11 ago 2014

LA REVUELTA HISPÁNICA. LOS MULADÍES (IV). LOS BANU QASI (II).

Zaragoza empezó a sentir el agobio de la cercana presencia de los tuchibíes. Considerando que no podía sostenerse en ella por mucho tiempo, Muhammad ben Lope optó por vender la ciudad a los mismos emires cordobeses en el 884 por mediación de su cuñado, el conde Raimundo Pallars. Durante seis años, Zaragoza volvió a estar gobernada por valíes enviados por el gobierno central.
Pronto los tuchubíes dieron muestra del mismo afán independentista que los Banu Qasi. En el 890, uno de ellos, Abu Yahya Muhammad, el Tuerto, recibió consignas del emir Abd Allah para que asesinara al gobernador de Zaragoza, de cuya lealtad desconfiaba. El asesino, una vez cumplida su misión, se apoderó de la ciudad y los emires cordobeses hubieron de contentarse con recibir de él vasallaje. Hasta el año 924, fecha de su muerte, el Tuerto siguió siendo el dueño y señor de Zaragoza, no obstante los reiterados ataques de Muhammad ben Lope, que deseaba recuperarla. Pero el tuchibí no sólo supo mantenerse, sino que llevó sus ataques a los otros dominios de los Banu Qasi, a quienes derrotó en Egea de los Caballeros. La guerra se entabla de nuevo entre ambas partes. Los hijos de Muhammad ben Lope, Mutarrif y Lope, orientan entonces su afán belicista y expansivo hacia Toledo y Álava respectivamente. Lope muere muy pronto, en el 907, cuando atacaba Pamplona, en una celada que le tendió el rey Sancho Garcés. Su hermano y sucesor, Abd Allah, continuó en la misma tónica y murió también en el campo de batalla ocho años después. Cuando llegó al poder Abd Al-Rahmán III, la dinastía de los Banu Qasi languidecía reducida a sus dominios patrimoniales, Tudela y Zaragoza, y se veía obligada, por la presencia del tuchibí en Zaragoza, a lanzarse a arriesgadas empresas hacia el norte cristiano, que resultaron casi siempre fatales para ellos.
La más espectacular de cuantas rebeldías conoció la España musulmana a lo largo de su historia fue, sin duda, la que protagonizara Uma Ibn Hafsum. Hablamos del típico gran guerrillero, mezcla de caudillo popular y de salteador de caminos, que surge siempre en España cuando hay que combatir un poder político que se ha hecho insoportable y que pronto se convierte en un héroe que ha sabido escoger los libres anhelos del momento y que lucha incansable y tenaz mediante el golpe de mano, la batalla en campo abierto, la audacia, el valor o la sorpresa. Era Umar un muladí de reciente islamización perteneciente a una acomodada familia que descendía de un conde visigodo llamado Alfonso. Su padre era un señor importante de la comarca de Ronda. La vida política de Umar comienza como la de cualquier bandido andaluz del siglo XIX. Un día riñe con un vecino, lo mata y tiene que huir a la montaña para librarse de la justicia y de la venganza privada. Desde allí, obligado por la soledad y el hambre, empieza a dar golpes de mano en las campiñas circundantes, donde la fama de sus hazañas atrae a otros forajidos, con los que acaba organizando una cuadrilla. Y así en el 850 Umar alzó la bandera de la rebelión y, con un número creciente de adictos, se fue a establecer en Bobastro, un antiguo poblado que él se encargó de reedificar y engrandecer. Hallábase en plena serranía de Ronda, en un lugar casi inexpugnable, en el desfiladero del río Guadalhorce, conocido hoy como la comarca de El Chorro, donde las rocas, altísimas, cuelgan en las paredes sobre el angosto río. El lugar escogido añadía sus naturales defensas a la temeridad y valor del rebelde. Umar y sus secuaces comenzaron a hacerse sentir sobre los pueblos cordobeses en expediciones cada vez más audaces que llegaron a alarmar al mismísimo emir Muhammad I, quien envió a su mejor general, Hashim ben Abd Al-Aziz, quien le obligó a salir de su escondite y a rendirse, acompañándole a Córdoba, donde entró al servicio del emir formando parte de su guardia personal. Pero la vida de la ciudad no iba con él. Su carácter altanero chocó un día con el prefecto de Córdoba y, a consecuencia de ello, volvió a huir a su fortaleza rondeña, expulsó de ella al jefe de su guarnición, arrebatándoles a su concubina, y se rodeó de sus antiguos seguidores. Comienza así una nueva etapa en su rebeldía en la que ya no se iba a contentar con ocasionales razzias por las comarcas colindantes. Ahora aspiraba a constituir un principado rebelde, como otros tantos se habían erguido en Al-Ándalus. Se apoderó de Auta, Mijas, Comares y Archidona. Sus éxitos militares progresaban en la línea de una configuración nacionalista. En toda la zona no se hablaba más que de él. Con el paso de los años, las batallas y el incumplimiento unilateral de los tratados que se le ofrecían, la paciencia de los emires se fue agotando, si bien su poder no dejó de aumentar, favorecido por la extensión de la rebelión muladí a casi toda Andalucía. En el año 899 Umar llegó al cénit de su gloria, haciéndose dueño de los distritos de Jaén, Elvira y Reyyo. Dueño de la mayor parte de Andalucía y con puntos de apoyo muy próximos a Córdoba, llegó a considerar el asalto definitivo contra la cabeza del emirato. Se sucedieron nuevas batallas y enfrentamientos que afianzaron su poder hasta que Umar decidió realizar un cambio trascendental en cida: convertirse al cristianismo y adoptar el nombre de Samuel. Este gesto rebelaba sin duda el incuestionable nacionalismo hispánico de Umar, pero no es menos cierto que su conversión debilitó sensiblemente su posición. Y es que, aunque se atrajo el apoyo incondicional de los mozárabes, disgustó profundamente a los muladíes, muchos de los cuales le abandonaron. No olvidemos que además, al apostatar de la fe de Mahoma, movía a los fieles islámicos a afrontar una guerra santa contra él. Finalmente creó el desconcierto con los medios internacionales desafectos a los omeyas, que le venían prestando su aliento y simpatía. Umar hubo de lanzarse a una campaña desesperada para reconstruir sus posiciones en el exterior y en la misma Andalucía. En vano hizo a los monarcas idrisíes de Marruecos pueriles concesiones. En vano urdió fantásticas alianzas con los reyes asturianos o con los Banu Qasi para dirigir campañas conjuntas contra el distrito de Jaén.
Los últimos diez años del emirato de Córdoba, que preceden a la instalación del primer califa, fueron lentamente tristes para Umar. En todo este tiempo sus poco lucidas campañas, si bien le mantuvieron invencible en su refugio roqueño de Bobastro, plasmaron su decadencia. Llegó a proclamarse vasallo en el 910 de Ubayd Allah en el norte de África, pero de nada le sirvió cuando el nuevo emir, y luego califa, Abd Al-Rahmán III, se decidió a emprender una campaña definitiva contra Bobastro que acabó definitivamente con su rebeldía, como ya veremos más adelante.

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