5 ago 2014

ABD AL RAHMÁN II. HACIA LA SUPREMACÍA DE OCCIDENTE (III): LA FLOTA

A pesar de todo, la consecuencia más importante de la invasión normanda fue el incremento de la marina. Se crearon atarazanas y astilleros, como el de Carmona, por orden de Abd Al-Rahmán II y se hicieron inversiones públicas para incrementar el número de barcos. Pronto poseyeron una flota considerable que proporcionó al gobierno copiosos frutos. No sólo garantizó la seguridad del país cuando en 859 y 966 los normandos quisieron repetir la intentona del 844, siendo esta vez fácilmente rechazados, sino que les permitió competir con la gran flota aglabí y disputarle a ésta su influencia sobre otros estados musulmanes. Así, el principado rustumí de tiaret, que se había hecho vasallo de los omeyas cordobeses, podía seguir gozando de la protección de éstos frente a los comunes enemigos: los poderosos idrisíes y aglabúes. Por la misma razón, pequeños estados que, como palmeras en el desierto, afloraban en torno a Marruecos, gozaron del apoyo de Abd Al-Rahmán II. No era Córdoba aún el foco de atracción de los tiemmpor del califato, pero se le acercaba. La importancia cada vez mayor de Al-Ándalus, que se hacía sentir en el Mediterráneo por medio de operaciones de curso oficialmente organizadas y en la ayuda, aunque lejana, prestada a los rebeldes establecido en Creta, movió quizá al emperador bizantino Teófilo a eviar en 839 una embajada al emir cordobé, que halagaba profundamente a éste. Aunque rechazó cortésmente su propuesta, la cual le incitaba a expulsar a los abasíes de Oriente y a combatir a los aglabíes, que habían inquietado a Bizancio apoderándose de Sicilia, la embajada bizantina, a la que correspondió otra cordobesa a Constantinopla, abría un capítulo interesante en la diplomacia omeya y era una prueba más de la madurez internacional que, por todos los conceptos, alcanzaba el emirato.
El robustecimiento económico y militar dio al emirato una superioridad sobre los países cristianos de la Península, que se manifestaba en el éxito casi constante en sus confrontaciones militares. Los triunfos obtenidos por Abd Al-Rahmán II en otros terrenos hacen que se olvide un poco esta faceta de su reinado. Pero una atenta mirada cronológica nos hará ver que las aceifas fueron llevadas contra los cristianos casi año por año e incluso hasta tres veces al año. No vamos a narrar estas expediciones una por una, pero tampoco podemos obviar que existieron y que supusieron un gran prejuicio para los reinos cristianos.
Todo lo que hayamos dicho hasta ahora en pro del emir cordobés no iguala los méritos por él contraídos como protector de la vida social y cultural del país. Hay que decir, no obstante, que esa acción apenas llegaba más allá de la capital cordobesa, a no ser por la imitaciónd e que de su vida y costumbres hacían las demas ciudades andaizas. La clave de todas estas transformaciones hay que buscarla en su potencial económico, en la apertura que la corte cordobesa realiza hacia el mundo abasí, más particularmente hacia Bagdad, de donde llegan sabios, poetas, músicos, cantores y gentes en general muy instruídas y refinadas, quienes imponen nuevos gustos y modas en la cocina, en el vestir, en la etiqueta y que sumergen completamente la vida cordobesa dentro de las costumbres orientales del califato, poniéndola a su altura. De hecho no pasará mucho tiempo sin que llegue, incluso, a superarla.

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