22 oct 2014

SIGLO XIII. ORGANIZACIÓN DE LOS ESTADOS PENINSULARES (I)

Ya hablamos con anterioridad sobre las vicisitudes externas por las que corrieron los estados espaloles desde que una nueva luz se encendiera para ellos con la desintegración del califato andaluz y desde que los aires de recuperación, comunes a todo Occidente, invadieran también la España cristiana. Como no podía ser menos, semejante movimiento expansivo afectó también a la organización política de los estados. Los poderes universales intentaron ordenarr la vida de Occidente bajo su propia soberanía, destacando -en lo que a España se refiere- el esfuerzo que, como se ha visto, realizó el pontificado con esa finalidad. También se notó suficientemente el intento de ordenar la Península como un pequeño orbe, con su propio emperador, heredado de la vieja tradición gótico-leonesa. Al lado de estos esfuerzos por subordinar unos estados a otros, se produce otro proceso de reestructuración interior, que consideramos mucho más importante que el anterior, y que afecta a la constitución misma de los estados. Éstos son la forma suprema de ordenación de una sociedad. Por su misma dinámica interna, se transmutan hacia una perfección mayor o menor de los mismos, según que la sociedad progrese o se empobrezca. En consecuencia, la era de avances que venimos señalando desde hace dos siglos hubo de provocar un movimiento de progreso y perfeccionamiento de la máquina estatal, capaz de hacerla apta para regir a la nueva sociedad.
Semejante progreso lo llevan a cabo las diferentes fuerzas vivas que laten en ella. Unas ocupan ya un lugar, y tratan de conservarlo y mejorarlo; otras, en cambio, saltan por primera vez a la escena política, y tienen que abrirse paso a costa de grandes esfuerzos y de recurrir, en ocasiones, a la violencia. En el primer caso se encuentra la monarquía y la nobleza, cuyo afán de engrandecimiento no tardará en enfrentarlos entre sí. Al segundo grupo pertenecen los hombres libres de ciudades y villas, que, aliándose unas veces con la nobleza y otras con la monarquía, conseguirán ocupar un importante lugar en el gobierno del país. Como motor de transformaciones políticas, hay que señalar también las ideologías en las que diferentes grupos sociales buscarán apoyo para sus posturas. La corriente de pensamiento que más novedades aporta en este período es la recepción del derecho, fruto del renacer universitario y de sus estudios del derecho romano, localizado por primera vez en Bolonia, desde el siglo XII, y luego difundido por todo el continente. Las normas de derecho público emanadas por la legislación romana del Bajo Imperio -recuérdese que el derecho que se resucita es el codificado por Justiniano en el siglo VI- se utilizarán por unos y por otros según sus propias conveniencias; pero servirán de un modo especial a la monarquía en su marcha hacia el absolutismo y cooperarán también, de paso, a robustecer la idea misma de Estado.
Este robustecimiento, por cierto muy necesario, es el rasgo más sobresaliente del nuevo sistema. En la etapa anterior, el Estado se había feudalizado, siguiento en ello la misma dirección decadente que había emprendido la sociedad. Eso suponía un enorme debilitamiento de la institución estatal. El poder público, que vincula los súbditos al monarca, casi desaparece, siendo sustituído por relaciones privadas de vasallaje. Las funciones públicas se feudalizan, a su vez, es decir, dejan de ser cumplidas por el Estado y quedan encomendadas a los particulares. No hay una legislación común para toda la sociedad, ni una justicia, ni un cuerpo encargado del mantenimiento del orden público. Cada zona, cada lugar se gobierna con independencia de los demás. Los señores adquieren cada vez mayor independencia para actuar en su dominio, obteniendo a veces el privilegio de la inmunidad, que les autoriza a percibir los impuestos, levantar mesnadas, administrar justicia y prohibir la entrada de los oficiales del rey. Bien es cierto que en los reinos cristianos españoles la feudalización no había sido tan completa como en el resto de Occidente, gracias a las particulares circunstancias dentro de las que hubieron de desenvolverse. Ello no obsta para que la fisonomía del Estado se hubiera vuelto aquí también borrosa y necesitara reafirmarse mediante un trazado fuerte de sus rasgos fundamentales. Hay además otra circunstancia que lo requería. El desarrollo de la sociedad, la expansión territorial y la aparición de nuevas actividades exigían que la organización estatal se ampliara y perfeccionase si no quería resultar inservible. Ello conducirá a la ampliación de los órganos políticos que, al agrupar a la sociedad en diferentes estamentos y participar todos ellos en el gobierno, convierten al Estado de feudal en estamental. Pero al mismo tiempo exigen una administración más numerosa y más diversificada en sus funciones. No bastan ya los viejos oficios, desempeñados en su mayor parte por miembros de la familia real o por afectos a ella. La organización patrimonial de la sociedad empieza a sufrir sus primeros embates. A su lado, un nuevo poder político, de naturaleza gris, pero de terrible eficacia llamado "burocracia", empieza a hacer su aparición en la historia occidental.

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