26 jul 2014

GUERRAS CIVILES EN AL-ANDALUS (II)

Los hijos de Abd Al-Malik, Umayya y Qatan, que lograron escapar de Mérida y Zaragoza, quisieron vengar la muerte de su padre. Al grupo yemení se unieron algunos muladíes y muchos beréberes deseosos de desquitarse de las derrotas que Balch les había causado. Entre los coligados estaba el gobernador musulmán de Narbona, Alqama, y un enemigo personal de Balch, Abd Al-Rahmán ben Habib, que aspiraba a ser gobernador de España. Los dos ejércitos se encontraron en Aqua Potora, varios kilómetros al norte de Córdoba. Y aunque la victoria favoreció a los sirios, su jefe, Balch, pereció en la batalla a manos del belicoso gobernador de Narbona. A Bach le sucedió Thalaba ben Salama Al-Amili, según estaba previsto por el alifa para el caso de que el anterior faltase. Nada cambió con él, que siguió persiguiendo a yemeníes y beréberes. Éstos fueron derrogtaddos cerca de Mérida y vendidos los prisioneros en Córdoba a precios infamantes. Un esclavo era cambiado por un perro. Ante tales parcialidades, los árebes neutrales solicitaron al gobernador de Ifriquiya un nuevo valí. En el 743 llegaba Abu-l-Jattar, de la tribu yemení, dispuesto a emplear todo su ascendiente personal en pacificar el país. El primer paso era alejar de Córdoba a los soldados de Balch, para lo cual se les distribuyó entre diversas ciudades, quedando obligados a acudir a las armas si eran llamados. Se reproducía así en España la división en circunscripciones militares y feudales, llamadas chunds, de las que estos soldados procedían en Siria y Egipto.
Abu-l-Jattar abandonó pronto la moderación con que se había propuesto gobernar y empezó a dar muestras de parcialidad a favor de los yemeníes. No tardó en tener frente a él a uno de los jefes del grupo qaysí, Al-Sumayl, venido del ejército de Balch, que acusó al valí de sentenciar contra justicia a favor de los de su clan en un pleito. Al-Sumayl fue rechazado desconsideradamente por el valí, y desde entonces sólo pensó en la forma de vengarse. Comprendiendo que los qaysíes eran demasiado pocos para imponerse sobre los yemeníes, maniobró entre éstos de forma que dos de sus tribus, los Lajm y los Chudham, se pasaron a la coalición, y que uno de ellos, Thuwaba, recibió el mando del ejército. Abu-l-Jattar fue derrotado y hecho prisionero a orillas del Guadalete, pero logró escapar y se dedicó a combatir a Thuwaba, que había ocupado el puesto de gobernador de Córdoba; mas éste murió al cabo de un año, y Al-Sumayl, árbitro de la situación, lejos de ocupar él mismo el cargo, nombró a un qaysí en su lugar, Yusuf Al-Fihiri.
El último gobernador español dependiente de Damasco, al igual que su antecesor, carecía de la sanción de los califas omeyas. Éstos por aquel entonces se veían ocupados en hacer frente a la revuelta abasí, que acabaría arrojándolos del trono. Los vínculos que unían Al-Ándalus al califato se hacían cada vez más débiles, y estaban en camino de romperse del todo. Entretanto, la lucha de clanes continuaba en nuestro territorio, conducida ahora por los yemeníes, a los que se unían de vez en cuando qaysíes desccontentos con el gobernador. En uno de estos encuentros, Abu-l-Jattar fue derrotado y ejecutado. Esta victoria obtenida por Al-Fihri en Secunda (747) consolidó su poder hasta tal punto que se creyó lo suficientemente fuerte como para sacudirse la tutela de Al-Sumayl. Con esta intención le ofreció el gobierno de Zaragoza, que el otro aceptó sin problemas. El gran cacique qaysí tuvo en seguida la ocasión de dar muestras de su grandeza de ánimo. En el 750 un hambre general sacudió la Península, de tal modo que parte de la población emigró en busca de mejores tierras. Particularmente los beréberes, en los cinco años que duró la penuria, pasaron en gran número a su país de orígen. Al-Sumayl procuró hacer frente en Zaragoza a las necesidades con todos sus recursos oficiales y privados. Distribuyó cuantos víveres y dinero pudo, sin cuidarse siquiera de si quienes los recibían eran o no de su clan.
Pero esto sólo fue un paréntesis Los odios ahogaban a unos y otros, y no tardaron en aflorar de nuevo. Dos jefes qaysíes se unieron con yemeníes y beréberes en el Bajo Aragón y, valiéndose del pretexto de que el valí no había sido confirmado por el califa, marcharon contra él y contra su protector, el gobernador de Zaragoza. Esta ciudad fue la primera en ser atacada, pero los qaysíes de toda España reaccionaron juntando refuerzos de todas partes, con los que lograron levantar el sitio y penetrar en la ciudad. En el ejército iba gran número de maulas omeyas. Los maulas eran aquellos que, al abrazar el islamismo, habían sido apadrinados por un personaje árabe o su familia, por lo que entraban a formar parte de su clientela, o también antiguos esclavos a los que se les había concedido la lbertad, pero que seguían manteniendo respecto a sus anteriores amos cierto vínculo de encomendación. Hacía ya unos años que había tenido lugar la matanza de los omeyas a manos de los nuevos dueños del califato, los abasíes. Estos clientes omeyas traían el encargo del único superviviente, Abd Al-Rahmán ben Muawiya, de gestionar el apoyo de los jefes españoles para restaurar el poder omeya a partir de la península.
Mientras desde África, Abd Al-Rahmán trazaba sobre España grandiosos proyectos universalistas, dentro de ella los musulmanes venían destrozándose mutuamente con lo que la dominación que ejercían sobre la población era mucho más débil de lo que a primera vista pudiera parecer. La llegada del príncipe omeya va a suponer, si no la realización de sus sueños, al menos el comienzo de una nueva etapa en la historia de Al-Ándalus, caracterizada por la ruptura de los lazos que la unían al califato y por la organización de un verdadero Estado musulmán.
Entretanto, los cristianos del norte de España habían sabido aprovechar el respiro que las luchas intestinas de los árabes les habían dejado. Muy pronto, frente a la España musulmana, otra España antagónica, la cristiana, se alzaría en las montañas cántabras, y le disputaría palmo a palmo durante siglos el dominio de la Península, hasta explucarlo definitivamente de ella.

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