5 sept 2014

ALMANZOR. GLORIA Y RUINA DEL CALIFATO (II)

Al tiempo que vigilaba por el mantenimiento de la coalición en el poder, Almanzor robustecíasu propia posición dentro de ella. Dispuesto a no ser el "segundo" por más tiempo, comprendió que la base real del poder no podía ser otra que un ejército adicto y se propuso triunfar en el campo de las armas. Para ello era preciso que se le confiara el mando de tropas, a lo que el hachib Chafar mostraba cierta reticencia; mas Almanzor supo valerse de la reina madre Subh para conseguir sus propósitos. Aprovechando la paralización de la actividad pública que trajo consigo la sucesión de Hisham, los cristianos habían atacado la frontera musulmana en su sector noroccidental, ya que en la zona oriental el fiero Galib mantenía el respeto desde su fortaleza de Medinaceli. Estos ataques inquietaron a Subh, temerosa por el futuro de su hijo. Almanzor supo presentarse ante ella en el momento adecuado, prometiéndole apaciguar la frontera si se le daban los medios necesarios. Fue entonces cuando se le proporcionó un ejército para la que iba a ser la primera de una serie de fulminantes campañas contra los cristianos. El nuevo general no se precipitó. Seleccionó soldados, los armó sometiéndolos a una intensa preparación y entrenamiento y a finales de febrero del 977 se puso en marcha al frente de ellos hacia la comarca de Béjar. La campaña, dirigida contra la fortaleza de Los Baños, constituyó un éxito a pesar de sus reducidos alcances. Almanzor logró popularidad, no sólo entre la masa de la población, sino entre lo soficiales del ejército.
Desde la posición en que se encontraba, Almanzor se dispuso a dar el salto definitivo a la suprema magistratura del Estado. A estas alturas únicamente podían oponérsele el hachib y el general más importante de los últimos años, Galib, quien, a la larga, se revelaría como su verdadero rival. Almanzor no lo ignoraba, a pesar de lo cual buscó apoyarse en él inicialmente para deshacerse del hachib Chafar. Procuró ganarse al viejo general haciendo que le fuera concedido el título de "doble visir". Luego consiguió que para las próximas aceifas se le enviaran refuerzos, cuyo mando asumió el propio Almanzor. Éste halagó la vanidad de Galib secundando siempre sus iniciativas y atribuyéndole luego todos los éxitos obtenidos. Galib, por su parte, tampoco se andubo corto en elogiar a su ayudante, que, al regresar a Córdoba, fue nombrado gobernador de la ciudad. Amanzor supo convertir su jugada en un triunfo resonante, obteniendo la mano de Asma, hija de Galib, que previamente había sido concedida a uno de los hijos de Chafar. Era el principio de la caída del hachib. Éste contaba con no pocos enemigos, sobre todo entre la aristocracia y antiguos altos funcionarios, quienes no le perdonaban ni su oscuro orígen beréber ni la mediocridad de su talento ni, sobre todo, que les hubiera despojado de sus cargos para dárselos a los miembros de su familia. Por eso no le resultó difícil a Almanzor, con el beneplácito de su suegro Galib y de la complaciente Subh, obtener su caída. En el 978 fue detenido junto con sus hijos y sobrinos, sus bienes confiscados y sometio a un largo proceso, hasta que cinco años más tarde moría estrangulado en la prisión. Automáticamente, Almanzor le sucedía en el cargo de hachib y en todas las demás prerrogativas.
Quedaban Almanzor y Galib frente a frente. Pero antes el primero hubo de vérslas con otro problema surgido de la conciencia popular, que no dejaba de observar con recelo cómo el hábil ministro estaba poniendo en peligro la institución califal mediante la amenza de una dictadura. Este sentimineto legitimista fue utilizado por algunos partidarios del anterior hachib, Chafar Al-Mushafí, y varios altos funcionarios de palacio, anteriores y actuales, a quienes se unía también el descontento de los alfaquíes y de todos aquellos que compartían la opinión, bastante generalizada en Córdoba, que dudaba de la verdadera piedad de Almanzor. Los conjurados tenían el proyecto de asesinar a Hisham II, con el fin de sustituirlo por su primo, pero el golpe les falló. Entonces, el prefecto de Córdoba, que participaba en la conjura, quiso salvarse encarcelando a los demás y poniéndolos en manos de Almanzor. Corría el año 979. Almanzor hizo graves escarmientos en los prisioneros, degollando a unos y crucificando a otros. El dictador debía justificarse ante los alfaquíes de Córdoba, fieles desde hacía siglos al tradicionalismo malequí, enemigo de toda evolución en materia jurídica y religiosa. Con ese fin no solamente impuso los astigos más duros a aquellos que estaban afiliados a las corrientes vanguardistas del pensamiento islámico, sino que empezó a dar muestras externas de piedad y, lo que es más grave, sacrificó gran parte de la biblioteca que Al-Hakam II había reunido para dar satisfación a los alfaquíes rigoristas que pensaban que había allí muchas obras peligrosas. A fin de lograr sus ambiciones políticas, Almanzor no dudaba en arrojar a las llamas o a los pozos del alcázar muchos de los libros pacientemente acumulados por el califa anterior, participando con sus propias manos en la expurgación. Una vez más (y no la primera ni la última) la cultura era sacrificada en aras de la política.
De todo ello resultó, no obstante, que la posición del primer ministro quedaba más afianzada. Junto a él un príncipe indolente, de cabello rubio y ojos azules, educado a propósito en la molicie y prematuramente saciado en los placeres sensuales. Estas condiciones del califa eran las más adecuadas para favorecer sus aspiraciones. Almanzor inició entonces la ultima etapa de su escalada hacia las más altas dignidades del Estado. Durante el 979 comenzó la construcción de un gran palacio para residencia suya en las inmediaciones de Córdoba, al que pronto se juntaron nuevos edificios de funcionarios y aristócratas. Así nació la "ciudad brillante" de Medinat Al-Zahira. En ella instaló el dictador toda la administración del Estado, sustrayéndola del alcázar califal. Era unn golpe maestro que venía a poner de manifiesto cuáles eran las aspiraciones del nuevo dueño de Al-Ándalus. Hasta el mismo nombre de su ciudad parecía querer emular a la Madinat Al-Zahra de los califas. Frente a la casa de éstos, Almanzor levantaba la suya propia. No tardaría en oponer a los omeyas su propia dinastía, los amiríes. En 981 fue a habitar su nueva residencia. Allí se vería ya libre de tener que acudir cada día a rendir pleitesía al inepto califa. Al mismo tiempo empezó a dar muestras de querer ser tratado como un auténtico soberano.

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