Aragón y Castilla acordaron repartirse Navarra, si bien en secreto el infante don Sancho había prometido a Pedro III entregarle la parte que le correspondiera. Con ello, el heredero de Castilla apuntaba a algo más que a atajar la amenaza francesa sobre España; más allá incluso que a impedir la instalación en sus estados de los infantes de la Cerda. El irascible e impetuoso príncipe maquinaba ya la destitución de su padre, el complaciente Alfonso X.
El proyecto encontró en seguidabuena acogida en los otros reinos peninsulares, por estar más acorde con sus intereses que el débil e inepto gobierno del que Alfonso X venía dando abundantes muestras. Sancho se mostraba acérrimo enemigo de los franceses, y ello le ganó la alianza del rey de Aragón y del de Portugal, don Dionís. En el interior el desgobierno, la alteración de la moneda y los impuestos tenían enajenados a los mas de los nobles con el rey de Castilla. En 1281 éste había reunido Cortes en Sevilla, y quiso en ellas poner en marcha su propósito de separar el reino de Jaén para su nieto don Alfonso de la Cerda. Esto le granjeó la oposición de los procuradores de las ciudades, ya disgustados por la medida que acababa de imponerles de disminuir el peso de la moneda. Don Sancho, cada vez más seguro de poder atraerse a la mayoría del reino, convocó Cortes en Valladolid, apoyado por los demás hermanos. A ellas acudieron representantes e la nobleza, clero y estado llano. Las Cortes negaron a Alfonso la capacidad para dividir el reino, afirmando su indivisibilidad. Era una rueba de la madurez del Estado medieval, que se manifestaba entre otros reinos peninsulares, como Aragón, cuyos monarcas quedan muy pronto obligados a jurar esa indivisibilidad antes del comienzo de su reinado. A propuesta del infante don Manuel, las Cortes suspendieron a Alfonso de sus funciones y otorgaron a don Sancho plenos poderes, pero preservando a su padre el título de rey mientras viviera.
La ofensa era excesiva para que Alfonso X no raccionara. En Sevilla desheredó a su hijo e hizo que el Papa Martín IV lanzara sentencia de excomunión contra cuantos siguieran al partido del príncipe. Después, el desacatado padre se fue en demanda de apoyo del rey de Marruecos, Abu Yusuf, quien acudió a Sevilla con un ejército y una fuerte suma de dinero. Alfonso X apenas era reconocido más allá de la capital andaluza. Pero con el apoyo marroquí, que recorrió la tierra, taló árboles y arrebató cuanto ganado vacuno pudo para la demedrada ganadería de su reino, consiguió poner en un serio aprieto a don Sancho. Éste se procuró el apoyo de la nobleza, estrechando lazos familiares con las principales familias. Él mismo se casó con María Alfonso de Meneses -más conocida en la Historia como María de Molina-, heredera de esta ilustre familia palentina. A pesar de todo, el peso de las ideas legitimistas hacía perder a Sancho partidarios, que uno tras otro iban a prestar fidelidad a Alfonso X, empezando por sus hijos don Juan y don Jaime. Así las cosas, el rey fallecía en abril de 1284. Tres meses antes había otorgado testamento, declarando heredero a su nieto, don Alfonso de la Cerda, y a sus descendientes. Si éstos llegaban a desaparecer, los derechos pasarían al rey de Francia. Sevilla y Badajoz quedaban separadas de Castilla, otorgándolas al infante don Juan, y Murcia era entregada a don Jaime. Pero nada podrían hacer ya estos delirios seniles de Alfonso el Sabio. Una vez muerto, su hijo Sancho se alzaba fácilmente con la sucesión e impedía la partición de sus estados.
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