19 sept 2014

CATALUÑA: ESTADO FEUDAL

A causa de su especial vinculación con los francos, que constituyeron el prototipo de país feudal, Cataluña sintióse pronto invadida por esas instituciones, de tal manera que la última etapa de su historia en la Alta Edad Media se mueve dentro del feudalismo. La intervención de los francos tuvo como consecuencia que las tierras catalanas fueran divididas en varios distritos, a cuyo frente había un conde, quien tenía encomendado no sólo regir el territorio en nombre del rey, sino también percibir en provecho propio los ingresos que dicho cargo llevaba anejos. Es decir, ejercía una función y disfrutaba del beneficio correspondiente. A cambio de ello prestaba al rey franco vasallaje mediante el juramento de fidelidad. Todo sucedía, pues, según las reglas más estrictas del feudalismo. Pero el título condal, que en un principio podía el rey dar o quitar a su antojo, evolucionó hasta hacerse hereditario. En el año 877, Carlos el Calvo, antes de emprender un viaje que le iba a tener alejado por algún tiempo de su reino, promulgó la conocida capitular Quiercy-sur-Oise, en la que determinaba que si en su ausencia fallecía alguno de sus condes, fuera sucedido por su hijo. No es, como a veces se ha dicho, el acta de nacimiento del feudalismo, pero sí nos deja entrever lo que estaba sucediendo en realidad, esto es, que de hecho los condes trasnmitían el cargo a sus hijos, sobre todo desde que el beneficio que llevaba consigo se había hecho hereditario. Así fue como los condes catalanes de finales del siglo IX, concretamente Wilfredo el Velloso, habían conseguido implantar su propia dinastía y desprenderse de la autoridad de los francos, favorecidos por múltiples circunstancias, tales como la decadencia del poder real y la sustitución de la dinastía carolingia por los capetos, a los que no hicieron ya ni siquiera el juramento de fidelidad, puramente formal, que últimamente venían prestando.
La feudalización que se produjo en la cabeza de los condados descendió a todos los miembros de la sociedad a través de aquellos funcionarios que estaban más cerca de los condes, es decir, los vizcondes y demás delegados para el gobierno del territorio, quienes, a su vez, le prestaban homenaje y recibían la parte congrua de los beneficios para el decoroso empeño de su función. Junto a estos vasallos con función pública, había otros que solamente recibían un beneficio o feudo a cambio de las consabidas obligaciones compendiadas en la frase auxilium et consilium, y que en términos generales obligban al inferior a prestar ayuda a su señor, principalmente militar, y consejo, acudiendo a la curia condal cuando fuera requerido. Los vasallos de los condes o de los grandes señores podían, a su vez, recibir el homenaje de otros hombres de inferior categoría, de tal modo que no quedó en Cataluña ningún habitante de condición libre que no estuviese prendido en alguno de los nudos de la red feudal.
Los mismos condes que se repartían el territorio intentaron imponerse unos a otros mediante vínculos de vasallaje. Pronto el de Barcelona adquirió cierta supremacía, que luego se reflejó en la adopción del título de princeps. Pero no pensemos por ello que formaban una unidad política. Algún condado, como Pallars, osciló entre Cataluña y Aragón, del que formó parte durante mucho tiempo. Otros, como Urgel, mantuvieron tenazmente su soberanía, solamente perdida al cabo de varios siglos. En cambio, el conde barcelonés era reconocido en lugares de allende los Pirineos, que luego no entrarían a formar parte de Cataluña.
De todos modos, los condes de Barcelona fueron desde muy pronto los portavoces indiscutibles de aquellas tierras que, sin formar un todo político consolidado, se estaban desgajando de la autoridad de los reyes francos. Su actitud a lo largo del siglo X está caracterizada por el oportunismo propio de los territorios débiles. Primero se apoyaron en los musulmanes bajo Wilfredo Borrell (898-911) y Suñer (911-947), hijos y herederos de Wilfredo el Velloso respecto a Barcelona, Gerona y Ausona, que constituían su núcleo patrimonial. Los sucesores de Suñer, Borrell y Miró, quienes gobernaron conjuntamente hasta la muerte de éste en el 977, continuaron la misma política, que momentáneamente fue abandonada en el 963, año en que ambos hermanos formaron parte de la gran coalición que unióa todos los príncipes cristianos de España contra Al-Hakam II. Mas su habitual política promusulmana fracasó cuando en 985 Almanzor, sin ningún motivo aparente, saqueó, como ya dijimos, Barcelona y su comarca. Borrell II, quien ocho años antes había suplrimido de sus documentos toda fórmula de acatamiento a los francos, hubo de volver a solicitar el apoyo de éstos. Pero entonces murió el rey Lotario, último carolingio, y los problemas del acceso al trono de Hugo Capeto no permitieron a Cataluña recibir la ayuda pedida, por lo que hubo de vérselas sola con el terrible dictador amirí. Por eso cuando desapareció el peligro, los condes catalanes ya no pensaron en renovar el vasallaje a la nueva dinastía que regía a los francos. Borrell desobedeció a Hugo Capeto, que le mandaba acudir a Aquitania a prestarle vasallaje. Desde entonces, los reyes francos dejan de legislar en Cataluña.
El largo período de contacto con los musulmanes proporcionó, sin duda, a los condados catalanes grandes ventajas, pero también algunos inconvenientes. Si la vinculación a los francos habían hecho que llegaran a ella la liturgia y la escritura carolingias antes que a ningún otro territorio cristiano de la Península y que se feudalizara más que cualquiera de éstos, la apertura hacia el mundo islámico le permitió beneficiarse de su cultura y su economía. La paz entre Barcelona y la Córdoba califal convirtió a Cataluña en el lugar de paso del comercio islámico con Europa Occidental. Poe ella discurría la ruta del oro sudanés que los andalusíes canalizaban hacia los países cristianos. De aquí que dicho metal circulase por Cataluña en fecha muy temprana y que se acuñase en monedas.
Junto con las ventajas materiales, llegó también la cultura. Siendo Cataluña lugar de paso no sólo para los mercaderes musulmanes, cristianos y judíos que negociaban en los extremos del mundo cristiano y musulmán, sino también para todos los monjes viajeros y para los embajadores alemanes e italianos que acudían a Córdoba, quedaba en excepcionales condiciones para recibir todas sus influencias. De ahí que sus monasterios se convirtieran en centros florecientes de cultura. Ripoll, el más importante, tenía, a finales del siglo X, 65 códices, que, cincuenta años más tarde, ascendían a 192, cifra considerablemente elevada para la época. Pero lo más sorprendente era el extraordinario conocimiento de las ciencias y la docencia de las mismas que en dicho monasterio se practicaba. En cierta ocasión, el abad franco Aurillac preguntó al conde Borrell si en sus dominios había algún lugar donde poder estudiar ciencias. Se le contestó que en Ripoll, y allí fue enviado un monje de nombre Gerberto. Éste aprendió astronomía, geometría, física y música, ciencias entonces desconocidas en la Europa Occidental. Un buen día Borrell acude a Roma, donde coincide con el emperador Otón I, quien le reclama la persona de Gerberto, que poco más tarde es elevado al trono pontificio con el nombre de Silvestre II. Sus conocimientos astronómicos y de otras ciencias sorprendieron tanto a quienes le rodeaban que no tardó en adquirir fama de nigromante. Incluso los historiadores, sorprendidos de su cultura, pensaron que sin duda la había adquirido en Córdoba.
Pero la influencia árabe no se circunscribe al campo de las letras. El empleo del idioma árabe aparece en los lugares más sorprendentes, desde la lápida de la catedral gerundense, en la que los caracteres islámicos alternan con el latín, hasta el códice de las Sentencias de Tajón perteneciente a Ripoll, adornado de curiosas notas marginales en cursiva visigótica o en árabe. Las influencias artísticas de esta época no son ni italianas ni mozárabes. Para restaurar sus iglesias acuden directamente a arquitectos árabes, qeu dejan su huella sobre todo en los capiteles.
Estas consecuencias de la relación con el mundo islámico fueron acompañadas de otras, tales como la pérdida de muchos de los rasgos culturales hispánicos, a pesar de que siguieron conservando el derecho visigodo. Más importante quizá fue la paralización de la Reconquista, lo cual hizo que siguieran estancados mientras León avanzaba por la línea del Duero. Con todo, hay que reconocer que el país se esforzaba, mediante alianzas coyunturales, por salir del estado inorgánico en que se hallaba. Tras los francos y los musulmanes, pronto van a encontrar en el papado el apoyo exterior que les permitirá evolucionar internamente.

2 comentarios:

Mercedes Gallego dijo...

Oye, muy interesante lo ue dices. ¿Enqué tomo de La bistoria de las Españasestá? Me interesa mucho. Tengo una novela por ahí que me faltaba documentación para el asentamiento de los judios en Cataluña, me vendría bien.

FRANCISCO GIJON dijo...

Medieval I