29 jul 2014

ABD AL-RAHMÁN I. EL EMIRATO INDEPENDIENTE (I)

Mientras en el norte los cristianos se reorganizaban, el Islam español iba a sufrir hondas transformaciones, consecuencia de las no menos importantes quese estaban produiendo en el seno del mismo califato.
Los omeyas no habían conseguido ser aceptados por todos los musulmanes. Del campo de batalla de Suffin salieron dos movimientos enemigos, los shiíes y los jarichíes, ambos partidarios del anterior califa, Alí, al que pronto convirtieron en un verdadero mártir, y acérrimos enemigos de la nueva dinastía. La oposición a los omeyas no cesó un solo momento. Mientras éstos fueron fuertes actuaron como organización secreta, manteniendo oculto el nombre del futuro imán. No obstante, su labor de zapa pudo salir a la superficie cuando a los muchos problemas sociales y religiosos se unió la debilidad de los últimos califas omeyas. Los descontentos sociales abundaban en todos los países sometidos al Islam, no obstante la tolerancia religiosa y la autonomía política de que gozaban. Había rivalidades de antiguas tribus y de países vecinos. La guerra, al perder parte del impulso iniciar y al tener que luchar contra enemigos preparados para la defensa, se hizo más difícil para los musulmanes. Las campañas fueron más duras, y el botín escaso. en consecuencia, los voluntarios comenzaron a escasear y el ejército se tuvo que profesionalizar como en tiempos de los romanos, saliéndole cada vez más caro su mantenimiento al erario público, sobre el que se tenían que repercutir cada vez más impuestos. Los primeros en sentir las primeras cargas fiscales fueron los conversos al islamismo, que carecían de los privilegios privativos de losárabes de raza. Entre ello prendió rápidamente la campaña antiomeya que, de forma implacable, sostuvieron los chiíes y los jarichíes. Los clifas omeyas se convirtieron en unos impíos arrastrados por la tibieza, en contraste con el fervor de los nuevos conversos, y en unos ambiciosos, sólo sedientos de dinero. Aunque el afán de enriquecerse no fuera ajeno a los omeyas, no parece, en cambio, que pueda mantenerse la acusación de impiedad. Más bien cabría decir que fueron víctimas de la doble evolución social y religiosa, que no supieron interpretar ni prevenir. El movimiento críptico antiomeya, por el contrario, supo alentar las aspiraciones de los descontenteos y convertirse en su portavoz, por lo que acabó por hacerse dueño de la situación.
La rebelió estalló por doquier, hasta alcanzr a la misma Siria, sede del gobierno omeya. El califa, Marwan II, era incapaz de hacer frente a los múltiples insurrectos que desde el Jorasán al norte de África surgían a cargo de diversas tendencias, movidas todas ellas por la promesa del "imán oculto", el hombre predestinado, cuyo nombre aún no se podía rebelar y que había de devolverle al islam su esplendor y su fervor religioso. El 28 de noviembre de 749, Abul-l-Abbas Abd Allah, descendiente de Abbas, tío de Mahoma y heredero de la tradición legitimista, manifiesta en la ciudad de Cufa que él es el "imán oculto", y es proclamado califa. en su proclamación lanzó al viento, desde el almimbar, la bandera negra de su dinastía y el apelativo no menos negro con el que quería ser designado: "el sanguinario" (Al-Saffa). Y muy pronto, en la guerra, iba a hacer honor a su nombre. Una caza implacable de todos los miembros de la familia omeya fue organizada por doquier. Para facilitar su exterminio, se fingió una amnistía general y se les llamó a la ciudad de Abu Frutus, cerca de Jaffa, prometiéndoseles garantías. Cerca de ochenta príncipes acudieron y fueron exterminados en cruel matanza. Los odios de casta, tantos años soterrados, salían ahora a flote con toda su virulencia. Sólo dos omeyas que, más cautos, habían desconfiado, se pudieron salvar huyendo. Uno de ellos era Abd Al-Rahmán, el futuro emir independiente de España. Éste contaba apenas con veinte años cuando, descubierto en su escondite, hubo de huir precipitadamente hacia el Éufrates, quizá con el ánimo de pasar a Asia; pero descubierto de nuevo emprendió una huída hacia Palestina. Allí se le unió su fiel liberto Badr, que acudió al lado de su señor portando algunas joyas y dinero. A través del canal de Suez pasaron a Ifriqiya, donde estaba de gobernador Abd Al-Rahmán ben Habib, quien pensaba aprovechar el cambio de dinastía para constituirse en gobernador independiente del norte de África. Por este motivo recibió lleno de recelo a los recién llegados, quienes, al tener noticia de ello, prefirieron continuar su marcha. Durante cuatro años deambularon de un lado para otro, en medio de terribles incertidumbres. Badr intentaba levantar el ánimo de su señor recordándole el antiguo augurio que le había asegurado que se sentaría en un trono; pero el trono no aparecía por ninguna parte. Dondequiera que fuesen, despertaban el recelo de sus huéspedes. Al fin, el príncipe omeya fue a buscar refugio entre los beréberes de la tribu nafza, esperando ser bien recibido, a causa de los vínculos que a ella le unían por parte de madre.
Una vez entre los beréberes, Abd al-Rahmán, siempre secundado por su fiel liberto, conspiró cuanto pudo para conseguir que alguien le reconociera como heredero legítimo de los omeyas. Cuando comprendió que nada tenía que hacer en el norte de África, pensó probar fortuna en España. Le animaba a ello saber que en ésta abundaban los maulas o clientes omeyas, sobre todo entre los chundis, sirios venidos con Balch. Badr recibió el encargo de pasar a la Península para saber si estaban dispuestos a apoyarlo. Después de consultarse entre ellos, los tres jefes más importantes de los chudis afectos a la familia respondieron afirmativamente pero poniendo de condición consultar previamente con Al-Sumayl (el más conspicuo personaje de la España musulmana), que se encontraba sitiado en Zaragoza por los yemeníes. Éste se mostró en un principio indeciso. Acudió a Córdoba a entrevistarse con Al-Fhirí, tras lo cual contestó en Toledo que estaría dispuesto a apoyar al príncipe omeya. Pero súbitamente cambió de opinión, manifestando su temor de que resultara en menoscabo de la libertad de los árabes. No cabía duda de que tanto él como el valí Fihrí estaban dispuestos a impedir el desembarco de Abd Al-Rahmán en España. Pero de repente éste contó con el apoyo inesperado de los yemeníes. Éstos, derrotados y humillados por los qaysíes, vieron en él la posibilidad de vengarse y le ofrecieron apoyo. Badr no esperó más. con la ayuda económica de los maulas españoles se fletó un barco que atracaría en el puerto ce Almuñécar el 14 de agosto del 755.

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