
Vitos así los hechos, cabe preguntar hasta qué punto aquellos españoles eran conscientes de lo que estaba sucediendo, y si lo eran, por qué dejaron que prevaleciera la rivalidad de unos con otros y no trataron de evitarlo. Cuando no había transcurrido todavía ni medio siglo desde que comenzara la invasión, un cronista mozárabe que escribía en Toledo o Córdoba la continuación de la Historia de los Visigodos de San Isidoro, al llegar aquí prorrumpe en lamentos por la "pérdida de España", "antes deliciosa y ahora mísera". Un siglo más tarde las crónicas asturianas hablarán del "perecer de España", y el lamento resonará de crónic en crónica a lo largo de toda la Edad Media en la España cristiana. Indudablemente, el clérigo mozárabe y todos sus continuadores tenían conciencia, no sólo de que la España visigoda había llegado a constituir una comunidad nacional basada en el común sentir de sus habitantes más que en los lazos que los ligaban al Estado visigodo. Sabían también que un pueblo extraño (y de eso se lamentaban) había irrumpido en el suelo patrio y no sólo había destrozado su organización estatal, sino que había impuesto a la población un sentimiento nacional nuevo. Había traído consigo religión, lengua y cultura, que no eran las de la romanidad cristiana de Europa, las cuales se desarrollaban en la ribera norte del Mediterráneo, sino las de la civilización islámica, derramada desde el Oriente Medio por toda la costa norteafricana, que, en su furor expansivo, había alcanzado la Península Ibérica.
Sin embargo los que padecieron la invasión musulmana se sentían dificultados para ver las cosas de esta manera. El recurso a potencias extranjeras se había hecho tan frecuente entre los visigodos, que ya a nadie sorprendía. Atanagildo llamó a los bizantinos; Sisenando, a los francos. Que los viticianos trajesen a las tropas de Musa resultaba del todo normal dentro de esta desgraciada costumbre. Más aún, cuando los invasores decidieron suprimir la monarquía visigoda y unir España al califato de Damasco, los españples no vieron en ello más que un cambio de dinastía. Algo así como si los bizantinos hubieran logrado apoderarse de ella. el Islam, lejos de ser aún considerado como un enemigo antagónico de la cristiandad, era casi desconocido en Occidente, y sobre él circulaban ideas confusas. Se sabía que creían en Dios, en Cristo, en la Biblia y que reverenciaban a Abraham, a Gabriel... Lo consideraban como una herejía más, venida de Oriente. Además, los que llegaron con Tariq eran beréberes recién convertidos al islamismo, en el mejor de los casos, pues otros ni siquiera lo conocían y eran incluso católicos. La oposición en moddo alguno podía establecerse entre cristianos y musulmanes, pues los conceptos no eran aún antagónicos, mientras que sí que lo eran entre rodriguistas y viticianos. Además, estos últimos conservarían puestos en el gobierno y administración de la población cristiana, con lo que les era difícil sustraerse a la idea de que lo único que había cambiado eran los dueños y señores de la máquina estatal.
Bajo esta perspectiva resultaba más que comprensible que los hijos de Witiza aceptasen ser grandes latifundistas bajo los musulmanes, antes que perseguidos por los descendientes de Chindasvinto; que los colonos campesinos viesen con pasividad el cambio que se producía, con la esperanza de que quizá mejorase su situación calamitosa; en fin, que las autonomías locales aflorasen por toda la Península como expresión del fraccionamiento feudal que permitía a los señores de acá y de allá mantener su dominio sobre pequeños territorios, mediante una pronta sumisión a los nuevos dueños de España.
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