
A Requila le sucedió su hijo Requiario (448-457). Cuentan de él crónicas coetáneas que, habiendo contraído matrimonio con la hija del rey de los godos, Teodoredo, salió a recibir a su esposa a la frontera de los vascos, cuya tierra devastó talando los árboles. De allí pasó a Tolosa a entrevistarse con Teodoredo. De regreso, aunque de acuerdo con Roma para castigar a los bagaudas, taló las comarcas de Lleida y Zaragoza, llevándose él y su séquito cuanto pillaron. Forma singular de celebrar unos esponsales, que recuerdan un poco a los personajes de ciertos tebeos. Pero este comportamiento del rey nos ayuda a valorar el significado de otro hecho que entonces se produjo: su conversión al cristianismo. Tuvo lugar con motivo de su acceso al trono, a la muerte de Requila. Como existían diversos pretendientes al puesto, Requiario encontró la forma de contar con el apoyo de la población hispanorromana, abrazando su misma fe. La conversión del rey, a quien siguió su pueblo, fue, pues, un acto político, y no el producto de una transformación interna. Y esto explica muchas cosas, en primer lugar que siguieran con la misma rudeza de costumbres, hasta el extremo de escandalizar a otros pueblos bárbaros, entre ellos a los godos. En segundo lugar, se comprende la facilidad con la que poco tiempo después vuelven a abandonar la fe católica. Efectivamente, en el 465, su rey Ramismundo volvió al arrianismo, arrastrando consigo a todo su pueblo, atraídos por las predicaciones del gálata Áyax, enviado por el rey godo Teodorico.
Requiario durante su reinado dio muestras de seguir el mismo camino de sus predecesores, actuando con independencia de Roma, cuyos legados despedía sin recibirlos, y negándose a reconocer al emperador Avito, que había sido proclamado en las Galias. En dos ocasiones invade la Tarraconense, que hasta entonces había quedado casi al margen de las depredaciones. En castigo, Roma envió contra él al godo Teodorico II, quien lo derrotó en Astorga, entró en su capital, Braga, y lo hizo prisionero, llevándolo a Oporto, donde murió poco después. "El imperio de los suevos -escribe Hidacio- quedó destruido y acabado". Pero la realidad no fue ésa. Cuando el rey godo se hallaba sitiando Mérida, a punto de entrar en ella, la muerte del emperador Avito le obligó a regresar rápidamente a las Galias, lo cual dio un respiro al reino suevo, que mientras tanto había elegido un nuevo rey: Madras.
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