19 oct 2014

LOS ALMOHADES EN ESPAÑA (II)

Los dominios del califa norteafricano Abd Al-Mu'min crecían por momentos y necesitaban cada vez más una cabeza visible en Al-Ándalus, que era una de las piezas más preciosas de su Imperio. A tal efecto envió a su hijo Abu Yacub Yusuf en calidad de gobernador, asentándose éste en Sevilla, con completa ignorancia de Córdoba. Una vez resuelto este problema, el nuevo gobernador comenzó a planear cuidadosamente una expedición contra Almería, que comenzó en 1157. Ante la arremetida, la población castellano-andalusí se refugió en la Alcazaba, pidiendo desesperado socorro a Ibn Maranis y Alfonso VII.
Puesto en camino, el emperador murió cerca de Despeñaperros el 21 de agosto, con lo que a una situación militar dificil se superponía otra más complicada aún: la de su herencia, pues él mismo había dividido sus reinos entre sus hijos Sancho III (Castilla y Toledo) y Fernando II (León y Galicia), con peligro de que se enzarzasen en una guerra fraticida, a semejanza de lo ocurrido a la muerte de Fernando I.
El peligro de contienda se disipó al renunciar Fernando II a las aspiraciones hegemónicas manifestadas en el primer momento de su reinado. Por otra parte, también en Cataluña se había planteado el problema de la sucesión a la muerte de Ramón Berenguer IV, problema que se había resuelto a favor de su hijo Alfonso, quien heredó los condados catalanes por herencia paterna y también la Corona de Aragón, por renuncia de la misma de su madre Petronila, que era su depositaria. De esta forma se prefilaba en la España cristiana una situación de equilibrio y paz, que favorecía la lucha contra los cada vez más agresivos almohades.
Entre los reinos cristianos y el poder almohade sólo quedaba un último eslabón, resto de la idea nacionalista andalusí que Zafadola había preconizado tan insistentemente: el de Ibn Mardanis.
Aprovechándose de la resistencia que aún mantenían en Ifriquiya y Mallorca los últimos restos del Imperio almorávide ante los seguidores de Ibn Tûmart, Mardanis había logrado crearse una zona de influencia entre Valencia y Jaén, a base de luchar sin interrupción contra los almohades con la ayuda de su suegro, llamado Aben Moehico por los cristianos y cuyo nombre real era Ibrahim Ibn Hamusk.
En 1159 tenía ya sus ojos en Sevilla, después de conquistar Carmona, cuando Abd Al-Mu'nin dispuso la construcción de una plaza fortísimamente defendida en Gibraltar, que asegurase la presencia constante de refuerzos almohades en la Península. La lucha se endureció, con alternativas variables, llegando los andalusíes a poner en aprietos a Córdoba entre 1160 y 1162, por efecto de la concentración de fuerzas que les permitía la paz compraa con parias a los cristianos.
En el verano de 1162 la lucha entraba ya en su fase definitiva. CArmona era recuperada por los almohades y en Granada estallaba en su contra una sublevación de judíos y muladíes, obligando a la guarnición a refugiarse en la Alcazaba. Ibn Mardanis acudió en ayuda de los sublevados y derrotó al gobernador Utman en las mismas puertas de la ciudad. El califa contestó a la derrota enviando un ejército numeroso desde Rabat, que aplastó a los sitiadores. Inmediatamente el califa mandó repoblar Córdoba, muy maltratada en su población por las últimas guerras.
En 1163, Abd Al-Mu'min dejaba de existir, siendo elegido califa en el mismo año su hijo, hasta ese momento gobernador del Al-Ándalus almohade: Abu Yacub-Yusuf. Con su ascenso al trono la lucha va a tomar un cariz de inusitada violencia, siendo la primera víctima Ibn Mardanis. A fines del verano de 1165, un gran ejército almohade inicia una ofensiva por la región del sudeste. Caen Andújar, Baza y Vélez-Blanco; se rebasa Lorca, en vías de fortificación, y el 15 de octubre, a las puertas de Murcia, los andalusíes son aplastados. En tanto, Ibn Mardanis se debatía en luchas familiares con su suegro, Ibn Hamusk, a causa del repudio de la hija de éste. En respuesta, el despechado suegro ofrece su sumisión a los almohades, que la aceptan encantados. Inmediatamente después Almería, que todavía estaba en manos de los andalusíes, y Valencia, siguen su ejemplo y se entregan al califa.
En 1169 la situación andalusí, a pesar de ser desesperada, tiene un leve respiro, aprovechando la ofensiva almohade sobre Portugal; pero en 1171, al trasladarse el propio califa a la Península, se pierde toda esperanza. Al año siguiente (27 de mayo de 1172) muere Ibn Mardanis, desengañado y recomendando a su hijo, Abu-l-Kamar, la rendición, extremo que éste cumplió incorporándose él mismo a las huestes beréberes. La idea nacionalista andalusí estaba muerta por el momento.

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