16 jul 2014

SISEBUTO Y LA PRIMERA REPRESIÓN DE LOS JUDÍOS

Tras los incidentes que para el reino visigodo había supuesto la presencia de Witerico, y después del intrascendente reinado de Gundemaro, la llegada al trono de Sisebuto (610-621) inició un período de alivio interno, excepto para los judíos. Esto no quiere decir que fuese un período de paz. Desde los comienzos de su reinado hubo de enfrentarse a quienes se habían rebelado contra su autoridad, entre los que estaban los astures, los rucones (que habitaban muy posiblemente Cantabria) y los vascos. Según una noticia que el mismo rey nos transmite en un poema, se había dirigido a estas zonas por mar, lo cual hace suponer que los visigodos poseían ya una flota, aunque nada sepamos de cómo estaba compuesta. Después de esta campaña Sisebuto llevó sus armas contra los bizantinos, a los que expulsó prácticamente de la Península, no dejándoles más que sus posesiones en el Algarve. Este episodio puso de manifiesto la bondad y magnanimidad del rey, a quien horrorizaban las crueldades que se cometían en las guerras. No sólo liberó a los prisioneros, cargando su rescate al tesoro regio, lo cual era también una forma de atraerse a la población enemiga, sino que además procuró un entendimiento con el patricio Cesáreo, gobernador de la provincia bizantina, quien, conocedor de la aversión del rey a los derramamientos de sangre, solicitó un acuerdo negociado para evitar las matanzas. Esta correspondencia muestra una extrema cortesía por ambas partes que hace de la contienda una guerra entre caballeros. El tratado que recluía a los bizantinos al sur de Portugal fue firmado finalmente por Sisebuto y el emperador Heraclio.
En política interior, Sisebuto destacó por su afición a las letras y por su profunda piedad. Manejaba bien el latín, en el que escribió una biografía de San Desiderio de Vienne, destinada a combatir la política de sus enemigos, los reyes francos, y un poema sobre los eclipses de sol y de luna acaecidos en 611 y 612. La piedad del rey se manifestó, además, en fundaciones como la iglesia de Santa Leocadia, en Toledo, y en la atención que prestó a los asuntos eclesiásticos. En cierta ocasión reprendió al obispo de Tarragona por su excesiva afición al teatro. Intervino en el nombramiento de los obispos, etc... Era el modelo del nuevo rey católico, salido del III Concilio de Toledo. Los monarcas, que antes habían sido jefes de la iglesia arriana, no renunciaban ahora a intervenir, por lo menos, en el gobierno de la Iglesia católica. Quizá este celo excesivo condujo al rey a una política antijudía. Intentó primero poner en práctica las normas dadas por Recaredo y sus primeras leyes sólo pretendían defender a los católicos. Se prohibía a los judíos tener esclavos cristianos, y habían de venderlos rápidamente en el mismo lugar, para evitar que los vendieran judíos de otro país. Si esta ley no era cumplida, los infractores perdían la mitad de sus bienes y el esclavo quedaba en libertad. El proselitismo judío entre los cristianos estaba penado con la muerte. Los esclavos nacidos de un matrimonio entre judíos y cristianos debían bautizarse en el cristianismo. Además de estas leyes, Sisebuto comenzó a promover conversiones forzadas, que fueron desautorizadas por San Isidoro, por el IV Conciliode Toledo y por algunos nobles.
Sucedió a Sisebuto su hijo Recaredo II, que sólo reinó unos meses, siendo elegido a su muerte Suintila (621-631). El nuevo rey siguió combatiendo a vascos y bizantinos. Para vigilar a los primeros edificó una fortaleza en Oligito (¿Olite?), y los obligó no sólo a trabajar personalmente en las obras, sino también a contribuir económicamente para sufragar los gastos. Suintila, que ya había combatido a los bizantinos como general de Sisebuto, consiguió expulsarlos totalmente de la Península entre los años 623 y 625.
Cuando llevaba diez años de reinado, Suintila pierde inesperadamente el trono a manos de unos conspiradores dirigidos por Sisenando, duque de Septimania, que le sucede. Los motivos nos son desconocidos por completo, aunque sabemos que en el IV Concilio de Toledo, reunido a continuación por el usurpador, estaba en contra suya. El mismo San Isidoro, que en la primera edición de su Historia de los Godos hace de Suintila un servil elogio, lo suprime en otra edición hecha a continuación. Se le acusaba de crímenes y confiscaciones. ¿Acaso nos hallamos ya ante un caso de purgas y persecuciones de las clientelas llevadas a cabo por un rey vencedor? El hecho es que Sisenando, desde Septimania, penetrase en España con un gran ejército en el que figuran las tropas francas del rey Dagoberto de Neustria, al que Sisenando, siguiendo una peligrosa costumbre, había pedido ayuda. Ante la superioridad del enemigo, Suintila se abstuvo de presentar batalla, quedando él, su familia y sus bienes a disposición del vencedor. Éste, del que apenas se sabe nada en los años posteriores, se ocupó de que un concilio anatemizase a los que conspiraban en contra del juramento de fidelidad que acababan de prestarle, a los que atentasen contra su vida o intentasen despojarle de su trono. Resulta sorprendente saber que todo esto lo hacían por orden del rey, quien contradecía su propia conducta y la de los conciliares que lo respaldaban. Pero sin duda la condena del famoso canon 75 del concilio iba dirigida contra otras conspiraciones que debieron producirse contra Sisenando después de derrocar a Suintila. Quizá una de ellas fuese la del misterioso Judila, del que las únicas noticias que tenemos son dos monedas acuñadas por aquel tiempo en Mérida e Iliberis con la inscripción IUDILA REX. El concilio había establecido también para la sucesión el sistema electivo. Al morir Sisenando en el 636 debió ponerse en práctica, siendo elegido Chintila, que gobernó pacíficamente durante tres años en los que se celebraron otros dos concilios. Es especialmente interesante el V Concilio de Toledo, pues en él se especifica que nadie que no sea godo puede aspirarar a la dignidad real. Tulga, que sucedió a su padre Chitila en diciembre del 639, fue destronado en el 642 por una sublevación que llevó a la realeza a un anciano de casi 80 años llamado Chindasvinto.

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