18 may 2014

ALARICO

No está claro si Alarico solamente tenía la categoría de dux, al estilo germánico, según indican las fuentes romanas, o si recibió ya el título de rey, como afirma San Isidoro. Lo importante es que, en adelante, Alarico va a guiar a su pueblo con mano firme y que el ideal nacionalista va a tener en él uno de sus más acérrimos defensores. Va a ser en vano que los romanos intenten comprarlo ofreciéndole altos cargos militares. La sed de tierras fértiles y de independencia va a guiar todos sus pasos. Rechazan, a su vez, la Dalmacia y Panonia que Roma les ofrecía. Definitivamente, Alarico y sus huestes han puesto sus ojos en las fértiles tierras de Italia, y contra ella dirigirán sucesivos ataques en los años 401, 403 y 408. Unas veces con dádivas, otras con las armas, y siempre con la habilidad diplomática, Estilicón, que ha quedado como único guardián del Imperio, consigue rechazarlos a duras penas.
Pero no va a ser por mucho tiempo, pues Estilicón fue asesinado cuando más falta le hacía al Imperio. Su muerte, ordenada por el mismo emperador, fue uno de los más grandes errores entre los muchos que la política romana estaba cometiendo. El emperador Honorio carecía totalmente de dotes de gobierno, y su carácter rayaba a veces la estupidez. A su alrededor vegetaba una aristocracia incapaz, pendiente tan sólo de que nadie mandar más que ellos. Preocupados por el ascendiente que el general semibárbaro estaba adquiriendo sobre el emperador, deseaban eliminarlo. Como en tantas ironías de la Historia, no deja de ser curioso que levantaran la bandera del nacionalismo romano contra el único que en aquel momento era capaz de defenderlo. No fue difícil obtener la caída de Estilicón. Honorio, cuya imbecilidad llegaba al extremo de preocuparse más por sus gallinas que la salud del Imperio, ordenó su ejecución, que tuvo lugar el 23 de agosto del año 408.
Esto facilitó los movimientos de los visigodos. Alarico pretendía, no obstante, imponer un pacto a Roma que le permitiera establecerse en Panonia; mas el partido nacionalista romano, estimando en exceso sus posibilidades y con cierto aire triunfalista tras liquidar a Estilicón, se opuso a todo acuerdo con los visigodos. Como respuesta, Alarico marcha con sus tropas sobre Roma y crea un antiemperador en la persona de Atalo, prefecto de la ciudad, confiando que él satisfaría sus demandas. Pero luego, sintiéndose defraudado, lo destituye en solemne ceremonia celebrada en el campamento de Arimium y envía a Honorio la diadema y la púrpura. Una vez más Alarico va a fracasar en su intento de llegar a un acuerdo con el emperador Honorio. Mientras se celebraban las conversaciones, un godo al servicio de Roma llamado Saro, los ataca alevosamente. Irritados, los visigodos deciden marchar contra la Ciudad Eterna, en la que entran el 24 de agosto del 410. Después de varios siglos, Roma veía sus calles y palacios hollados por tropas enemigas. Durante tres días la ciudad estuvo a su merced. La destrucción, ciertamente, no fue fatal, pero su paso dejó una estela de ruinas, muertes, violaciones y pillajes. Parece que los godos, ya convertidos al cristianismo, respetaron los lugares de culto. El botín que obtuvieron fue grande, tanto de objetos como de prisioneros. Entre éstos se encontraba Gala Placidia, la hermana del emperador Honorio, que acabó jugando un importante papel en las relaciones entre godos y romanos.
Mientras estaban en Roma, Alarico observó que el mayor acopio de provisiones de la urbe, principalmente de trigo, llegaba en naves procedentes del norte de África. Deseoso de acabar de una vez con sus andanzas, pensó que aquella podría ser la tierra en la que su pueblo hallara el descanso que tanto añoraba. Decididos, pues, a cruzar el Mediterráneo, los godos descendieron hasta el sur de Italia. Allí consiguieron las naves necesarias y organizaron una flota disponiéndose a embarcar en la ciudad de Reggio (Calabria). Pero una fuerte tempestad dio al traste con sus planes, disolviendo la escuadra y causando algunas bajas entre sus tropas. La fortuna giraba bruscamente en torno a Alarico. Pocos días después moría cerca de la ciudad de Cosenza, cuando iniciaba hacia el norte de Italia la marcha que llevaría a su pueblo hasta la Península Ibérica.

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