
Los esfuerzos de esta casa imperial se dirigieron a establecer un modus vivendi entre honestiores y humiliores o, si se quiere, un equilibrio entre la burguesía de las ciudades y las masas campesinas.
En tiempos de Caracalla (212-217) se creó en Hispania una nueva provincia, Gallaecia, que comprendía las actuales tierras de Galicia y Asturias. Un edicto suyo suprimió todas las diferencias jurídicas que había entre los súbditos del Imperio, concediendo a todos ellos la ciudadanía romana. Con ello Caracalla pretendía solidarizar a todos los habitantes del Imperio para que, olvidando las divisiones internas, se aplicaran a la común tarea de defenderse de los peligros exteriores, que no eran pocos ni leves. Al mismo tiempo se hacía posible ampliar el número de personas obligadas al pago de los impuestos exigibles a los ciudadanos. Pero a estas alturas, el acceso a la ciudadanía había perdido todo su atractivo. El título de "ciudadano" pasaba a ser sinónimo de "súbdito del emperador". Así pues, la "constitución antoniniana", nombre con el que se conoce al edicto de Caracalla, no parece que mejorase realmente la situación social de cuantos, a raíz de su promulgación, obtuvieron la ciudadanía, más al contrario. Al morir el último de los severianos, Alejandro Severo (222-235), el Imperio cae en la más espantosa anarquía: había comenzado el medievo.
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