20 oct 2014

LOS ALMOHADES EN ESPAÑA (III)

Otra serie de encuentros estaban teniendo lugar en la línea del Tajo, frontera visible entre los reinos cristianos y el Imperio almohade. Se desarrollaba allí una guerra de posiciones, buscando los núcleos de población, provistos de fuertes defensas y agrupados en torno a los escasos manantiales de La Mancha y Extremadura.
Es en este momento cuando surgen en España, a imitación de las existentes en Palestina, las órdenes militares. La primera apareción en Calatrava en 1158, haciéndose cargo de esta plaza fuerte, abandonada por los templarios so pretexto de imposibilidad defensiva. Fue confirmada la orden por el Papa Alejandro III en 1164. Su fin económico, además del militar, no era despreciable si tenemos en cuenta que cobraba peaje a las numerosas recuas de mulos que, siguiendo el trazado de la antigua calzada romana, enlazaban comercialmente los reinos cristianos con Al-Ándalus. Poco después, y a ejemplo de los de Calatrava, surgían nuevas órdenes en Alcántara (1213) y Salamanca (1169), colocándose ésta última, que había sido fundada por un descendiente de la casa de Urgel, bajo la protección de Santiago el Mayor.
En la toma de Alcácer do Sal, ayudando a los portugueses en la ofensiva que emprendieron en el verano de 1158, y durante la cual cayeron en poder del rey de Portugal, Alfonso Enríquez, Évora y Beja, que hubo de abandonar al poco tiempo, se hizo famoso Geraldo Sempavor, el cual aprovechó la campaña para apoderarse de Cáceres Montánchez, Trujillo, Serpa y Juromenha. Beja habría de ser reconquistada en 1162.
Mientras tanto, Fernando II de León, asustado al pensar que los portugueses le iban a cerrar sus vías de expansión hacia el sur, entró en negociaciones con los almohades, las cuales culminaron con un tratado por el que los africanos se comprometían a colaborar con los leoneses en el mantenimiento del equilibrio en Extremadura. A tal efecto, cuando el 3 de marzo de 1169 las tropas portuguesas entraron en Badajoz, la guarnición musulmana sitiada en el castillo, pidió ayuda al rey leonés, que acudió en su socorro y derrotó a los sitiadores. Sus caudillos, Alfonso Enríquez y Geraldo Sempavor, prisioneros en la batalla, hubieron de cambiar su libertad por las plazas de Trujillo, Santa Cruz y Montfrag.
Un posterior ataque de Sempavor a Badajoz fue repelido por un ejército combinado leonés y almohade.
La muerte de Ibn Mardanis había eliminado el "estado-tapón" que hasta entonces había impedido el encuentro directo entre los almohades y los reinos del norte. La presión militar sobre la frontera se hacía por momentos más intensa, en especial a partir de 1172. Se habrían de suceder unos años enormemente cruentos y reñidos, en que las enormes masas militares almohades se vieran imponiendo a los más pequeños, pero más disciplinados, reinos cristianos.
Los papas jugaron en este instante un papel importante. A la vista del gran peligro que se avecinaba desde África, Alejandro III envió a un legado pontificio, el cardenal Jacinto, con la misión de unir a los diferentes reinos cristianos peninsulares contra los musulmanes, lo que se iba logrando no sin muchos esfuerzos.
En 1171, Fernando II de León prestó ayuda al rey de Portugal, lo que suponía un atentado contra la amistad del califa, el cual se dispuso a tomar represalias una vez solucionados los conflictos que mantenía con los reyes de Castilla y Portugal. Efectivamente, cuando los castellanos llegados de una profunda incursión hasta los alrededores de Sevilla alcanzaron las cercanías de la ciudad , las tropas almohades cayeron sobre ellos, causándoles la gran derrota de Caracuel (5 de abril de 1173). Inmediatamente, el mismo Yusuf llegó en audaz expedición hasta Talavera. Los reyes de Portugal y Castilla hubieron de pedir una tregua. Acto seguido, en 1174, las tropas almohades avanzaron hacia León, tomando Alcántara y sitiando Ciudad Rodrigo, que fue luego liberada por Fernando II. A pesar de todo, Extremadura era de nuevo almohade.
Ya por entonces el nuevo rey de Castilla, Alfonso VIII, había sido declarado mayor de edad y había asumido el difícil papel que le había tocado en suerte dentro del concierto de los reinos peninsulares. En 1177, juntamente con Alfonso II de Aragón, Alfonso VIII inició una campaña para sanear uno de los lados más débiles de la frontera castellana. A tal efecto, los dos reyes sitiaron Cuenca, ciudad que cayó después de nueve meses de sitio. Al rendirse recibió un "fuero", futuro modelo de otros muchos, y se convirtió en cabeza de obispado.
Mientras tanto era Portugal quien estaba encajando los golpes más duros de los musulmanes. Una expedición cristiana llegó hasta los alrededores de Sevilla, provocando una ofensiva almohade que atacó Nazaré por mar, fracasando en el intento de tomar Évora. Otra expedición de Alfonso VIII por el valle del Guadalquivir causaría en 1182 una época de hambre en Andalucía, por la devastación que produjo.
El califa almohade se dio cuenta de la necesidad de su presencia en Al-Ándalus, así como de lo perentorio de repoblar aquellas tierras, para lo que se sirvió de varias tribus árabes de Ifriquiya. Su desembarco en la Península en 1184 coincidió con el sitio de Cáceres que Fernando II de León acababa de comenzar, teniendo que replegarse el monarca cristriano hasta la línea del Tajo.
Yusuf aprovechó la ocasión y atacó Santarem sin resultados prácticos, pues Fernando II acudió en ayuda de la población y el almohade se alejó, muriendo en la retirada a causa de una salida de los sitiados. El 10 de agosto del mismo año, su hijo Abu Yusuf Yaqub Al-Mansur fue proclamado califa.
Qudaba por estas fechas en España un último restoalmorávide. Se trataba de Mallorca, en manos de uno de los Banu Ganiya. Éste provocó en Bujía y Argel un movimiento que se extendió por el norte de África, y que tenía sus raíces en los viejos odios entre tribus beréberes. Dicho movimiento supuso la ausencia de grandes contingentes almohades en la Península durante un período de tiempo razonable, ocasión que no desaprovechó Alfonso VIII, fortificando varias plazas fronterizas y realizando aceifas contra las poblaciones del interior de Andalucía.
Estas mismas luchas fueron aprovechadas por los portugueses, que tomaron, con la ayuda de los cruzados del norte de Europa, la plaza de Silves, en 1189. La cólera de Abu Yusuf Yaqub le hizo venir a la Península, acabando por reconquistar la plaza y obligando a los portugueses a replegarse de nuevo tras la línea del Tajo, abandonando todas sus posiciones avanzadas.
Si la situación era peligrosa, las circunstancias políticas entre los reinos cristrianos vinieron a empeorarlas. Los reyes de León, Portugal y Aragón se apresurarona pedir la paz, dejando a Castilla en una situación muy comprometida frente a los almohades. Además estaban en juego los intereses occitanos de Cataluña, por lo cual parece que Alfonso II había cambiado de una forma inopinada su actitud de amistad hacia Castilla.

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