30 sept 2014

ALFONSO VI: EUROPEÍSMO Y CRUZADA CONTRA EL ISLAM. LOS ALMORÁVIDES (I)

Hacía tiempo que la expansión castellano-leonesa hacia el Islam permanecía prácticamente estancada. Fernando I había preferido someter a tributo a casi todos los reinos de taifas importantes, como Badajoz, Sevilla, Toledo y Zaragoza, a los que irían añadiéndose otros, merced a la afortunada intervención del Cid por tierras de Levante. Pero con Alfonso VI las cosas acabarán cambiando (no en vano fue comocido como "El Bravo). Las muchas campañas por él emprendidas hicieron que resultaran insuficientes los tributos o parias que los príncipes musulmanes le pagaban, por lo que fueron abrumados con nuevas peticiones pecuniarias. Esta presión que el rey y emperador cristiano ejerce sobre ellos acaba por dividirlos en dos grupos contrapuestos: aquellos que quieren continuar en paz, aun a costa de seguir pagando cantidades cada vez mayores, y los que desean resistir militarmente a semejante despojo. Esta diversidad de pareceres, que cundía por uno y otro lado, se reveló sobre todo en Toledo, a raíz de la muerte de Al-Ma'mún y su sucesión por Qadir en 1075. Éste siguió la política de amistad con Alfonso VI que había iniciado su padre durante los años en que el castellano estuvo refugiado en Toledo, lo cual levantó contra él la desconfianza del partido intransigente, que puso los ojos en Al-Mutawáqil, rey de Badajoz, que en esos momentos aparecía como líder de quienes no se resignaban a pagar en silencio. Esto obligó a Al-Qádir a ponerse aún más en manos de Alfonso VI. Mas en 1080 fue expulsado de su reino, y hubo de correr, a su vez, a refugiarse en la corte de su amigo y aliado. Entre ambos concluyen entonces un extraño pacto que preveía la recuperación del trono toledano, pero con la condición de que Al-Qadir rendiría la ciudad a los cristianos cuando se hallara en condiciones de ocupar Valencia. En abril de 1081 ambos soberanos expulsaron de Toledo a Al-Mutawáqil y entraron juntos en ella.
Tras esta demostración de fuerza, Alfonso VI empezó a exigir condiciones a Al-Qadir, imponiéndole nuevos tributos y exigiendo la entrega de castillos. Incluso entró en negociaciones con Gregorio VII sobre la restauración eclesiástica de Toledo y su restitución a la categoría de sede primada. No cabían dudas acerca de la actitud del rey castellano, quien no se conformaba ya con la percepción de parias, sino que amenazaba la independencia misma de los taifas tributarios. Por eso, las demandas de auxilio que enviaron los del partido intransigente encontraron pronto eco en Al-Muqtádir de Zaragoza y en Al-Mu'támid de Sevilla, quienes invadieron el reino toledano. Alfonso hubo de acudir con todos sus efectivos y puso cerco a la capital, donde sus enemigos se habían hecho fuertes. Se sucedieron unos años de correrías y andanzas, antes de que obtuvieran resultados definitivos. En una de ellas el Cid, que estaba en la corte de Sevilla por mandato regio, hizo una entrada por las tierras toledanas contra la voluntad de Alfonso VI. Por esta y otras causas, cayó en la ira regia y sufrió su primer destierro, que le obligó a ir con sus vasallos a ofrecer sus servicios a otros príncipes. Rechazado por los condes de Barcelona, se acogió a la taifa de Zaragoza, sirviendo a los musulmanes, aunque a la postre su destierro ayudó a la causa de Castilla, al apartar a Zaragoza de la lucha que se libraba por la posesión de Toledo. Para disuadir al otro aliado de los toledanos, Alfnonso VI organizó una expedición contra Sevilla, en la que llegó hasta Tarifa, donde, según se dice, hizo que su caballo penetrara en el mar, como símbolo de su aspiración de dominar todos los rincones de la Península. Después de esta acción, la ocupación de Toledo no ofrecía ya dificultades. En mayo de 1085 se produjo la rendición. Sus habitantes musulmanes pudieron quedarse o emigrar, respetándose la posesión de todos los bienes, así como la mezquita mayor. A Al-Qadir se le prometió ayuda para instalarse en Valencia, como así se hizo un mes mmás tarde a la muerte de su rey, Abd Al-Aziz.
Si estos sucesos encumbraron la gloria de Alfonso VI, conmovieron también hasta a los más pacíficos de entre los musulmanes españoles, impulsándolos a la resistencia y a recabar auxilio del único poder que entonces podía socorrerles: los almorávides.

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