
Tras esta demostración de fuerza, Alfonso VI empezó a exigir condiciones a Al-Qadir, imponiéndole nuevos tributos y exigiendo la entrega de castillos. Incluso entró en negociaciones con Gregorio VII sobre la restauración eclesiástica de Toledo y su restitución a la categoría de sede primada. No cabían dudas acerca de la actitud del rey castellano, quien no se conformaba ya con la percepción de parias, sino que amenazaba la independencia misma de los taifas tributarios. Por eso, las demandas de auxilio que enviaron los del partido intransigente encontraron pronto eco en Al-Muqtádir de Zaragoza y en Al-Mu'támid de Sevilla, quienes invadieron el reino toledano. Alfonso hubo de acudir con todos sus efectivos y puso cerco a la capital, donde sus enemigos se habían hecho fuertes. Se sucedieron unos años de correrías y andanzas, antes de que obtuvieran resultados definitivos. En una de ellas el Cid, que estaba en la corte de Sevilla por mandato regio, hizo una entrada por las tierras toledanas contra la voluntad de Alfonso VI. Por esta y otras causas, cayó en la ira regia y sufrió su primer destierro, que le obligó a ir con sus vasallos a ofrecer sus servicios a otros príncipes. Rechazado por los condes de Barcelona, se acogió a la taifa de Zaragoza, sirviendo a los musulmanes, aunque a la postre su destierro ayudó a la causa de Castilla, al apartar a Zaragoza de la lucha que se libraba por la posesión de Toledo. Para disuadir al otro aliado de los toledanos, Alfnonso VI organizó una expedición contra Sevilla, en la que llegó hasta Tarifa, donde, según se dice, hizo que su caballo penetrara en el mar, como símbolo de su aspiración de dominar todos los rincones de la Península. Después de esta acción, la ocupación de Toledo no ofrecía ya dificultades. En mayo de 1085 se produjo la rendición. Sus habitantes musulmanes pudieron quedarse o emigrar, respetándose la posesión de todos los bienes, así como la mezquita mayor. A Al-Qadir se le prometió ayuda para instalarse en Valencia, como así se hizo un mes mmás tarde a la muerte de su rey, Abd Al-Aziz.
Si estos sucesos encumbraron la gloria de Alfonso VI, conmovieron también hasta a los más pacíficos de entre los musulmanes españoles, impulsándolos a la resistencia y a recabar auxilio del único poder que entonces podía socorrerles: los almorávides.
No hay comentarios:
Publicar un comentario