31 oct 2014

EL IMPERIO OCCITÁNICO. LOS CÁTAROS

Alfonso II, que le sucedió, procuró evitarlo con todas sus fuerzas.En 1166, al morir su primo en el sitio de Niza, el conde provenzal incorporó nuevmente sus posesiones a Cataluña y empezó a titularse marqués de Provenza. Semejante acto fue considerado como una provocación por Raimundo V de Toulouse, quien anteriormente se había confederado con Ramón Berenguer IV contra los Baucio. Rompiendo lo pactado, el tolosano va a intentar apoderarse de Provenza. Años más tarde, en 1178, el emperador acudió a Arlés para coronarse como rey de Borgoña. Raimundo asistió a la ceremonia, en tanto que el rey aragonés se negó, desafiando con ello sus deberes de vasallo. Semejante gallardía pudo costarle caro, a pesar de qu la estrella de Barbarroja comenzaba a declinar tra su derrota de Legnano. Alfonso II se encontró súbitamente aislado en el sur de Francia. Frente a él estaba la monarquía francesa, los condes de Toulouse, el Imperio y sus aliados genoveses, ya apartados de la amistad con los catalanes desde que en 1162 manifestaron ciertas pretensiones sobre las Baleares, y que ahora rivalizaban con los pisanos por apoderarse de los mercados provenzales. Sin embargo, lo que parecía un suicidio político proporcionó a la casa catalana su momento de mayor apogeo en el Imperio occitánico, ya que cuantos condados y ciudades en aquella zona no estaban alineados, cerraron filas en torno al monarca aragonés, quien contaba además con el apoyo de Pisa, enemigo natural de los genoveses. Por otra parte, Federico Barbarroja teníabastante con ocuparse de Alemania, y la amistad de Aragón con Inglaterra neutralizaba la hostilidad franca y tolosana. En 1180 Felipe Augusto ocupó el treono en París. En esa misma fecha Alfonso II rompió con la costumbre catalana de datar los documentos por el año de la coronación de los reyes franceses. La sensibilidad del monarca español para borrar cualquier indicio que comprometiera su soberanía alcanzaba hasta ese detalle, tal vez por percibir ya en la monarquía francesa al gran enemigo del poderío catalán al otro lado de los Pirineos.
Del Ródano al Ebro aparecía un solo dominio, regido por Alfonso II rey de Aragón, el Estado más occidental y más al margen de este Imperio que los trobadores habían denominado occitánico. Después venían los condados catalanes que habían ya fraguado cierta unidad interna. Eran los dominios patrioniales de los condes/reyes. Y luego, condados, vizcondados y ciudades libres, unidos con el bloque anterior por la comunidad de lengua, la lengua de oc, contrapuesta a la de oil, que se hablaba en la parte superior de Francia. La comunidad languedociana suplía la fragmentación política de ese mundo feudal y permitía agrupaciones sumamente frágiles, como la realizada ahora por Alfonso II. Sobre la base de la unidad linguística, favorecida por la prosperidad material, había surgido una brillante y refinada cultura, a la que el ambiente había dotado de una sensibilidad especial para el arte y para el amor. Sus heraldos eran los trovadores, que entonces se difundieron por todo Occidente, no como inventores de la lírica, según se había pensado, pues ésta ya era cultivada entre nosotros por los mozárabes y galaico-portugueses, pero sí como sus mejores intérpretes, y por ello buscados como ornato de todas las cortes. Los trovadores se mantienen en un tono más elevado que los juglares, quienes habían alegrado a los públicos con sus mimos, acrobacias y cantos poéticos en lengua romance. El trovador provenzal cultiva también la lengua romance; mas no actúa en público ni pierde su compostura, dignificando sí su lengua hasta convertirla en el idioma de los nobles, y a su poesía, en la expresión de los más altos ideales caballerescos. Por eso encontramos entre sus cultivadores a gentes del pueblo, como Ramón Vidal Besalú; a nobles, como el caballero Hugo de Mataplana, y al mismo rey Alfonso II, que montó su corte al modo provenzal, se rodeó de trovadores y se convirtió a veces en un trovador más.
Alfonso II moría en 1196, tras haber sentado las bases del futuro dominio aragonés en Cerdaña y haber mantenido íntegros sus derechos sobre el sur de Francia. Siguiendo la costumbre de algunos antecesores, dejó la monarquía de aquellos a su segundogénito Alfonso, quedando sólo una parte, junto con los territorios peninsulares, para el primogénito, Pedro II. El nuevo monarca, apodado "el Católico", tendrá un triste destino en relación con el imperio occitánico, por el que, no obstante, habrá de velar continuamente. No sólo acabará perdiéndolo todo, sino que en su empeño perderá también la vida.
El elemento perturbador que provocó la catástrofe fue la heregía albigense. Este movimiento religioso tiene raíces muy antiguas, y por su doctrina entronca con las corrientes maniqueas. No se originó en el mediodía francés, pero fue allí donde encontraron refugio y ambiente propicio los fugitivos de algunas sectas como los cátaros y los valdenses, que, por establecer su centro en la ciudad de Albi, en Carcassone, fueron designados en lo sucesivo con el nombre de albigenses.
Esta doctrina era una manifestación más de las tendencias religiosas de la época hacia el prfeccionamiento de la vida cristiana, que durante la Alta Edad Media había perdido muchas de sus cualidades en medio del proceso de retroceso y desculturalización general, mezclándose con graves abusos y ofreciendo muchas veces formas de espiritualidad demasiado rudimentarias. Precisamente en el Languedoc se había desarrollado una sociedad culta y refinada, precominantemente urbana, acostumbrada a la lírica de los trovadores, que ni siquiera aceptó los tonos caballerescos que dieron a la espiritualidad algunos reformadores como Bernardo de Clairvaux. Por esa razón, se encontraba más dispuesta a aceptar estas nuevas doctrinas, mucho más próximas a sus anhelos íntimos de perfección y refinamiento, pero que en realidad llevaban dentro graves gérmenes destructores, capaces de acabar con la sociedad misma.
Los cátaros eran un movimiento de origen oriental. El nombre que ellos mismos se dieron procedía del griego, y significaba "puros" o "purificados". Como su predecesora, la herejía maniquea, respondía a una aspiración íntima de alcanzar la perfección absoluta y de satisfacer únicamente los deseos más elevados del alma, ignorando lo que en realidad constituye la grandeza y miseria del hombre y que define la naturaleza humana, que es estar compuesto de materia y de espíritu, de cuerpo y de alma, de flaqueza y heroísmo. Por eso, a pesar de su encomiable primera intención, cayeron en seguira en desviaciones ideológicas y aberraciones prácticas que les revelaron a los ojos de sus coetáneos como una grave carcoma social.
En el centro del pensamiento cátaro está la vieja teoría del doble principio, uno creador del bien y otro del mal. El creador del mundo había sido el Dios malo, el Dios de los judíos, a quien se debe toda la materia y la procreación, a través de la cual el hombre, como ser material, se perpetúa sobre la tierra. El Dios bueno sólo intervino en el mundo cuando envió a su hijo, Jesús (cuya figura humana era sólo aparente), a fin de que triunfara sobre el Dios del mal. Como quiera que ese triunfo era necesario e infalible, todos los hombres se salvarían, por lo cual negaban la existencia del infierno y el purgatorio. El sacramento de los cátaros era el consolamentum, al que sólo tenían acceso los catecúmenos o creyentes que habían sido suficientemente probados. El consolamentum los convertía en seres nuevos, purificándolos de todo pecado y disponiéndolos para entrar en el Reino de Dios. Ese sacramento no pocía repetirse, y quienes, después de recibirlo, volvían al pecado, se tenían que reencarnar a su muerte e iniciar otra vez la vida terrena. Si sus pecados habían sido muy vergonzosos, se reencarnaban en un animal. Los que habían recibido el consolamentum se llamaban "perfectos" y se obligaban a vivir en absoluta castidad. Condenaban la procreación como un pecado abominable, por considerarla un instrumento a través del cual se perpetuaba el mal sobre la tierra. La prostituta era preferida a la mujer casada, y su maternidad se vilipendiaba como algo demoniaco. Para vencer las tentaciones carnales, se abstenían de comer carne, contentándose con legumbres, verduras y pescado, y a veces se hacían sangrar. Los cátaros conodenaban el homicidio y la guerra y negaban al poder público la capacidad de juzgar, proclamando la resistencia frente a él y justificando el suicidio, que muchos "perfectos" de hecho practicaron. Los valdenses o "pobres de Lyon", que habían surgido como uno de tantos movimientos evangélicos, eran mucho más inofensivos que los anteriores, a los que se acercaban por aceptar el consolatum y negar el purgatorio y el derecho del poder público a administrar justicia. A finales del siglo XII fueron expulsados de su ciudad, y buscaron también refugio en Languedoc.

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