30 may 2014

EL IMPERIO TRAS LA MUERTE DE ATILA

Turismundo sólo reinó dos años, al cabo de los cuales fue estrangulado por su hermano y sucesor Teodorico II (453-466). Éste, contra lo que cabría esperar, renovó el pacto con Roma; pero esta decisión no debe interpretarse como un acto de sumisión al Imperio, sino como una alianza entre iguales. Las cosas habían cambiado mucho últimamente. Mientras roma se debilitaba, los éxitos militares del reino godo lo habían prestigiado de tal forma, que la población romana prefería la seguridad entre ellos a la angustia en la que agonizaba la civilización romana.
Unos años antes, Saviano escribía en Marsella: "¿Por qué nos admiramos de no poder dominar a los visigodos, cuando los mismos romanos prefieren vivir con ellos antes que con nosotros? Es el caso de aquellos que viven bajo la dominación de los godos, la soportan tan a gusto que prefieren vivir pobres con ellos antes que tener riquezas entre nosotros y soportar la pesada carga de los impuestos". La población romana se iba entregando cada vez más confiada a los godos, efectivamente, y éstos consolidaban así sus estructuras políticas y su organización. Esta aproximación permitió que en la corte de Toulouse entrasen hombres de refinada cultura, que contribuirían a modificar el aspecto de aquélla. Teodorico II reunió en torno a sí un círculo nada desdeñable de romanos cultos y selectos, entre los que sobresalen el senador Avito y Sidonio Apolinar, poeta de gran sensibilidad, quien, a pesar de la repugnancia que inicialmente sintió por los pueblos bárbaros, nos ha dejado una descripción de la corte de este monarca no exenta de admiración: "El rey se levantaba muy de mañana a cumplir sus deberes religiosos, más por costumbre que por convencimiento; luego dedicaba el resto de la mañana a asuntos de gobierno, recibiendo las embajadas que acudían a su corte. Cerca de él vigilaba un conde, que portaba las armas reales, y un poco más lejos, para que no molestaran con su ruido, una compañía de soldados cubiertos con pieles montaba guardia en la puerta. Al terminar las audiencias, el rey se distraía visitando sus cuadras o sus tesoros. Las comidas se hacían con la mayor sencillez, y solamente en las cenas con las que obsequiaba a sus invitados, se permitía algún lujo, más en los adornos del aposento y en la vajilla que en los manjares mismos. Tampoco había instrumentistas musicales ni juglares que alegren los banquetes. Sólo el rey, en alguna ocasión, toca las cuerdas. Cuando todo ha terminado, las gurdias nocturnas vigilan el palacio real donde el monarca descansa, preparándose así para iniciar su trabajo del día siguiente".

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