
Este engrandecimiento de Castilla, bien conducida políticamente por Fernando I, contaba además con otras raíces más hondas. La política de libertades, franquicias y privilegios había contribuido a provocar una corriente inmigratoria que cubrió pronto su extenso territorio de ciudades populosas y villas llenas de vitalidad, gracias a la autonomía con que llevaban la gestión de los asuntos propios del municipio. Las peregrinaciones, que surcaban todo el país, junto con lo anterior, fueron motor de actividades mercantiles y de contactos con el mundo espiritual y cultural de Europa, y atrajeron a muchos extranjeros o francos, que reforzaron la política castellana. La explotación por esta población creciente de la propia riqueza no habría conseguido quizá este despegue castellano si las finanzas de sus reyes no hubieran recibido una fuerte inyección de oro, proveniente de los tributos que, bajo el nombre de parias, comenzaron a pagar desde el siglo XI los taifas andalusíes a los reyes cristianos de la Península.
Aunque Castilla iba a ser pronto la máxima beneficiaria, las parias tuvieron su origen en los estados orientales, más concretamente en los condados catalanes, en especial en el de Urgel. Los reyezuelos musulmanes vecinos a estos condados fueron casi unánimemente forzados a aceptar esta protección de los cristianos, quienes les obligaban a pagarles fuertes tributos. Por las mismas fechas el condado de Barcelona emergía poderosamente como cabeza de Cataluña, gracias sobre todo a la gran figura de Ramón Berenguer I el Viejo (1035-1076), quien supo oponerse a todas las dificultades que se le presentaron, obteniendo el reconocimiento de varios condes, como los de Ampurias, Besalú, Cerdaña y el mismo Urgel. También consiguió por entonces dominar la insurrección del Penedés y el Vallés, en los que el vizconde de Barcelona, Mir Geriberto, intentaba construirse un dominio para sí. Su tercer matrimonio con Almodis la Marche le proporcionó para sus descendientes los derechos al condado de Carcasonne-Rases, con lo que echaba los fundamentos del Imperio occitánico. De todos modos, en orden a las parias, el vasallaje de Urgel fue trascendental.
También Navarra, que desde la mitad del siglo XI interviene en los asuntos de la taifa de Zaragoza, percibe parias musulmanas. Aragón, a su vez, las percibía de los jefes locales situados entre Sobabre y el Gállego, así como de Huesca, Tudela y Zaragoza, cuya posición fronteriza con varios estados cristianos la obliga a pagarles a casi todos. La anexión de Navarra a Aragón por Sancho Ramírez en 1076 proporcionará a éste los tributos musulmanes que aquel reino percibía. Castilla fue de los últimos en llegar a este festín tributario, pero se puso a la cabeza gracias a la acción de Fernando I y el Cid Campeador. Hacia 1055, Fernando I reanudó los avances de la Reconquista apoderándose de Viseo y Lamego, que pertenecían a la taifa de Badajoz. Su rey ofreció al castellano hacerse tributario suyo, lo que equivalía, igual que en los restantes casos, a comprar su protección y el derecho a no ser atacado por los restantes príncipes cristianos. La falta de pobladores para ulteriores conquistas obligó a Fernando I a aceptar la propuesta. Lugo fueron Zaragoza y Toledo las que hubieron de enviarle parias. De este modo tres grandes taifas quedaban bajo su protectorado. De ellas, la que más complicaciones podía ofrecerle era la de Zaragoza, pues su situación geográfica la colocaba como camino natural para la expansión del joven reino aragonés. En 1063, el infante don Sancho, junto con el Cid Campeador, fueron enviados en apoyo de Al-Muqtadir de Zaragoza, víctima de los afanes expansivos de Ramiro I de Aragón, a quien derrotaron en el sitio de Graus, donde el rey halló la muerte. Las posteriores intervenciones del Cid por tierras aragonesas y levantinas en favor de los príncipes musulmanes, que han motivado el calificativo de condottiero que le dan algunos historiadores, tuvo una benéfica repercusión para Castilla, ya que canalizó hacia ella las parias de Zaragoza, Lérida, Denia y Valencia, pagadas antes a los príncipes de los reinos orientales. Pero los condes de Barcelona no abandonaron fácilmente la presa que se les esccapaba. Ramón Berenguer II, llamado "Cap d'Estopa", pacta en 1078 con el visir de Sevilla la conquista de Murcia. En 1088 las tropas catalanas intervienen al lado del rey de Lérida en el sitio de Valencia. Al año siguiente, recibe dinero de Zaragoza y Lérida para que expulse al Cid de sus tierras. Mas Rodrigo Díaz de Vivar, que se había fortificado en el pinar de Tevar, en las proximidades de Morella, logró derrotar al conde catalán y a sus aliados musulmanes. Ramón Berenguer fue hecho prisionero y, aunque muy pronto se le puso en libertad, debió de renunciar, en favor del Campeador, a su protectorado sobre los musulmanes. El Cid aparece entonces como árbitro indiscutible en los asuntos internos de los reinos islámicos. Es él quien obsequia a Castilla y a sus monarcas con este liderazgo y todos los imponentes beneficios económicos que reporta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario