29 may 2014

ATILA Y LOS HUNOS

Después de los fracasados intentos de política expansiva, el reino visigodo vivió unos años de relativa tranquilidad. Durante ellos, Teodorico actuó con la misma independencia frente a Roma que lo había hecho hasta entonces, siempre procurando su propio beneficio. Intentó, sin mucho éxito, un acercamiento a los vándalos del norte de África, casando a una de sus hijas con Huerico, hijo del rey Genserico. Pero éste, que deseaba acercarse a Roma y tal vez intuía un posible matrimonio de su hijo con la propia hija del emperador Valentiniano, acusó falsamente a la princesa visigoda de querer envenenarlo y, mutilada, la devolvió a su padre. Más éxito tuvo Teodorico con los suevos. De nuevo casó a otra de sus hijas con Requiario, quien acudió por este motivo a Toulouse. Durante algún tiempo ambos pueblos vivieron en paz y realizaron algunas empresas conjuntamente. De esta forma Teodorico iba buscando su propio engrandecimiento al margen de Roma, hasta que la presencia de Atila en las Galias los unió de nuevo.
El pueblo huno, al que vimos penetrar en Europa a finales del siglo IV, había vivido ese tiempo en contacto con el Imperio. Su barbarie apenas le había permitido beneficiarse superficialmente de la civilización romana. En su calidad de aliados, seguían exprimiendo las exhaustas arcas imperiales, que debían comprar a precio de oro la paz que luego se quebraba con la mayor facilidad a las primeras de cambio. Primeramente se habían establecido sobre la cuenca del Danubio, desde donde ejercían cierto dominio sobre los habitantes del centro y este de Europa, desde las actuales Alemania y Austria hasta el sur de lo que hoy llamamos Rusia. Una parte de este pueblo, nómada hasta entonces, se estableció de forma permanente y cultivó la tierra, pero, no obstante, su principal fuente de riqueza siguieron siendo los tributos y el botín de guerra.
Uno de sus caudillos más importantes, Rúa, consiguió hacer efectivo sobre las diferentes facciones de hunos que, de forma irregular, se extendían sobre media Europa. Gracias a ello, pudo exigirle al Imperio el tratamiento de "pueblo federado". El Imperio de Oriente hubo de entregarle a los hunos un tributo anual de 350 libras de oro, y el de Occidente, una parte de la región de Panonia para establecerse. Después del año 433 le sucede su sobrino Atila, quien sigue ejerciendo sobre el Imperio la misma política agresiva de su tío, en proporciones cada vez más exageradas. No solamente se arroga el título de "magíster militum", sólo porque lo habían llevado otros jefes de pueblos bárbaros, sino que en el año 447 logró elevar a 2100 libras el tributo anual que le pagaba Oriente. Sus pretensiones sobre Occidente todavía fueron más osadas. En el oeste del Imperio gobernaba el débil Valentiniano III, cuyo único apoyo era Aecio. Un día Atila recibió una embajada de Honoria, la hermana de Valentiniano, a quien éste tenía recluída por sus devaneos amorosos, pidiéndole que la sacase de su cautiverio y la tomase por esposa, en prueba de lo cual enviaba su propio anillo. Animado por tan sorprendente misiva, Atila se presentó ante Valentiniano, reclamándole no sólo a Honoria por esposa, sino también la mitad del Imperio.
La respuesta del emperador fue suspender en lo sucesivo el pago de tributos y Atila reaccionó organizando un poderoso ejército, en el que figuraban como aliados un sinfín de pueblos germánicos recogidos por el camino. Con tal ejército penetró en las Galias en el año 451. Para hacerle frente se dirigió allí Aecio con un ejército que no se diferenciaba mucho en su composición del que llevaba el jefe huno, ya que estaba integrado casi en su totalidad por tropas auxiliares de francos, borgoñones, alanos, etc... Comprendiendo lo difícil de la situación, Aecio pidió ayuda a los godos de Teodorico, quien consciente del peligro que se cernía sobre él, olvidó las viejas diferencias y se avino a combatir a los hunos junto al Imperio, pero no como auxiliar suyo, sino en calidad de aliado de pleno derecho que combate contra un enemigo común.
La batalla se dio en un lugar llamado Mauriacus, a siete kilómetros de Troyes, posiblemente en la actual Moirez (Francia). Esta es la famosa batalla conocida como "la de los Campos Cataláunicos". El peso principal del esfuerzo recayó sobre los visigodos, cuyo rey comandaba el ala derecha y su hijo, Turismundo compartía con Aecio el mando de la izquierda, mientras que el centro era ocupado por alanos, con su jefe Saubigón al frente. Se suele decir que Atila fue totalmente derrotado en esta batalla y no es cierto. Teodorico sí que pereció en la batalla y el jefe huno se replegó refugiándose tras las fortificaciones de su campamento. La batalla había arrojado un resultado algo ambiguo.
Turismundo fue elegido in situ rey de los godos para suceder a su padre y optó por atacar el campamento de Atila. Pero Aecio, que veía con malos ojos los éxitos de sus aliados, maniobró hábilmente para convencerle de que convenía acudir a Toulouse, a fin de asegurarse en el trono, gracias a lo cual Atila pudo levantar el campamento y seguir inquietando al Imperio en Italia y Panonia. Sólo con la muerte de este caudillo, no mucho tiempo después, desapareció la amenaza de los hunos. Por cierto: murió haciendo el amor y no la guerra.

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