23 sept 2014

REINOS DE TAIFAS EN EL SIGLO XI

En la España musulmana la fragmentación política respondía a una situación de mayor gravedad. No procedía de una crisis de crecimiento, como ocurría en el norte, sino pura y simplemente de una situación anárquica a la que con frecuencia se había visto expuesta Al-Ándalus a causa de la fragilidad de su sistema político. Éste había naufragado ya en otras ocasiones por las rivalidades familiares, las tradiciones y las desconfianzas mutuas que podían elevar de la noche a la mañana a cualquier funcionario a las más altas dignidades del Estado o aherrojarlo en las cárceles del alcázar. Pero siempre había surgido un príncipe más eficiente que los otros y se había conseguido restañar la unidad, haciéndose reconocer, al menos teóricamente, por todos los señores locales, verdaderos dueños del territorio. Mas ahora, después del descrédito de los omeyas, sojuzgados por los amiríes, del transitorio debulitamiento económico del país, exprimido por Almanzor para sufragar sus campañas, y sobre todo de la presencia de un gran número de soldados profesionales de diversas procedencias que defendían casusas contrapuestas, la unificación resultaba mucho más difícil. Yano podía bastar con que tal o cual jefe local se resignase a prestar vasallaje al soberano cordobés. Ni era suficiente con enviar un puñado de soldados desde la capital. Los distintos fragmentos políticos de al-Ándalus tenían su "guardia nacional" en los miles y miles de mercenarios, residuos del formidable ejército de Almanzor, que se repartieron el país e imposibilitaron la reunificación.
La división en que quedó Al-Ándalus fue verdaderamente extraordinaria. No menos de 27 reinos de taifas llegó a haber sobre la parte musulmana de la Península. De acuerdo con las fuerzas militares y económicas que entonces actuaban en ella, se suelen agrupar estos taifas en tres grupos: andalusíes, eslavos y berberiscos.
Los eslavos y berberiscos habían constituído en el ejército de Almanzor dos grupos de singular relieve. Por su civilización y costumbres, eran elementos extraños al resto de la población, sin que los años de contactos mutuos produjeran una asimilación completa. Por otro lado, eran la parte más importante del ejército por su valor y coraje, favorecidos por la rudeza de sus costumbres, en duro contraste con los andalusíes, que a su lado no llegaban ni a soldados de parada. Conscientes del poder que esto podía proporcionarles, beréberes y eslavones se disputaron durante los últimos años del califato el mando efectivo sobre Al-Ándalus, intentando componer sus propios jefes. El apoyo que recibieron de castellanos y catalanes, respectivamente, no hizo más que acentuar la separación, abriendo entre ellos un foso insalvable que impedía no sólo la reconciliación, sino también que una parcialidad triunfara sobre la otra. De ahí que cuando en 1031 Ibn Chawar declarara abolido el califato de Córdoba, todos corrieran a parapetarse tras sus fortalezas y las ciudades que les obedecían, originando multiplicidad de minúsculos estados.
Como era de esperar, el grupo más numeroso correspondía a los taifas andalusíes, esto es, a aquellos en los que siguó dominando la aristocracia hispano-musulmana, constituída por la población de origen árabe, muladí o beréber, afincada de tiempo atrás en España, ya que, gracias a su influencia en el país y a su riqueza, pudo seguir dominando gran parte de éste. En sus manos quedaron las grandes ciudades del centro y de los valles del Ebro y Guadalquivir. Las formas de organizarse también fueron diversas. Córdoba constituó su propio gobierno comunal, dentro del cual la familia de Ibn Chahwar conservó durante cuarenta años cierto ascendiente. En Sevilla, el cadí Abu-l-Qasim consiguió hacerse con el poder, maniobrando con las tropas berberiscas. Cerca de estas ciudades, en dirección al Algarve, podían contemplarse una serie de minúsculos estados que apenas comprendían más que una ciudad y su comarca: Ronda, Carmona, Morón, Arcos, Huelva, Niebla, Silves, Mértola, Santa María del Algarve... No sólo carecen de importancia por su pequeñez territorial, sino también por la brevedad de su existencia, pues casi todos acaban incorporados a Sevilla. En la región central se forman dos grandes reinos: el de Badajoz, donde una dinastía beréber hispanizada, los Banu Al-Aftás, se mantendrá hasa la llegada de los almorávides, y el de Toledo, regido por los Banu Zanún. En el valle del Ebro los reinos más importantes son los de Tudela, Zaragoza, Lérida y Albarracín, cuyo nombre se debe a sus fundadores, los Banu Rasín. Éstos, que habían entrado ya en una fase de postración, apenas pudieron conservar en la nueva situación el pequeño principado de Alpuente.
Los eslavones y los miembros supervivientes de la familia de Almanzor habían mostrado su predilección por Levante, y allí constituyeron algunos principados, contribuyendo a dar una especial fisonomía a la zona. En Almería y Murcia reinaba Al-Zuayhr, quien en 1038 hubo de abandonar esta última ciudad. Un pintoresco personaje, Muchahid, cuyas correrías como pirata por el Mediterráneo le habían hecho famoso, se alzó con Denia y las islas Baleares, ejerciendo en ellas un amplio mecenazgo en las letras. Valencia quedó en 1021 como posesión de Al-Mansur, descendeinte de Almanzor. En Tortosa reinó el eslavón Nabil. Entre unos y otros se produjeron continuos cambios de frontera y separaciones y anexiones. Tortosa acabó unida a Denia. Valencia fue conquistada en 1065 por Al-Ma'mun de Toledo, y Denia en 1076 por Al-Muqtadir de Zaragoza.
Los berberiscos llegados últimamente a la Península, que aún seguían con sus costumbres norteafricanas, fueron a instalarse en la región sudoriental de Andalucía, donde crearon varios reinos de características muy peculiares, sin duda los menos españoles de la España musulmana. No obstante, ellos fueron los que siguieron manteniendo la ficción del califato. Fue Granada el más significativo de los reinos berberiscos. La ciudad venía siendo gobernada por ziríes, antiguos jefes de tribu norteafricanos, que habían pasado a España bajo Almanzor. El funador del reino, Zawi ben Zirí, empezó a regirla como vasallo de los hammudíes de Málaga, pero pronto se convirtió en el Estado beréber más fuerte, acabando por anexionar Málaga y suplantar a los hammudíes, que se venían consumiendo entre intrigas familiares y palaciegas.
Granada, ya lo sabemos, será el último bastión de la España musulmana. Ellos legarán a la posteridad la última imagen del musulmán español, distinto del que ahora interviene en la formación del reino, pues en los varios siglos de existencia evolucionó considerablemente. Pero en ellos latía el sustrato norteafricano, que difería bastante del tipo islámico español de la época del califato.

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