19 jun 2014

LA POSESIÓN DEL TERRITORIO PENINSULAR. LA LUCHA CON LOS BIZANTINOS (II)

Agila tuvo que enfrentarse antes que con los bizantinos con otro problema más arduo: la rebeldía en la Bética, que continuó durante los reinados de sus sucesores Atanagildo y Leovigildo. No están claros los motivos de la sublevación, mas es posible que no sea sino la respuesta de esta provincia a la dominación visigoda que se le estaba tratando de imponer. En el 550 dirige Agila una expedición contra Córdoba, centro de la rebelión, donde fue severamente derrotado (se dice que perdió a su hijo, buena parte del tesoro real y a casi todo su ejército). Agila hubo de retirarse a Mérida, a la que convirtió en capital durante el resto de su reinado. Desde allí podía vigilar atentamente los problemas del sur.
Al año siguiente de ser derrotado por la rebelión triunfante en Córdoba, el noble visigodo Atanagildo se alzó, proclamándose rey, e intentó destronarlo. El hecho de que estableciera su centro de operaciones en Sevilla, capital de la Bética, si no prueba que estaba en perfecto contacto con los rebeldes de la zona, por lo menos indica que supo elegir el lugar donde su contrincante encontraría menos apoyos. De mutuo acuerdo o tácitamente, ambas rebeliones se apoyaban entre sí frente al gobierno central, pero en beneficio de un tercero en discordia, los bizantinos. Las cosas no rodaron muy bien para Atabagildo, que, viéndose en peligro de ser derrotado por Agila, no tuvo otra alternativa que la de llamar a éstos en su apoyo, a pesar del grave peligro que corría al buscar la colaboración de una potencia que en aquel momento intentaba reconstruir la unidad mediterránea bajo su mandato. El emperador Justiniano ya había añadido a sus dominios orientales África del Norte, y en aquel momento otro general suyo, Narsés, dirigía el ataque definitivo contra el reino ostrogodo de Italia, que no iba a resistir mucho tiempo en pie.
En tales condiciones, la llamada de un rebelde desde Hispania era la mejor ocasión para intentar integrar ésta dentro de la órbita imperial. Así, a pesar del gran esfuerzo militar que suponían en aquel momento las campañas en Italia, Justiniano dispuso un pequeño ejército que fue enviado a la Península antes de que Atanagildo fuera derrotado y se perdiera tan buena oportunidad. Iba al frente del mismo un anciano patricio llamado Liberio, que había sido prefecto en Arlés, quien, con sus ochenta años, parecía un símbolo o un testigo que quisiera enlazar los viejos buenos tiempos de Roma con la restauración justiniana. Las tropas bizantinas debieron desembarcar en un lugar próximo a Sevilla. El rey visigodo hubo de retirarse a Mérida de nuevo, desde donde siguió resistiéndoles sin que ninguno de los contendientes triunfara sobre el otro. Mas viendo los visigodos que se estaban destruyendo mutuamente, zanjaron la cuestión asesinando a Agila en el 555 y pasándose sus partidarios al bando de Atanagildo. Así es la política.

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