7 jun 2014

EL PERIODO INTERMEDIO: LA REGENCIA DE TEODORICO EL GRANDE

La muerte de Gesaleico da paso a un período más interesante para el gobierno de Hispania: la regencia de Teodorico el Grande, que alcanza del 511 al 526. Actuaba éste como tutor de su nieto Amalarico, pero de hecho gobernaba ambos reinos como si fueran uno solo. Este quehacer político del rey ostrogodo parecía querer resucitar el viejo sueño de Ataúlfo: la restauración del Imperio, vivificado por la savia de los godos, una savia joven que diera nuevas perspectivas de futuro. Quizá lo más interesante para nuestro territorio haya sido el hecho de haber contribuído a alimentar este ideal, al unirse las dos ramas del pueblo godo a través de la tutela del antedicho monarca, quien la ejercía sobre el que él consideraba legítimo rey de los visigodos. Este legitimismo se veía refrendado por la posesión del tesoro real, criterio muy importante entre los visigodos. Teodorico había impedido que gran parte de él cayera en manos de los francos trasladándolo de Carcasona a Rávena. Constituían la parte más importante del tesoro algunas piezas tomadas por Alarico I en el saco de Roma, entre las que destacaba la mesa de Salomón que Tito había llevado a la ciudad eterna al destruir el templo de Jerusalén, y que los árabes, a su vez, se llevarían a Damasco después de conquistar Toledo en el 711.
Los problemas con que Teodorico se encontró en la España visigoda (¿debemos llamarla ya España? No, es sólo para que nos entendamos) debieron ser abundantes. Después de la derrota de Vouillé, la llegada en masa de refugiados y las luchas internas, el desorden, los abusos etc... se habían enseñoreado de la administración. Para solucionarlos, el rey ostrogodo nombró dos funcionarios, uno romano y otro ostrogodo, que se encargaron principalmente de poner en orden la hacienda. Sobre ellos estaba Tiberio, a quien nombró prefecto de las Galias, con residencia en Arlés y con autoridad sobre la Provenza, Narbona e Hispania. Todas ellas pagaban un tributo con el que se mantenían las tropas godas. A estas alturas el lector se percatará de que el hombre del bajo medievo se consideraba a sí mismo tan ciudadano romano como cualquier otro trescientos años anterior, de ahí las discrepancias entre los historiadores para definir lo que fue la Edad Media en realidad.
Hispania abastecía de grano para alimentar a la población de Roma, integrándose así en la órbita del Imperio a través de los ostrogodos, que representaban en Occidente al emperador de Bizancio. Por estos envíos de trigo, los visigodos recibían de Teodorico una cantidad anual. Bien fuera para tener suficiente numerario para pagarla, bien por las necesidades que el comercio reclamaba, Teodorico acuñó en Narbona un tipo especial de tremis o tercio de sueldo constantiniano, que circuló por la Península hasta tiempos de Leovigildo y fue imitado por algunos estados bárbaros. Todas estas reformas exigían una severa vigilancia para que no se repitieran los abusos anteriores ni entre los altos funcionarios ni entre los grados inferiores. El ministro de Teodorico, Casiodoro, en sus cartas dirigidas a distintos lugares del Imperio ( y recogidas en su obra Variae) da frecuentes noticias de estos intentos de Teodorico por acabar con los recaudadores que exprimían a sus súbditos, los falsificadores de moneda, los que alteraban los pesos en la recaudación del grano, los que perturbaban la paz de los caminos o asesinaban impunemente... Sin embargo, no siempre el éxito acompañó a los planes justicieros del regente...
Paralelamente a la administración civil, Teodorico nombró un gobernador militar, cargo que siempre estuvo confiado a un ostrogodo. Después de Ibbas, desempeñaron el cargo Ampelio, Leuvorito y Teudis. Este último se señaló parcialmente por haber contraído matrimonio con una dama de la aristocracia terrateniente hispanorromana cuya riqueza era tal qeu podía mantener un ejército privado de 2.000 hombres. Apoyándose en él, Teudis comenzó a actuar de forma independiente desde Rávena, no atreviéndose a atacarlo ni el anciano rey ostrogodo por miedo a provocar una alianza de francos y visigodos contra su reino.

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