16 sept 2014

IMPERIALISMO LEONÉS E INDEPENDENCIA DE CASTILLA (y III)

Finalmente, castellanos y leoneses se diferenciban en múltiples rasgos sociales, económicos y militares, derivados de la diferente forma en que unos y otros habían de enfrentarse con el problema de la Reconquista. Castilla puede decirse que estaba toda entera en primera línea de combate, ya que surgió de las tierras recién ganadas a los musulmanes, y durante todo el siglo del califato debió librar la dura batalla del Duero para contenerlos detrás de esa frontera fluvial. León, por el contrario, fue quedando más en retaguardia, a pesar de que también llegó en su repoblación hasta el gran río castellano; pero mientras sus magnates disfrutaban de buenos señoríos en zonas alejadas del peligro, la defensa de la frontera leonesa corría a cargo de ciudades como Zamora y Simancas. Además, siguiendo una vieja tradición, los más duros golpes islámicos iban dirigidos contra los puntos extremos de los territorios cristianos, de una manera muy especial contra Castilla, muchas veces como camino de entrada hacia el interior astur-leonés. Los castellanos, en consecuencia, estaban más avezados en el manejo de las armas. Eran también, por lo general, hombres libres. Entre ellos se habían instalado menos magnates que en Galicia, Asturias y León. Y aunque hubiesen aparecido algunos señoríos con sus correspondientes latifundios, predominaba el sistema de repoblación formado por la presura, que dio como resultado la proliferación de pequeños propietarios, agrupados en municipios, los cuales defendían colectivamente su libertad bajo la garantía de un fuero. Ausencia de taras aristocráticas con su correspondiente disfrute de privilegios, a los que ya no correspondía una función social, espiricu combativo y libertad de sus hombres son las notas características que colocaban a la población de Castilla en condiciones de estructurar una sociedad nueva. La novedad está, más que en las estructuras que se crean, en las personas que las encarnan. Cuando García Fernández, hijo de Fernán González, concedió en 974 a los vecinos de Castrojériz la dignidad de caballeros, con la sola condición de poseer un caballo apto para la guerra, o dio otras disposiciones que aumentaron el número de éstos de 200 a 600, no estaba enfrentando un espíritu democrático a la vieja aristocracia astur-leonesa, sino que estaba colaborando a la formación de una nueva clase aristocrática en un país que carecía de ella o que no tenía la suficiente. Es cierto que, en principio, esta caballería respondía a las necesidades bélicas del momento, pero como en tantas otras zonas, conforme avance la línea fronteriza y avance la Reconquista, estos caballeros quedarán habitando sus solares sin función social alguna, anclados en sus privilegios, mostrando en los alardes anuales sus cansinos rocines y sus armas enmohecidas.
Todos los factores que hemos ido citando permitieron a los condes castellanos emanciparse de la autoridad real leonesa y conseguir la independencia para Castilla porque, ante todo, fueron los condes quienes buscaron y obtuvieron la independencia. Y la consiguieron adoptando su propia personalidad y su prestigio en los dos campos más interesantes del momento: la corte leonesa y la lucha contra el Islam.
Los castellanos se acostumbraron a ver a sus condes con una óptica nueva. Sus demostraciones de fuerza en la Reconquista les dieron gran autonomía tanto en el gobierno interior como en la política ofensiva contra los musulmanes. Los condes avanzaron por la meseta hasta las inmediaciones de Somosierra. Repoblaron, levantaron fortalezas y otorgaron fueros. En el interior tuvieron a veces que enfrentarse al monarca. Recordemos cómo Fernán González fue hecho prisionero, junto con el conde de Saldaña, en 943, pues ambos se oponían al condado-tapón de Monzón, que frenaba sus aspiraciones sobre las tierras entre el Cea y el Pisuerga. Pero la prisión de Fernán González fue breve y no disminuyó su fuerza en Castilla. Volvió a recuperar sus posesiones y al final de su vida logró hacer del suyo un condado hereditario. Su sucesor, García Fernández, recogió los frutos y pudo gobernar Castilla con mayor autonomía. Cuando posteriormente la desaparición de Almanzor y de su hijo Abd Al-Malik despejó el horizonte para los reinos cristianos, Castilla emergía a la nueva situación con todos los aires de un Estado fuerte y poderoso.
Una última coyuntura favoreció su transformación. En 1017 moría el conde Sancho García, dejando como heredero a un niño: García Sánchez. León, que entonces conocía un momento brillante bajo Alfonso V, intentó reivindicar la Tierra de Campos que los últimos condes castellanos habían conseguido incorporar a sus dominios. Para impedirlo, los castellanos llamaron en su auxilio al rey de Navarra, Sancho el Mayor, que acudió a Castilla y procuró al joven conde una futura esposa en la persona de doña Sancha, hija de Alfonso V. Pero cuando años más tarde, en 1027, iba a León a contraer nupcias, fue asesinado por los Velas, dinastía condal alavesa que los condes castellanos habían desplazado en su programa reunificador. El asesinato hizo que el condado de Castilla recayera en la esposa de Sancho III, doña Mayor, pasando pronto el título al hijo de ambos, Fernando, quien, después de la muerte del navarro, sería el primer rey de Castilla. A través de su breve incorporación a Navarra conseguía su independencia, adornada ahora con el título de reino.

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