2 sept 2014

LOS CALIFAS, ÁRBITROS DE LA ESPAÑA CRISTIANA (II)

Durante su estancia en Córdoba los reyes visitantes obtuvieron en la capital las demandas que pretendían. Sancho I fue curado de su obesidad y los musulmanes le ofrecieron ayuda para combatir a Ordoño IV a cambio de la cesión de las diez plazas acordadas en Pamplona. La alianza navarro-andaluza comenzó a funcionar inmediatamente contra el rey de León, quien contaba con el apoyo del conde de Castilla, Fernán González. Un ejército cordobés, acompañado por el rey destronado, salió en la primavera del 959 y se dirigió hacia los territorios de Ordoño IV. Asediaron y conquistaron la ciudad de Zamora, y poco después eran dueños de buena parte del reino. Ordoño tuvo que abandonar León y refugiarse en Asturias. Entretanto, Sancho entraba en la capital y volvía a ocupar el trono, mientras que su contrincante era sucesivamente abandonado de la mayoría de sus partidarios, por lo que tuvo que emigrar a Castilla, refugiándose en Burgos. Pero también aquí Fernán González había sido atacado por los navarros, y en una acción desgraciada el conde castellano fue hecho prisionero.
La muerte de Abd Al-Rahmán III el 16 de octubre del 961 traía una pausa inevitable que estabilizaba momentáneamente la situación. Ésta, como puede deducirse, era sumamente favorable a los musulmanes, ya que además todos los estados cristianos, incluido quizá el condado de Barcelona, debían pagar a Córdoba un tributo, no en concepto de sumisión política, sino como idemnización por las treguas pactadas. El envío de las aceifas contra las tierras de los cristianos dependía de que éstos cumplieran o no el pago de esos tributos.
Pero nuevamente las luchas internas van a dar ocasión al intervencionismo andalusí. A Abd Al-Rahmán III le sucedió su hijo Al-Hakam II (961-976), quien siente más vivamente que su padre los ideales religiosos islámicos y se lanza en pro de un "universalismo ortodoxo". Pero este ímpetu, que hubiera conducido a la generalización de la guerra santa a un temperamento guerrero, quedó frenado en Al-Hakam, más amigo de las letras y de la ciencia que de las armas. Esto no significa que renunciara a la política de supremacía peninsular seguida por su antecesor, en la que ciertamente se vio ayudado por las circunstancias. Nada más iniciar su reinado se creyó obligado a recordarle al rey de León que debía cumplir lo pactado con su padre entregando las plazas fuertes a orillas del Duero. Tabién exigió a García Sánchez I de Navarra que le entregase a Fernán González, a quien aquél tenía prisionero. Pero los reyes cristianos no estaban decididos a cumplir las promesas anteriores y, confiados quizá en la escasa inclinación a la guerra del nuevo califa, se negaron a las demandas de éste, e incluso pusieron en libertad a Fernán González, quien se desentendió de la persona de Ordoño IV, el rey leonés destronado, que seguía refugiado en Burgos. Ordoño hubo de iniciar entonces una peregrinación a Córdoba, pasando por Medinaceli, para solicitar, a su vez, la ayuda del califa, a cambio de las consabidas compensaciones. De nuevo se repitió en la capital andaluza el espectáculo político de años anteriores. En medio de fiestas y solemnes recepciones se llegó a un acuerdo, que, esta vez no tuvo resultados por la pronta reacción de Sancho el Craso, quien, al enterarse de lo convenido, se apresuró a enviar a Córdoba muestras de su sumisión y la promesa de la pronta entrega de las codiciadas fortalezas. Ordoño IV quedó entonces abandonado a su suerte, y se dice que murió de tristeza en la misma Córdoba.
Desaparecido este personaje, que Al-Hakam pensaba utilizar contra el reino leonés, Sancho I no pensó en cumplir ya las promesas que había hecho en los momentos de apuro. Por el contrario, procuró firmar una coalición contra el califato, dentro de la cual entraban todos los grandes estados cristiano del norte, incluídos los condes de Barcelona: Mirón y Borrell. Pero la respuesta de Al-Hakam a esta provocación fue tanto más enérgica cuanto que acababa de sufrir un revés en el norte de África, donde se había perdido la ciudad de Tánger. No podía permitirse un nuevo fracaso que empañase su gloria y disminuyera su prestigio. Por ello tomó personalmente el mando de sus tropas y al acabar la primavera del 963 marchó hacia Castilla, donde se apoderó de la fortaleza de San Esteban de Gormaz, sobre el Duero. el califa ordenó la reconstrucción del castillo-fortaleza de Gormaz sobre un altozano próximo al anterior, obra maestra de la arquitectura defensiva andalusí, que alcanzaba por entonces sus metas más brillantes. Córdoba le daba toda la importancia a esta punta de lanza contra los reinos cristianos. Mientras se ejecutaban las obras, otro ejército andalusí marchaba contra Atienza con la intención de eliminar la presencia cristiana al sur del Duero. Al mismo tiempo, el rey tuchibí de Zaragoza inquietaba al de Navarra arrebatándole Calahorra y otros contingentes alcanzaban la comarca barcelonesa y la devastaban. La supremacia de las armas cordobesas se restablecía en España, y Sancho I se apresuró a pedir la paz. La alianza cristiana se vino rápidamente abajo, en parte debido a la desparición de quienes la integraban. El rey de León, que acababa de someter una revuelta en los márgenes gallegos, moría en el 966. También murió ese mismo año el conde Mirón, quedando únicamente su hermano Borrell al frente del condado barcelonés. Algunos años más tarde, en el 970, morían García Sánchez I de Navarra y el conde Fernán González, que había conseguido hacer hereditario el condado en su familia, sucediéndole por tanto su hijo, García Fernández.

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