2 ago 2014

CÓRDOBA Y ASTURIAS CON PROBLEMAS. LAS ACEIFAS (y II)

Silo trasladó la capital de Cangas de Onís a Pravia. Fruela repobló parte de Galicia, hasta el Miño, y los valles del Bierzo y de las montañas leonesas. Mozárabes y monjes huídos de la España musulmana acudían a poblar estas tierras y a fundar monasterios que iban jalonando con su obra colonizadora el nuevo reino cristiano. Entre las funcadiones monásticas de mayor porvenir que entonces se llevaron a cabo está la que realizaron el presbítero Máximo y el monje benedictino Frómista en las laderas del monte Oveto en honor de San Vicente. La ciudad que en torno a él creció rápidamente, Oviedo, iba a convertirse muy pronto en la capital del reino asturiano.
Pero la paz entre cristianos y musulmanes era sólo un compromiso, motivado por la necesidad de acudir a otros problemas más urgentes. En modo aguno significaba que ambas porciones de la Península aceptaran la situación a que habían llegado después de setenta años de presencia de los musulmanes sobre nuestro suelo. ¿A qué aspiraban los reyes asturianos? Desde luego no debemos imaginarlos encendidos de un celo de cruzada y dispuestos a no abandonar las armas hasta que la "media luna" desapareciera del horizonte español, nada de eso. Es posible que lamentaran la suerte de aquellos cristianos que vivían bajo el islamismo y que añorasen su liberación, pero tal empresa era superior a sus fuerzas. Por el momento, la única posibilidad era no la liberación de nuevos territorios, sino únicamente la de las personas, que podían acompañar al rey hacia el norte cuando éste regresaba de sus correrías. Esta solución se compaginaba perfectamente , además, con los intereses de la monarquía, pues venían a aumentar la densidad demográfica del reino. Los musulmanes, por su parte, que habían puesto gran empeño en extender hasta donde fuera posible su dominio efectivo sobre España, no podían ver con buenos ojos el fortalecimiento y expansión de cualquier núcleo rebelde que en ella apareciera. Así que en cuanto les fue posible se replantearon el caso asturiano y propusieron muy seriamente poner remedio a la situación planteada. Al margen de las motivaciones económicas, se trataba de una razón de seguridad nacional. El reino asturiano comenzaba a entrar en contacto con la monarquía de los francos, cuyo enderezamiento realizado por la nueva dinastía de los carolingios empezaba a hacerse sentir sobre los musulmanes españoles del nordeste peninsular. Tampoco faltaban las consideraciones religiosas con que enfervorizar a los combatientes. La "guerra santa", predicada por Mahoma y recogida en el Corán, aunque con expresiones un tanto contradictorias, susceptibles de interpretaciones diversas, podía ser pregonada en cualquier momento contra los "politeístas" del norte, adoradores de la Trinidad. Sólo faltaba un emir lo suficientemente piadoso como para contagiar a sus súbditos su fervor religioso. Éste fue Hisam I, hijo y sucesor de Abd Al-Rahmán I.
El fundador del emirato independiente moría en Córdoba el 30 de septiembre del 788 y fue enterrado en un panteón del propio alcázar cordobés, que recogería sucesivamente a los emires posteriores. A su ladose hallaba en el momento de la muerte el hijo menor de los tres que tenía, Abd Allah. Los dos mayores, Sulayman e Hisham, desempeñaron el cargo de gobernadores en Toledo y Mérida respectivamente. El viejo emir no ocultaba su admiración por Hisham, que había nacido en España, en la que siempre había vivido, mientras el mayor, nacido en Siria antes de la matanza de los omeyas, hacía poco tiempo que se había trasladado junto a su padre. Además, éste no había conseguido infundirle el amor a la cultura, a la religión y a las tradiciones familiares, respecto a las que mostraba desdeñosa indiferencia. Hisham, en cambio, conocido por el apelativo de "Al-Rida" (aquél de quien se está satisfecho), se había señalado por su afición a la literatura y su carácter piadoso. Después de mucho pensarlo, Abd Al-Rahmán designó a éste último como sucesor, aunque, comprendiendo las dificultades por las que habría de pasar su designación para triunfar, parece que ordenó al hijo menor que invistiera con el poder al primero de ellos que llegara a Córdoba después de su muerte. Éste fue Hisham, que se proclamó segundo emir de Al-Ándalus. Pero Sulayman, lejos de resignarse, se alzó en armas contra su hermano, y pronto se le unió el menor de los tres, Abd Allah. Después de sufrir algunos reveses se encerraron en Toledo, donde fueron cercados por Hisham, al que se rindieron al cabo de dos meses. El vencedor les exigió la expatriación, y ambos hermanos se trasladaron a Marruecos, donde se asentaron espléndidamente, gracias a una fuerte suma que recibieron como idemnización.
El gobierno de Hisham, enemigo, por temperamento, de la guerra, fue relativamente pacífico en el interior. Esto le permitió encauzar todas sus energías contra los cristianos, iniciando en España un nuevo tipo de campañas, denominadas "aceifas". Las aceifas (del árabe saifa, verano) estaban destinadas a debilitar al enemigo, minando su base económica. Dado el carácter agrícola de los territorios cristianos, tales expediciones debían hacerse al terminar la primavera o a comienzos del verano, cuando las cosechas estaban aún en los campos y podían ser incendiadas y destuidas fácilmente. Pocos años del corto reinado de Hisham faltó la consabida expedición, llegando a poner en peligro la resistencia del reino asturiano. Nada más verse libre de la competencia de sus dos hermanos, mandó contra él sendos ejércitos por las dos rutas de penetración que ya señalamos anteriormente: la oriental y la occidental.
En una de las campañas derrotaron, cerca del Bierzo, a Bermudo I. Como consecuencia de esta derrota, el rey asturiano renunció al trono, llamando a ocuparlo en su lugar a su sobrino, Alfonso II (791-842), hijo de Fruela, con quien se inicia un largo e interesante reinado. El nuevo rey, conocido en la Historia con el sobrenombre de "el Casto" debido a la sobriedad de sus costumbres, trasladó la capital del reino a Oviedo y llevó a cabo una importante labor cultural, religiosa y política. No se vio libre del acoso musulmán, que siguió enviando cada verano las consabidas aceifas año tras año. Pero la suerte comenzó a cambiar. La aceifa del 794 supuso un duro revés para las tropas de Hisham, si bien habían logrado incluso alcanzar y saquear la capital asturiana; pero al regreso, fueron sorprendidos en un lugar pantanoso llamado Lutos (quizá el actual Los Lodos, cerca de Grado) sufriendo una grave derrota. En represalia, al año siguiente, macharon contra Astorga y persiguieron después a Alfonso II, que hubo de refugiarse en una fortaleza junto al río Nalón. A pesar de que pusieron al rey en un serio aprieto, no lograron apoderarse de él. Otra expedición que salió aquel mismo año en distinta dirección fue duramente castigada por los cristianos. Asturias resistía uno tras otro a los sucesivos embates del Islam. Al año siguiente moría Hisham I. Su sucesor se verá enteramente ocupado por los problemas interiores y se abrirá así un largo período de más de veinte años que permitirá a los cristianos restablecerse y extender sus conquistas.

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