10 jun 2014

ASENTAMIENTO DE LOS VISIGODOS EN HISPANIA (II)

La llegada masiva de visigodos a Hispania tuvo lugar a raíz de su derrota y expulsión de las Galias. Esta afluencia tampoco se efectuó de manera instantánea, sino que duró hasta el 531. En ese período de tiempo no sólo se instalaron en nuestro país visigodos, sino también un número importante de ostrogodos, que acudieron a apoyar a Amalarico contra los francos y contra Gesaleico. Cuando, al fin, Amalarico se vio libre de la regencia de su abuelo, pactó con el sucesor de éste las condiciones de la permanencia de la población ostrogoda que quedaba en Hispania, permitiéndoseles que optaran por una u otra nacionalidad. El caso de Teudis, casado con una hispanorromana y definitivamente afincado en Hispania, no debió ser el único. Paralelamente, a medida que la situación en las Galias empeoraba para los visigodos, muchos de ellos decidieron abandonar sus casas y propiedades y trasladarse a la Península, que se iba perfilando como el bastión más seguro de la dominación visigoda. La última emigración masiva se produjo cuando Amalarico fue derrotado en Narbona y perdió algunas ciudades aquitanas. Entonces, gran número de sus habitantes, acompañados de sus esposas e hijos, acompañaron al rey, que con su corte se trasladaba al territorio hispano.
Cuántos visigodos vinieron es una pregunta que, no obstante su importancia para calcular el aporte étnico que supusieron los germanos para la Península, nunca se podrá contestar. La causa no es otra que la carencia de datos contemporáneos que, de forma más o menos aproximada, nos indiquen su número. Por eso las cifras que se les han atribuído han variado muchísimo. Desde el millón que se lee en las historias de los siglos pasados, se ha tendido posteriormente a disminuir la cantidad hasta menos de 300.000. Las estimaciones de unos y otros historiadores están hechas basándose en las traslaciones del pueblo godo a través del Imperio, las cuales no hubieran sido posibles con masas humanas excesivamente numerosas, y por comparación con los vándalos pasados al norte de África, que se estiman en unos 80.000.
Lo cierto es que la arqueología, a pesar de la eviencia de sus datos - no nos engañemos -, no puede demostrar que no existieran necrópolis destruidas o por descubrir. Hemos de quedarnos, pues, dentro de un cálculo de posibilidades con las cifras de 80.000 y 200.000 como el mínimo y máximo probables de visigodos llegados a la Península.
De acuerdo con las referencias que ya habían mostrado anteriormente, los godos escogieron para su asentamiento las zonas trigueras de las cuencas del Duero y del Ebro. Allí se instalaron la mayoría de las familias de clases inferiores, que se dedicaban a la agricultura. El mapa de cementerios visigodos trazado por el historiador Reinhardt señala que la casi totalidad de éstos quedan comprendidos dentro del triángulo formado por Palencia, Toledo y Calatayud, siendo en la provincia de Segovia donde más abundan, seguida por las de Palencia, Soria, Burgos, Guadalajara, Toledo y Madrid. Las clases altas, y parte también de las inferiores, se diluyeron, en menor proporción, sobre el resto de la Hispania por ellos dominada, en especial la Lusitania Inferior, la Bética y las restantes zonas de la Tarraconense y la Cartaginense. Su presencia en ellas está demostrada por la existencia de obispos de ascendencia goda; pero también puede deducirse de las necesidades del gobierno, que exigía enviar miembros de la clase dominante a todas las ciudades importantes. El mismo itinerario que la capital visigoda recorre antes de encontrar su asiento definitivo (Barcelona, Sevilla, Mérida y Toledo), llevaría consigo la instalación de invasores a lo largo de todo el recorrido.
En cuanto al modo como fueron instalados, hemos de tener presente la diferencia de clases existentes entre ellos. El sistema fue el mismo que se había empleado hasta entonces en el Imperio, conocido con el nombre genérico de hospitalitas. Los hispanorromanos hubieron de ceder a sus huéspedes dos tercios de sus propiedades. Sobre las tierras confiscadas se instalaron éstos, aunque de forma desigual. La aristocracia militar goda recibió lotes extensos, que le permitían seguir viviendo dedicados a las armas, e incluso recompensar a sus clientelas o fieles servidores que los acompañaban. Las clases inferiores recibieron porciones menores, que cultivaban ellos mismos. Esta misma división de tierras debió perdurar durante mucho tiempo, y el mismo Estado se preocupó de mantenerla. Los romanos no podían recuperar los dos tercios concedidos a los godos y éstos tampoco podían comprar al romano su parte, ya que ésta estaba gravada con un impuesto que la hacienda real perdería si la tierra pasaba a poder de un godo. Pero no todas las tierras dadas a éstos provenían de los dos tercios confiscados a los romanos. Las guerras y epidemias debieron dejar bastantes despoblados, que servirían sin duda para instalar a grupos más numerosos de campesinos, quienes, de esta forma, crearon aldeas pobladas por ellos exclusivamente. Quedaban también baldíos y prados que, como propiedad del municipio, se siguieron utilizando conjuntamente (compascua). Las clases altas se enriquecieron también con los beneficios que llevaba consigo el desempeño de los cargos de administración y gobierno del país.

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