9 jun 2014

ASENTAMIENTO DE LOS VISIGODOS EN HISPANIA

Uno de los prinipales problemas que se plantea al estudiar la organización del naciente reino visigodo en nuestra Península es saber cuántos se instalaron, cuándo y en qué condiciones lo hicieron. También sería interesante conocer por qué zonas se distribuyeron y qué proporción guardaban respecto a la población hispanorromana. Es un error creer que el asentamiento de la población visigoda en Hispania se realizó de golpe tras la derrota de Vouillé en el 507; pero también lo es pensar que se instalaron ya cuando Valia firmó el pacto con Roma en el 416 para expulsar de nuestra patria a suevos, vándalos y alanos. es entre esas dos fechas, aproximadamente, cuando se produce la instalación definitiva de contingentes visigodos en sucesivas etapas, que obedecen a otros tantos motivos.
El primer grupo llega con ocasión de la política expansiva de los reyes suevos Requila y Requiario. El emperador Avito encomendó al rey de los visigodos, Teodorico II, la sumisión de aquéllos, a los que derrotó en la batalla de Astorga en el año 456. Teodorico regresó a las Galias, al tener noticia de la muerte del emperador; pero parte de su ejército no abandonaría la meseta castellana. Para mejor sujetar a los suevos, se instalaron en las comarcas limítrofes (Portugal, Extremadura, meseta castellana), que serían las zonas más densamente pobladas por los godos. Bajo el reinado de Eurico se produjo la ocupación militar de gran parte de la Tarraconense, la única provincia peninsular que se mantenía fiel a Roma. Hacia el 470 Eurico envió dos ejércitos, uno por tierra y otro por mar. El primero, al mando del conde Gauterico, cruzó los Pirineos por Roncesvalles, tomó Pamplona y descendió por la cuenca del Ebro hasta Zaragoza, conquistándola también junto a las demás ciudades de la comarca. El otro ejército, comandado por Hidefredo y Vicente, duque de las Hispanias según la Chronica Gallica, sitió la ciudad de Tarragona y llegó a incendiarla, ocupando las principales ciudades de la costa. Todas estas conquistas suponían la instalación de guarniciones, acompañadas de sus familias, en ciudades y fortalezas. Durante el reinado de Alarico II continuó esta corriente migratoria. La crónica Caesaragustiana dice que en el año 494 un grupo de godos vinieron a Hispania, y todo parece indicar que no se trataba de militares, sino de desplazados civiles. La misma fuente añade que dos años mas tarde surgió un caudillo local en Tarragona llamado Burdunellus, el cual se puso al frente de cierto sector indígena que resistió y combatió a los godos, a consecuencia de lo cual, éstos se vieron obligados a enviar nuevos contingentes. Los resultados debieron ser satisfactorios para los visigodos, pues al año siguiente los coterráneos de Burdunullus lo entregaron a los godos y éstos le dieron muerte en Toulouse quemándolo dentro de un toro de bronce - práctica heredada de las costumbres circenses romanas. Cada ciudad nuevamente conquistada suponía la llegada de nuevos ocupantes. Una crónica nos habla, en el año 506, de la conquista de Tortosa, prueba de que la Tarraconense no fue ocupada en un momento determinado, sino progresivamente.

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