16 oct 2014

DECADENCIA ALMORÁVIDE (II)

Cabe decir también que es durante la ocupación almorávide cuando los musulmanes españoles tomaron conciencia por primera vez de su identidad como comunidad religiosa, quizá en respuesta a la creciente conciencia de sí mismos que venían desarrollando los cristianos. A esto puede obedecer la incuestionable oposición de los jueces religiosos o, quizá, el que no viesen con buenos ojos la facilidad con que muchos creyentes aceptaban seguir viviendo, bajo garantías legales, en los territorios conquistados por los cristianos y la relajación que en el estricto cumplimiento de los preceptos islámicos se había extendido por las clases superiores.
A pesar de todo, y fuera del aspecto estrictamente militar, parece que la invasión almorávide no ejerció un influjo decisivo ni dejó una huella indeleble, considerando los pocos elementos de juicio que en este momento poseemos. De todas formas, el Imperio almorávide caminaba hacia su hundimiento definitivo. No sólo se resistían los reyezuelos locales al dominio y conservadurismo almorávide, sino que también rechazaban las intenciones reunificadoras de algunos correligionarios liberadores, que aspiraban a reinstaurar el califato a su imagen y semejanza con el apoyo de los reyes cristianos. De hecho hubo una situación de "tira y afloja" que duró más de dos años en la que los reyezuelos surgidos eran demasiado débiles para imponer la unidad, y se debatían, como antaño, en unas interminables guerras de rapiña, con la intención de ampliar sus territorios a costa de sus vecinos. A tal punto llegó la anarquía que se comenzó a añorar la unidad que aseguraba el poder almorávide.
Alfonso VII, viendo la confusión reinante en el sur de España, pensó que había llegado el momento de tomar la iniciativa y, tras tomar Calatrava (Qal' at Rabah), llave de La Mancha, marchó sobre Murcia y Alicante. Los castellanos de este modo pudieron extenderse hacia Sierra Morena. Previamente a estos acontecimientos el pánico se hizo patente entre la población andalusí, que no veía ya más que los restos corrompidos del poder de los africanos. En este ambiente de miedo no tardó en prender la doctrina de un supuesto mahdi (jefe guiado por la inspiración divina) llamado Abu-l-Qasim Ibn Huayn Ibn Qasi, quien había fundado una secta sufí a la que se había bautizado con el nombre de "Al-Muridin" y que afirmaba que sólo el éxtasis místico permite el conocimiento de Dios.
En un primer momento, durante el verano de 1144, se adueñaron de Mértola, donde proclamaron imán a Ibn Qasi, y quisieron hacer lo mismo con Évora, Écija y Silves, aunque no lo consiguieron. A la vista de esto, Ibn Qasi hizo algo inaudito si tenemos en cuenta el ambiente de división y ambiciones personalistas imperante: llamó a los almohades, abandonando de paso sus pretensiones y pidiendo su intervención en España.
...Y así dio comienzo una nueva etapa en los pueblos islámicos de la Península.

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