22 nov 2014

ALFONSO X EL SABIO (IV). UN REY IMPOPULAR.

Apenas había zanjado el castellano los problemas de Andalucía -bien que a su plena satisfacción-, cuando otros nuevos distrajeron su atención, que ya por entonces se le escapaba de manera obsesiva hacia la consecución de la corona imperial. Esta vez fueron los nobles los encargados de volverle a la realidad. Casi todo el siglo XIII está dominado en cualquiera de los reinos de la Península por la cuestión nobiliaria. En todas partes obedecen a los mismos motivos: oponerse a la tendencia absolutista de la monarquía mediante diferentes procedimientos, aprovechando cualquier oportunidad. Los motivos alegados en Castilla eran diversos e importantes. Existía en el fondo un grave malestar entre los nobles, a causa del ascendiente que en la corte del Rey Sabio habían adquirido los juristas y hombres de letras, en menoscabo de ciertas funciones hasta entonces reservadas a ellos. Además, los juristas eran los que más apoyaban las tendencias absolutistas de la monarquía. Pero había otros motivos más concretos y más próximos. Uno de ellos era el malestar económico, cuya causa se achacaba a los excesivos gastos motivados por el "fecho" del Imperio, la liberalidad del rey y el lujo en la corte. Para atenderlo, Alfonso X había tenido que recurrir a devaluar la moneda, subir la tasa de las mercancías y a exigir tributos extraordinarios, lo que hizo al rey muy impopular entre sus súbditos.
De esa impopularidad se aprovecharon los nobles, que intentaron utilizarla en su propio provecho. Querían recuperar el terreno perdido en el gobierno e incrementar los beneficios que venían obteniendo de la realeza, sobre todo en la recién conquistada Andalucía, donde se consideraban perjudicados por los repartimientos que últimamente se hacían a favor de los repobladores allí instalados. Un último motivo les dio pie para provocar el enfrentamiento: en 1269 había acudido a Sevilla el infante don Dionís de Portugal, y Alfonso lo eximió del vasallaje que debía prestar a Castilla por el Algarve. La oposición nobiliaria se agrupó en torno al infente don Felipe, hermano del rey. En ella figuraban don Nuño González de Lara, con cuya sobrina estaba casado don Felipe; don López Díaz de Haro, señor de Vizcaya; don Esteban Fernández de Castilla y otros. En noviembre de 1269, con ocasión de la boda del hijo primogénito de Alfonso X, don Fernando de la Cerda, con Blanca de Francia, hija de San Luis, se había reunido en Burgos personalidades de toda Europa. Allí los conjurados, que previamente habían tenido una junta en Lesma, trataron de entrar en contacto con el partido güelfo, a fin de aparecer como partidarios del pontificado, para conseguir su apoyo.
También habían intentado atraer a su causa a Jaime I, que antaño protegiera a alguno de ellos. Mas las cosas habían cambiado mucho. El viejo monarca aragonés había podido experimentar en sus muchos años de reinado cuán arduo era enfrentarse a la nobleza, con la que había tenido que malgastar sus mejores energías. Por eso ahora se mantiene fiel a la amistad que le liga con su yerno, y hasta le da consejos dictados por su larga experiencia sobre cómo mniobrar mejor entre la levantisca nobleza.
No obstante, la llamada de los asuntos exteriores forzó a Alfonso X a una serie de capitulaciones consecutivas. En Burgos, las relaciones del rey y los nobles se habían agriado considerablemente, hasta el punto de que la mayor parte de éstos se desnaturalizaron, esto es, habían devuelto los honores que tenían del rey y le habían abandonado, acogiéndose a la protección del de Granada. Para suavizar tensiones con el reino y restar partidarios a los rebeldes, Allfonso convocó en Almagro en 1272 a los demás representantes de la nobleza y les rebajó los tributos que las Cortes le habían concedido con motivo del matrimonio del infante de la Cerda. El servicio extraordinario que debería cobrarse durante seis años se reduciría a cuatro, y el tiempo de percepción de la décima parte de las mercancías que entraban y salían del reino quedó limitado a diez. Esto le ganó muchos adeptos. Pero al poco tiempo capitulaba ante los nobles, que fueron invitados a regresar de su destierro voluntario, extendiéndose una amnistía general a todas las cuestiones que los separaban del monarca. Alfonso X se preparaba nuevamente para hacer valer sus pretensiones a la corona imperial.

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