26 sept 2014

EL DESPEGUE DE CASTILLA (III)

En el trasfondo de esta guerra, sobre todo en lo que al rey aragonés respecta, estaba la cuestión de aragoza y demás territorios musulmanes de la región. El rey castellano se había preocupado de estrechar los lazos que los sometían a él, sin desdeñar para ello el empleo de las armas, de tal forma que se habían convertido en una especie de coto o reserva castellana. Esto equivalía a cortar toda posibilidad de expansión de Aragón y Navarra hacia el sur, quedando ambos reinos arrinconados contra la frontera pirenaica. A la postre fu la intervención de los vasallos islámicos lo que salvó a Sancho II. El rey de Aragón había cercado a Viana, en cuyo auxilio acudió el de Castilla siendo derrotado. Entonces, el régulo de Huesca, enviado por el rey de Zaragoza, atacó al aragonés por la retaguardia y le obligó a retirarse y a pedir la paz. Esto forzó al rey de Navarra a entablar negociaciones que supusieron la devolución a Castilla de los montes de Oca, La Bureda y Pancorvo. A pesar de que Navarra se quedó aún con Álava y Guipúzcoa, que los castellanos consideraban pertenencias suyas, la victoria de Sancho II fue grande. No sólo consagraba el intervencionismode Castilla en los otros reinos, sino que se mantuvo firme la aspiración a extenderse por el valle del Ebro, frenando al reino de Aragón hasta que el empuje de Alfonso el Batallador modificara estos supuestos teóricos.
Colmadas sus aspiraciones hacia el este, Sancho II volvió su mirada hacia la parte occidental de la Península, donde quedaban los reinos de León y Galicia separados por su padre para dotar a sus hermanos menores. Sobre todo hería a Sancho que el título imperial hubiera sido adjudicado a Alfonso, junto con el reino de León, sede tradicional del Imperio hispánico. Le parecía que poseyendo él la supremacía efectiva sobre los reinoscristianos, el título imperial debía trasladarse al centro y ser detentado en lo sucesivo por Castilla. De todos modos, la cuestión que va a plantear de inmediato es la noaceptación por su parte de los repartos hechos por su padre, alegando su derecho exclusivo a toda la herencia. Al igual que anteriormente con Navarra, propone que las diferencias sean resueltas en un duelo que había de librarse entre todas las fuerzas disponibles de ambos reinos mediante una batalla campal que se disputaría en lugar y fecha señalados. Se eligieron los llanos de Llantada, a orillas del Pisuerga. El 19 de julio de 1068, leoneses y castellanos combatieron duramente sin que el encuentro fuera decisivo, a pesar de que los leoneses se llevaron la peor parte. Alfonso VI no cumplió además su compromiso de atenerse al resultado, con lo que la situación quedó como antes. Unos años después, en 1071, Sancho y Alfonso se encontraban en paz, lo que les permitía hacer planes conjuntos para despojar del reino de Galicia a su hermano García, quien a duras penas lograba mantenerse en él frente a los magnates revoltosos, como el conde Nuño Menéndez, que intentaba independizarse en tierras portuguesas. Sancho II se apoderó de Galicia y la repartió con su hermano Alfonso, quedándose él con el título real. García fue enviado a la corte del rey morode Sevilla. Pero el afán de dominio de Sancho y el recelo envidioso que hacia él sentía Alfonso les movió a repetir el duelo de Llantada. Escogieron para ello un lugar cercano a Carrión, llamado Golpejera. Las tropas castellanas acudieron capitaneadas por el Cid, y las leonesas por Gonzalo y Pedro Ansúrez, descendientes de los condes de Saldaña y señores ahora de las tierras de Carrión (Carrión de los Condes, se entiende), Zamora y Liébana. Esta vez sí triunfaron plenamente los castellanos. Alfonso fue hecho prisionero y enviado al castillo de Burgos, mientras que Sancho entraba poco después en León, donde fue ungido y coronado.
Corría el duro invierno meseteño de 1072. El hermano derrotado y encarcelado en Burgos encontró una valedora en su hermana Urraca, que sentía por él extraordinario afecto, al parecer algo más que fraternal. Consiguió de Sancho que, tras los juramentos y vasallajes de rigor, permitiera a Alfonso ir a refugiarse al reino musulmán de Toledo, cuyo rey le cedió el castillo de Brihuega. Alfonso permaneció varios meses en tierras islámicas, dedicado a la caza, pero también a observar a los musulmanes y a estudiar sus costumbres, así como a entablar relación con los sabios y poetas toledanos. Entretanto Urraca, que regía Zamora con el título de reina, había hecho de aquella ciudad, en unión de los Ansúrez, un centro de leonesismos, hostil por lo tanto a Sancho II. Por esta razón el castellano puso duro cerco a la ciudad. Mas un caballero que estaba en el interior de Zamora, llamado en el romancero Bellido Dolfos, en una salida llena de osadía, consiguió entrar en el campamento castellano sin ser descubierto y llegó hasta el rey, a quien atravesó con una lanza, huyendo luego al galope hacia la muralla, uno de cuyos postigos se le abrió para que pudiera refugiarse dentro y esapar así de la persecución del Cid, que, al enterarse de lo sucedido, salió en su busca.

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