30 ago 2014

LOS REINOS CRISTIANOS ANTE EL CALIFATO (III)

El reinado de Ramiro II proporcionó a los cristianos un gran monarca entre el 931 y el 950, el mejor de cuantos ocuparon el trono leonés, digno antagonista de Abd Al-RahmánIII. Ramiro supo galvanizar todas las fuerzas cristianas, a las que imprimió su personal dureza, y ponerlas al servicio del ideal de la Reconquista. De nuevo tomó como fundamento de esta política la alianza con Navarra, que había sido dejada un poco de lado durante las luchas intestinas que precedieron a su reinado. Pero tampoco desaprovechó cuantas ocasiones se le presentaron para buscar colaboradores dentro del territorio musulmán. En 932 los problemas interiores le impidieron llegar con sus fuerzas a la ciudad de Toledo, no pudiendo evitar su caída. Años más tarde buscará un entendimiento con los tuchibíes de Zaragoza, sustitutos de los Banu Qasi en la defensa de la frontera superior, y conseguirá en determinado momento que le presten incluso vasallaje. El resultado de la confrontación entre ambos líderes de la España cristiana e islámica no fue, en absoluto, desfavorable para Ramiro, a quien su cancillería leonesa, como remedando lo que ocurría en la corte califal, decoraba, a su vez, con los títulos de imperator y rez magníficus.
El rey de León inició las hostilidades tomando la fortaleza musulmana de Madrid, que llevaba el nombre árabe de Machrit, e intentó asegurarla con la expedición en auxilio de Toledo; mas, fracasada ésta, no pudo conservar mucho tiempo su primera conquista. Al año siguiente, Abd Al-Rahmán III prepara un ejército y lo envía contra el Alto Duero, donde los castellanos hacían no pocos esfuerzos para hacerse fuertes detrás de sus fortalezas y defensas y, por el contrario, los musulmanes asestaban duros golpes una y otra vez, a fin de evitar que su ocupación se consolidara. En esta ocasión, Fernán González, que había recibido el condado de Castilla, habida noticia de que se acercaba un nuevo ejército califal, se apresuró a enviar mensajeros a Ramiro II para advertirle del peligro. El rey reunió a toda prisa el ejército y marchó al encuentro de los islamistas, a los que dio alcance frente a los muros de Osma, los derrotó e hizo varios millares de prisioneros. La respuesta del califa consistió en otra aceifa dirigida al año siguiente contra la misma Osma, donde consiguieron encerrar a Ramiro II. Pero éste no quiso aceptar batalla campal y se hizo fuerte dentro de los muros de la ciudad. Los musulmanes no pudieron asaltarla, contentándose con las consabidas correrías por la comarca, destinadas a arrasar fortalezas y quemar cosechas. Burgos fue demolido, y parece que en esta ocasión 200 monjes del vecino monasterio de San Pedro de Cardeña fueron pasados a cuchillo.
El resultado de la confrontación arrojaba unas tablas muy honrosas para el rey de León, que osaba medirse de igual a igual con el poderoso califa cordobés, dueño de un país infinitamente más rico y poblado que el suyo. Incluso se puede dictar una ligera ventaja en favor de Ramiro. Buscando sacar el máximo partido, éste comenzó a mover sus piezas durante los años siguientes, en busca de un triunfo más significativo. En el sitio de Osma, al lado de Abd Al-Rahmán III, había combatido Abu Yahya, señor de Zaragoza, a quien Ramiro había hecho proposiciones para que pasara a su partido. El jefe tuchibí, sin embargo, había permanecido hasta entonces fiel al gobierno central de Córdoba. Pero luego cambió de parecer, y en 937 se reconoció vasallo del rey de León. Algunos de los señores de la comarca caesaraugustana, desaprobando esta conducta de Aby Yahya, se rebelaron contra él; mas con la intervención de Ramiro II, pronto quedaron sometidos nuevamente. El califa cordobés, demasiado consciente del valor táctico de la marca superior, no podía resignarse a perder esa zona que alrgaba el frente cristiano de León y Navarra en dirección oriental, hasta enlazar prácticamente con los condados catalanes. De ahí que inmediatamente marchara con sus tropas en esa dirección. Crecó en primer lugar Calatayud, que sólo pudo resistir algún tiempo con la ayuda de las tropas alavesas enviadas por Ramiro II. La ciudad se rindió después de que su jefe muriera en una salida arriesgada. La guarnición musulmana fue perdonada, mientras que los soldados cristianos fueron pasados a cuchillo. A continuación, Abd Al-Rahmán se fue apoderando, uno a uno, hasta de 30 castillos de la zona, y acabó sentando sus reales frente a Zaragoza, que hubo de rendirse también a la evidente superioridad de su adversario.
El califa había conseguido recobrar una valiosa pieza. Con el fin de utilizarla en lo sucesivo, perdonó la vida a Abu Yahya. Pero eran muchos los esfuerzos y los recursos sacrificados en la lucha, por lo que el califa debió pensar que era llegado el momento de dar la batalla final a las monarquías cristianas. De momento aprovechó la concentración de fuerzas en la marca superior para hacer una especie de "jaque a la reina" y marchó contra Navarra, donde obligó a la regente doña Toda a prestarle vasallaje. Satisfecho del éxito obtenido, el califa regresó a la capital.

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