
La última resistencia a esta marcha ascendente vino de la corte y del viejo general Galib, acuartelado en su fortaleza de Medinaceli. Desde allí asistía, atónito, a las audacias cada vez mayores de su yerno, cuyas relaciones familiares no le habían hecho olvidar su vinculacion con la dinastía omeya, a la que debía la libertad y toda su grandeza, que acabaron por prevalecer en su corazón por encima de los vínculos de parentesco que le unían a Almanzor. Las relaciones entre ambos empeoraron, y Almanzor hizo venir de África contingentes de beréberes con que enfrentarse a las tropas de su suegro. Un día se encontraron en la fortaleza de Atienza, en julio del 981. Éste le reprendió agriamente su conducta hacia el joven califa y llegó a herirle en una mano de un sablazo. Almanzor hubo de salir huyendo, dispuesto a acabar con Galib. El viejo general, a su vez, buscó apoyo entre los castellanos y navarro, pero todos fueron derrotados en la batalla de San Vicente, cerca de Atienza, en julio del 981. Allí acabó sus días el valeroso general omeya. En el 989 hubo de hacer frente Almanzor a otra conjura dirigida por el gobernador de Toledo, un miembro de la familia del califa apellidado "Piedra Seca" en lengua romance, en la que tomaba parte un hijo del propio dictador, Abd Allah; pero fueron descubiertos y los que no pudieron escapar, pagaron la traición con sus vidas, incluido Abd Allah. Finalmente hubo un intento a cargo de la reina madre Subh, quien, después que Almanzor tomara el título real en 996, había comprendido ya todo el juego de éste y temía por el trono de su hijo. Por otro lado pensaba la reina que ya era hora de acabar con la "regencia" del príncipe, puesto que éste estaba ya a punto de cumplir... ¡los treinta años! y aún no había dado ningún paso para encargarlo personalmente del gobierno. A fin de preparar un golpe de Estado contra su antiguo amante, al que ahora odiaba, empezó a sacar dinero del alcázar. Mas Almanzor, advertido de ello, se anticipó. Se incautó del dinero, que depositó en el tesoro público, y puso a Subh en evidencia ante la corte. Luego se exhibió junto con Hisham por toda la capital andaluza, he hizo que éste le confirmara en todos sus poderes mediante un documento. La oposición a su dictadura había concluido.
Paralela a esta labor de afianzamiento del poder personal, Almanzor desplegaba sus grandes cualidades políticas y militares al servicio del Estado cordobés. No se destacarán sus muchas realizaciones internas, donde su buena administración y sentido de la justicia hicieron que Al-Ándalus gozara de un período de paz y prosperidad, la cual, al decir de los cronistas e historiadores, sobrepasó a la de los mejores califas.
Corresponde ahora compendiar la política exterior, en la que continuó la pauta marcada por Abd Al-Rahmán III y Al-Hakam II. La obra expansiva de éstos encontró en Almanzor su más excelso paladín, y, bajo él, el poder de la España califal alcanzó su momento cenital. Nunca los reinos cristianos ni en norte africano se habían tenido que mostrar tan sumisos como ahora.
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