2 may 2014

HISPANIA: LA ESCLAVITUD

No quedaría completa nuestra visión de la sociedad hispanorromana del Alto Imperio si, junto a los poderosos señores y a los acomodados ciudadanos de la burguesía, no tuviésemos en cuenta a otros sectores de la población que nos recuerdan que aquella sociedad era profundamente esclavista y que obtenía sus riquezas del trabajo gratuito de algunos grupos sociales. Nos referimos, efectivamente, a esclavos y libertos.
La condición de esclavo, frecuentísima en la antigüedad, fue conocida en la Península con anterioridad a la presencia romana. La conquista, sin embargo, hizo posible la extensión por toda Hispania de las redes del esclavismo internacional mediterráneo.
El medio más frecuente de convertirse en esclavo era caer como prisionero de guerra. A veces, el vencedor emancipaba a los vencidos para ganjearse su agradecimiento y "pacificarlos". Pero lo más frecuente es que pasaran a abastecer los mercados de esclavos, enriqueciendo así a los generales victoriosos (pues los prisioneros eran considerados también "botín de guerra"). Las deudas también permitieron a los usureros someter a la esclavitud a los insolventes, con tal de que no fuesen ciudadanos romanos (medida esta última que se relajaría con la llegada de la crisis económica). El derecho romano permitía también a los padres de familia vender a sus hijos como esclavos hasta tres veces antes de perder sobre ellos la patria potestad. Igualmente, ciertos crímenes podían ser castigados con una pena de esclavitud perpetua o temporal. Finalmente, la piratería, en tiempos de paz, fue otro de los sistemas de aprovisionamiento de esclavos, así como las deudas de juego impagadas.
Los adultos esclavizados eran trasladados por lo general a lugares lejanos para sofocar su capacidad de rebeldía al hacerles perder toda esperanza de regresar a sus países de origen. Dicho de otro modo: mientras que por un lado hubo esclavos hispanos por todo el mundo, hubo en Hispania esclavos de todas las regiones del Imperio. Para el trabajo (especialmente la minería) eran muy apreciados los esclavos infantiles (los llamados vernas). A los niños se les podía educar adecuadamente y enseñarles un oficio, con lo que no sólo se les hacía más sumisos, sino que podían ser vendidos a mayor precio según su nivel de cultura. Sería, pues, erróneo creer que los esclavos constituían una mano de obra insuficientemente cualificada. En Hispania sabemos que hubo esclavos albañiles, marmolistas, peones camineros, pedagogos, notarios, médicos, contables, tesoreros, administradores de fincas, gladiadores, aurigas o directores de minas, entre otras muchas profesiones.
Nos han llegado, a modo de ejemplo, referencias de un tal Policriso, que fue director de las minas de plata del monte Mariano (es decir, Sierra Morena, cordillera que se llama Mariánica, no en honor a la virgen María sino al dueño de las minas que albergaba, un tal Sexto Mario de quien ya hablamos en alguna entrada anterior).
Lo más frecuente, sin embargo, era que los esclavos se utilizasen para los trabajos más duros y difíciles de la agricultura, la minería, el transporte y la industria.
Aun en el caso en el que las relaciones personales entre el esclavo y su dueño fuesen cordiales, la situación jurídica en que aquéllos se encontraban hacía que el humanitarismo del dueño apareciera, más bien, en forma paternalista, encaminada a obtener de él un mayor rendimiento.
En Hispania, como en cualquier otro lugar del Imperio, hubo esclavos públicos, pertenecientes al Estado o al municipio, y esclavos privados, propiedad de particulares. Aunque sin duda hubo revueltas, no tenemos pruebas de manifestación alguna de descontento en suelo peninsular. Lo que sí nos consta, sin embargo, es el eco que encontraron entre amplios sectores de esclavos ciertas creencias y asociaciones religiosas que les sirvieron de refugio espiritual ante el triste estado en que se encontraban en el mundo.
A partir del Imperio hay constancia de que el número de esclavos manumitidos en Hispania aumentó. Pero paralelamente al número de libertos, creció también el de esclavos. Al parecer, los propietarios de esclavos se inclinaron a manumitir a los esclavos más fieles y capaces para encargarles, con más garantías de éxito, el gobierno de una grey de esclavos nuevos cada vez más numerosa. Los libertos privados quedaban bajo el patronato de su antiguo dueño, es decir, el señor se obligaba a proteger, defender y ayudar a su antiguo esclavo y éste se comprometía a respetar y asistir a su patrono. Así pues, si bien el liberto en su nueva condición, podía conseguir una buena fortuna propia, la obligación de apoyar con ella la economía del patrono hizo cada vez más rentable para los esclavistas la manumisión de sus propios siervos.
En tiempos del emperador Caracalla los libertos vieron facilitado su acceso a la ciudadanía romana, pero no por ello desapareció el patronato como institución cada vez más decisiva en la nueva configuración de la sociedad. Efectivamente, los cambios sufridos en las formas de producción entre los siglos II y III hicieron que decreciese no sólo la importancia de la manumisión, sino la de la esclavitud misma, pero para ser reemplazados estos por una nueva institución: LA SERVIDUMBRE.

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