23 jul 2014

LA CONQUISTA DE ESPAÑA (y III)

El hijo de Musa se había quedado en España como valí o gebernador para afianzar la conquista del territorio. Lo que nos preguntamos todos es ¿cómo veían los españoles la nueva ocupación de su suelo por los recién llegados? Obviamente, el fenómeno era contemplado desde distintas ópticas. Para los judíos, que habían sufrido la opresión de los últimos monarcas visigodos, la venida de los musulmanes fue una auténtica liberación. Intervinieran o no en la preparación de esta venida, el hecho es que actuaron de quinta columna en las ciudades, muchas de cuyas puertas abrieron al invasor. En cuanto a sus prácticas religiosas nada tenían que temer, ya que pertenecían al grupo de la "religión del Libro revelado" o Biblia, y por lo tanto recibían al igual que los cristianos, un trato de favor por parte de los musulmanes. En el aspecto político y económico, sólo podían esperar ventajas, dada la desesperada situación anterior. Los viticianos, que también habían colaborado de manera decisiva en la invasión, a pesar de que las cosas tomaban un rumbo distinto a lo que ellos habían planeado, pronto hubieron de resignarse. Los árabes eran buenos negociadores, buenos cumplidores de sus pactos, por lo general, y muy tolerantes con los sumisos. Los hijos de Witiza se repartieron entre sí el patrimonio real que, como compensación por la pérdida del trono, se les había asignado. De acuerdo con las tierras recibidas por cada uno, Akhila fijó su residencia en Toledo; Ardabasto, en Córdoba, y Olmundo, en Sevilla. pronto sus partidarios siguieron su ejemplo y procuraron asegurar sus posesiones y, si se daba el caso, incrementarlas con las del partido contrario. No ofrecieron, por tanto, resistencia alguna, y, en compensación, recibieron de los árabes un trato más benévolo que aquellos que intentaron rechazarlos con las armas. Éstos fueron los partidarios de Rodrigo, a los que se uniría, no sabemos en qué medida ni con qué entusiasmo, el resto de la población neutral.
Vitos así los hechos, cabe preguntar hasta qué punto aquellos españoles eran conscientes de lo que estaba sucediendo, y si lo eran, por qué dejaron que prevaleciera la rivalidad de unos con otros y no trataron de evitarlo. Cuando no había transcurrido todavía ni medio siglo desde que comenzara la invasión, un cronista mozárabe que escribía en Toledo o Córdoba la continuación de la Historia de los Visigodos de San Isidoro, al llegar aquí prorrumpe en lamentos por la "pérdida de España", "antes deliciosa y ahora mísera". Un siglo más tarde las crónicas asturianas hablarán del "perecer de España", y el lamento resonará de crónic en crónica a lo largo de toda la Edad Media en la España cristiana. Indudablemente, el clérigo mozárabe y todos sus continuadores tenían conciencia, no sólo de que la España visigoda había llegado a constituir una comunidad nacional basada en el común sentir de sus habitantes más que en los lazos que los ligaban al Estado visigodo. Sabían también que un pueblo extraño (y de eso se lamentaban) había irrumpido en el suelo patrio y no sólo había destrozado su organización estatal, sino que había impuesto a la población un sentimiento nacional nuevo. Había traído consigo religión, lengua y cultura, que no eran las de la romanidad cristiana de Europa, las cuales se desarrollaban en la ribera norte del Mediterráneo, sino las de la civilización islámica, derramada desde el Oriente Medio por toda la costa norteafricana, que, en su furor expansivo, había alcanzado la Península Ibérica.
Sin embargo los que padecieron la invasión musulmana se sentían dificultados para ver las cosas de esta manera. El recurso a potencias extranjeras se había hecho tan frecuente entre los visigodos, que ya a nadie sorprendía. Atanagildo llamó a los bizantinos; Sisenando, a los francos. Que los viticianos trajesen a las tropas de Musa resultaba del todo normal dentro de esta desgraciada costumbre. Más aún, cuando los invasores decidieron suprimir la monarquía visigoda y unir España al califato de Damasco, los españples no vieron en ello más que un cambio de dinastía. Algo así como si los bizantinos hubieran logrado apoderarse de ella. el Islam, lejos de ser aún considerado como un enemigo antagónico de la cristiandad, era casi desconocido en Occidente, y sobre él circulaban ideas confusas. Se sabía que creían en Dios, en Cristo, en la Biblia y que reverenciaban a Abraham, a Gabriel... Lo consideraban como una herejía más, venida de Oriente. Además, los que llegaron con Tariq eran beréberes recién convertidos al islamismo, en el mejor de los casos, pues otros ni siquiera lo conocían y eran incluso católicos. La oposición en moddo alguno podía establecerse entre cristianos y musulmanes, pues los conceptos no eran aún antagónicos, mientras que sí que lo eran entre rodriguistas y viticianos. Además, estos últimos conservarían puestos en el gobierno y administración de la población cristiana, con lo que les era difícil sustraerse a la idea de que lo único que había cambiado eran los dueños y señores de la máquina estatal.
Bajo esta perspectiva resultaba más que comprensible que los hijos de Witiza aceptasen ser grandes latifundistas bajo los musulmanes, antes que perseguidos por los descendientes de Chindasvinto; que los colonos campesinos viesen con pasividad el cambio que se producía, con la esperanza de que quizá mejorase su situación calamitosa; en fin, que las autonomías locales aflorasen por toda la Península como expresión del fraccionamiento feudal que permitía a los señores de acá y de allá mantener su dominio sobre pequeños territorios, mediante una pronta sumisión a los nuevos dueños de España.

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