4 sept 2014

ALMANZOR. GLORIA Y RUINA DEL CALIFATO (I)

La subida al trono de Hisham II (976-¿1013?) fue para la España musulmana el comienzo de un periodo de su historia lleno de los mayores contrastes. El nuevo califa, niño aún de pocos años, se mostró siempre incapaz de gobernar hasta extremos inusitados. Algunos historiadores han llegado a asociar su nombre al de los "reyes vagos" merovingios o al de los "fin de raza" de tantas dinastías europeas. Su debilidad física quedaba superada por la incapacidad intelectual. Así que durante los casi cuarenta años que nominalmente fue califa, el Estado cordobés navegó a su suerte y fue campo abierto para todos los advenedizos y buscadores de fortuna, y aún ésta no fue una suerte del todo adversa para el propio Estado, al hacer que de entre los oscuros oficiales palatinos surgiera de manera fulminante la estrella del que iba a ser el mejor caudillo de la España musulmana y muy pronto dueño absoluto de sus destinos: Abu Amir Muhammad Ben Abi Amir Al-Maafií, a quien sus victorias proporcionaron el apelativo de Al-Mansur (el victorioso), de donde derivó el nombre de Almanzor con el que corrientemente se le designa. Él fue quien gobernó Al-Ándalus de manera indiscutible, una vez que se hizo con las riendas del poder. En adelante se puede decir que los califas ya no cuentan. Como otrora los mayordomos de palacio o los validos de los Austria mucho después, es ahora el hachib o primer ministro cordobés quien realmente dirige la vida pública, consiguiendo incluso que le sucedan sus hijos en el cargo, que arrastrarán incluso algunos años de la gloria de su padre. De esta forma, junto a la dinastía marwaní, que ostenta el título califal, surge paralelamente la dinastía amirí, dueña del poder electivo.
La sensacional carrera personal de Almanzor, que le llevó a los más altos cargos del Estado, merece ser repasada brevemente. Pertenecía a una familia árabe baladí, de la tribu yemení, que había recibido posesiones en la comarca de Algeciras como recompensa por su participación en la conquista de España al lado de Tariq. Los descendientes de esta familia acomodada mostraron más afición por la ciencia, especialmente religiosa, que por las armas, y el padre de nuestro héroe adquirió cierta notoriedad como recitador de tradiciones musulmanas. Almanzor fue muy joven a Córdoba a iniciarse en el conocimiento del derecho coránico y de la lengua y gramática árabes. Parece ser que logró entrar a formar parte de la administración central como redactor de memorias e instancias al pie del alcázar, de allí pasó a colaborar con el cadí supremo de Córdoba, quien, adivinando sus cualidades, lo presentó al jefe de la administración civil de palacio. Esto ocurría en el año 967, durante el reinado de Al-Hakam II. Almanzor había conseguido llegar al escenario sobre el que iba a triunfar. Aquí, sus cualidades personales y los favores de la reina madre, la vascona Subh, de la que se sospecha fue amante, al menos después de la muerte de Al-Hakam, determinaron una fulgurante carrera de ascensos: administrador del cuantioso patrimonio que el califa legó a sus hijos y de todos los bienes de la madre de ambos, director de la casa de la moneda, tesorero, cadí de Sevilla y Niebla...
Almanzor daba pruebas de saber moverse en el difícil terreno de la corte, para lo cual no rehusó emplear su cualidades seductoras cerca de las mujeres más influyentes del harén califal. Poco a poco fue recibiendo encargos de mayor importancia en las expediciones militares a África del Norte, en las que se repartía dinero a manos llenas para lograr partidarios; se le encargó la delicada misión de controlar el empleo de ese dinero, llevándolo a cabo con gran tacto. Luego fue nombrado inspector de las tropas mercenarias acuarteladas en Córdoba.
El salto definitivo a las grandes magistraturas se produjo con ocasión de la muerte de Al-Hakam II y la sucesión de su hijo Disham. Dos eslavos que habían asistido a los postreros momentos del califa, queriendo evitar los inconvenientes que sin duda reportaría la minoría de edad de su hijo, se propusieron elevar al califato al hermano del difunto, llamado Al-Muhira. Pero el hachib Chafar Al-Mushafí, que había estado gobernando Al-Ándalus durante la convalecencia de Al-Hakam y esperaba continuar disfrutando de sus atribuciones, se dispuso a asegurar en el trono a Hisham. Convocó a los altos dignatarios de la corte y a los oficiales beréberes de la milicia y les dio a conocer el plan de los eslcavos, quienes ingenuamente se lo habían comunicado, pensando contar con su colaboración. Los reunidos decidieron que, como primera medida, había que asesinar a Al-Muhira, quien estaba completamente al margen de todos estos asuntos. Almanzor, que asistía a la reunión, fue el encargado de llevarlo a la práctica, lo cual consiguió sin ninguna dificultad, no sin antes hacer un leve gesto por salvarlo, a la vista de su inocencia. Poco después se pudo proclamar califa a Hisham II, actuando Almanzor de heraldo en la ceremonia.
En el equipo del nuevo califa a Almanzor le cupo tan sólo el segundo lugar, en calidad de visir adjunto, al lado de Chafar Al-Mushafí, que seguía de hachib. Pero por el momento hubo de conformarse y ampliar la alianza que unía a ambos incluyendo en ella a otro personaje de la corte sumamente importante, la reina madre Subh, designada oficialmente con el título de "gran princesa" y a la que procuraron rodear de toda pompa, juntamente con su hijo, seguros de que esa era la mejor garantía del apoyo popular para el califa y sus colaboradores. La supresión del impuesto sobre el aceite, muy impopular, que por entonces se dio a conocer acabó de ganarles la adhesión de los súbditos. El descontento ya sólo podía provenir de los esclavos y libertos que no se resignarían a perder su antiguo prestigio. Pero Almanzor supo maniobrar entre ellos y los beréberes, manteniendo una red de espionaje, pagada por él, que le tenía al corriente de cuanto se tramaba, y así pudo prevenir sus golpes, acabando por privarles de los cargos que todavía conservaban. Al mismo tiempo se fue ganando entre la oficialía de una u otra procedencia personas adictas, con quienes formó una guardia personal, mantenida también a su costa.

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